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Pío Moa

Errores repetidos

Pues lo que importa ante todo es la democracia y la integridad de España, y si la monarquía sirve para mantenerlas, debemos apoyarla; en otro caso, ella misma se suicidaría por querer atraerse demasiado a los liberticidas.

Los sucesos actuales en torno a la monarquía me han hecho recordar las delirantes intrigas monárquicas de Gil-Robles durante la guerra mundial (las trato con alguna extensión en el libro sobre los años 40 que saldrá a finales de mes). El ex jefe de la CEDA trazaba en 1943 esta estrategia: "No se da cuenta don Juan de que su preocupación principal no deben ser los sectores de derecha, sino los elementos moderados de izquierda, que necesita a toda costa atraer. En el momento actual, a la monarquía no le interesa tener demasiado lastre derechista. Con los elementos de esa significación contará siempre, por la cuenta que les trae. Comprometerse con ellos, mediante afirmaciones demasiado categóricas, supone privarse de libertad de acción sobre el bando opuesto y poner, además, en manos de un grupo de inadaptados políticos un arma que algún día esgrimirán contra el rey". ¿Les suena?

Obsérvense los dos aspectos del plan: entenderse con la izquierda "moderada" y desentenderse de la derecha que en realidad era el apoyo social de la monarquía, y precisamente por serlo: los "inadaptados políticos" (pero ¿no era Gil-Robles también derechista?) lo tragarían todo "por la cuenta que les trae". Una jugada maquiavélica, de aspecto realista e inteligente. Pero se trataba de una enorme estupidez, y Gil-Robles, al proponerla, echaba en saco roto la experiencia republicana. Con un plan muy parecido, Alfonso XIII y sus cortesanos hundieron la monarquía en 1930-31: perdieron gran parte de su base social, con la que creían contar en cualquier caso "por la cuenta que les trae", y, por supuesto, en ningún momento se atrajeron a la izquierda "moderada".

La izquierda en la que pensaba Gil-Robles era la republicano-socialista agrupada en torno a Prieto. Pero Prieto, justamente, había sido el gran debelador de la monarquía. Había sido uno de los jefes de la insurrección de 1917, había estado a punto de echar abajo el régimen liberal en 1922-23 con una demagogia desatada, y en 1930 había comprometido al PSOE en los manejos republicanos, contra la intención de Besteiro y de un Largo Caballero por entonces moderado. Durante la república, Prieto ayudó en primera línea a destruir el nuevo régimen aliándose con el ya bolchevizado Largo contra el moderado Besteiro y participando en la organización de la insurrección de 1934, y precisamente en sus aspectos más terroristas. Promovió luego oscuras maniobras para hundir a Lerroux y para poner en pie lo que resultaría el Frente Popular. Muchos y sólidos indicios apuntan a su responsabilidad en el asesinato de Calvo Sotelo, ocasión que pudo haber concluido también con el del propio Gil-Robles. Era, además, un hombre extremadamente corrupto, como demostró el asunto del Vita, ya en el exilio. La moderación de Prieto es uno de esos mitos absurdos que revelan una mezcla de credulidad e inepcia crítica muy extendida en nuestros medios políticos e historiadores profesionales. Mito muy del estilo del "democrático y republicano" Frente Popular cuando este, precisamente, echó por tierra la legalidad republicana. En realidad, y esta ha sido la tragedia de España en el siglo XX, la izquierda moderada no existió o fue barrida siempre por los extremistas, como le ocurrió a Besteiro.

El antiguo líder de la CEDA desconocía, además, otro hecho clave en 1943: la desorganización y descrédito nacional, como señala Julián Marías y es obvio, de las fuerzas "moderadas" o revolucionarias, del Frente Popular. La gente había presenciado los abusos, robos, destrucciones arbitrarias, los asesinatos y peleas internas de aquellos líderes y partidos, y ya no esperaba nada de ellos. Ni ellos eran capaces de otra cosa que intrigar con la esperanza de volver en el carro de triunfo de los tanques aliados, a riesgo muy cierto de provocar otra guerra civil. En España aquellos partidos –con la excepción de los comunistas que intentaban valerosamente rehacerse–, eran cosa del pasado. Hasta el punto de que solo resurgieron muy al final del franquismo, con permiso tácito del régimen y un denso olvido de la historia, gracias al cual pudo reaparecer el PSOE con el asombroso lema de "Cien años de honradez", quizá el más desvergonzado de nuestro pasado reciente.

En la revista Chesterton de este mes expongo algo de la mal conocida historia del PSOE ante la transición, un partido mimado, bendecido y financiado hasta por sus enemigos naturales. Un partido que llegaba dispuesto a eliminar a "Juan Carlos el breve" mediante una drástica ruptura política que incluía la "autodeterminación" de diversas regiones y todo el programa de un marxismo tosco y mal digerido. Después, cierto, los líderes socialistas parecieron moderarse, pero no porque la monarquía se los atrajera, algo que no ha ocurrido en ningún momento, sino porque el peso de la opinión pública y las exigencias del poder lo obligaron a resignarse. Una resignación que ahora está desapareciendo.

Obviamente, la monarquía no puede enfrentarse con la izquierda y los separatismos, y debe procurar atraérselos. Pero sin olvidar quienes son, sin traicionar a su propia base social, ni, sobre todo, a los principios democráticos. Algo complicado, pero que marca la diferencia entre lo justo y lo injusto y, al final, entre el éxito y el fracaso. Pues lo que importa ante todo es la democracia y la integridad de España, y si la monarquía sirve para mantenerlas, debemos apoyarla; en otro caso, ella misma se suicidaría por querer atraerse demasiado a los liberticidas.

En definitiva, los países avanzan si recuerdan su experiencia histórica y son capaces de entenderla y construir sobre ella. En otro caso se ven condenados a repetir una y otra vez las mismas miserias.

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