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Amando de Miguel

Todo es política

Resulta inane, cuando no contraproducente, que el Gobierno se gaste nuestro dinero en aconsejarnos que moderemos la velocidad de los vehículos o que nos abstengamos de hacer barbacoas en el campo. Me parece un derroche y una forma taimada de clientelismo.

Lino Cubillo se congratula de coincidir con mis opiniones, después de haberme seguido durante años en las tertulias de la radio. Sin embargo, don Lino me confiesa que, por primera vez, ha llegado a un punto de desacuerdo conmigo. "Estoy en desacuerdo con su opinión de que se vota en función de lo que votan los amigos. Al menos en mi caso, es absolutamente distinto". Vamos a cuentas. En primer lugar, no creo que haya empleado yo esa expresión de "se vota en función de...". No hay tal ecuación ni es tan simple. La decisión del voto se establece por muchas razones y vías de influencia, aunque las decisivas son de índole personal: (1) Lo que votó uno la vez anterior. (2) Lo que votan los parientes y amigos que más se aprecia. (3) Determinadas circunstancias biográficas (edad, posición social, lugar de nacimiento o de residencia, grado de instrucción). (4) Identificación con una ideología: más por simpatía y emoción que por un juicio intelectual. (5) Expresión de los intereses económicos.

De todas esas influencias (y quizá algunas más) las más decisivas son las dos primeras. Eso explica que los cambios en la composición del electorado sean mínimos. Desde luego, los programas de los partidos, la propaganda electoral, los mítines y discursos, todo eso que parece influir tanto, apenas tiene relevancia. Lo anterior se refiere a la influencia sobre el voto como una conducta colectiva; no sirve para explicar casos aislados. En el supuesto de don Lino es posible que el hombre difiera mucho de lo que votan sus amigos. Aun así, mi arriesgada predicción es que don Lino cambiará de amigos o cambiará de voto. De otra forma lo va a pasar mal. A no ser que la política le interese muy poco. En cuyo caso el voto sería por inercia, por lo que se estila, incluso por lo bien que le caen algunos políticos.

Si los que mandan en los partidos supieran lo anterior (avalado por muchas investigaciones) no cometerían las torpezas que cometen. El resultado sería un diseño un poco más racional de las campañas electorales y, en definitiva, redundaría en un aprecio más positivo de los políticos por parte del público. De momento, la estima que reciben los políticos españoles (incluidos los jueces y los sindicalistas) se halla bajo mínimos. Enfrente no tienen a ciudadanos y ciudadanas sino a personas, en todo caso a contribuyentes, que son los que pagan la fiesta. Me gustaría que don Lino hablara de esto con sus amigos. También podría ser que alguno de ellos cambiara su voto. Que conste que "no votar" es una forma de votar; se me olvidaba decirlo.

Eduardo Fungairiño me recuerda una práctica inveterada de los políticos españoles: no dimiten nunca. Añade el buen fiscal:

Una de las pocas dimisiones de los últimos tiempos fue la de Antonio Asunción, ministro del Interior a principios de los 90, tras la fuga de Luis Roldán. Otra fue la de García Valverde, ministro de Sanidad, en 1991. Pero esa reluctancia a abandonar el sillón no es de ahora, sino de siempre. En la zarzuela El Rey que rabió hay un coro de ministros (como hay otro de doctores) que termina: "Tenéis razón ¡hagamos todo, todo, menos dimisión!"

Durante los últimos años de la dictadura de Franco (escándalos Matesa, Reace, etc.) se escuchaba un versito que decía:

En el camino de El Pardo
y a la altura de la ermita
hay un letrero que dice:
maricón el que dimita.

Añado el dato histórico de algunas altas dimisiones: Francisco Silvela, Miguel Primo de Rivera, Manuel Aznar. Curiosamente, los españoles se ensañan con el dimisionario. Esa es la razón por la que los altos cargos hacen el ridículo al dimitir. Lo más divertido es esa expresión de "aceptar (o no aceptar) la dimisión". ¡Como si los altos cargos fueran esclavos!

Personalmente solo me he acercado una vez al escalafón de los altos cargos como consejero que fui (propuesto por el PP y nombrado consensuadamente por el Congreso de los Diputados) de RTVE. Duré lo que el cantar del vizcaíno, pues dimití al poco tiempo de ser nombrado. Simplemente entendí que era inútil pedir independencia política a RTVE. La cosa no tenía solución, como luego se ha visto. Dimití a través de una carta dirigida al presidente del Congreso de los Diputados. Nunca me llegó la respuesta. Así que me fui bonitamente a mi casa, con tantas cosas como tenía por hacer. Lo más chusco del caso es que me llamó a capítulo Rodrigo Rato y, delante de los otros consejeros nombrados por el PP, me echó una bronca monumental por haberme atrevido a dimitir sin su consentimiento. Por un momento me sentí como la chacha a la que han pillado robando la cubertería de plata de los señores. Yo no salía de mi asombro. ¿Así que era necesario el consentimiento de los poncios del partido para que pudiera dimitir un modesto consejero de RTVE? Ahora entiendo el epigrama que cita don Eduardo.

Juan González Castelao comenta la nueva moda de mencionar el "Gobierno de España" en los anuncios que hacían antes distintas dependencias públicas, como la Dirección General de Tráfico. La opinión de don Juan es muy crítica: "¿Qué necesidad hay de recordarnos machaconamente –hasta en verano– que el Gobierno está detrás de todo? Personalmente me siento intimidado, coartado por un Gobierno que quiere estar presente en mi vida privada en todo momento. ¡No me puedo duchar y ni lavar los dientes por la mañana sin que se me recuerde que está ahí!"

Mi crítica va más allá. Resulta inane, cuando no contraproducente, que el Gobierno se gaste nuestro dinero en aconsejarnos que moderemos la velocidad de los vehículos o que nos abstengamos de hacer barbacoas en el campo. Me parece un derroche y una forma taimada de clientelismo político. Por otra parte, en el caso de que fueran útiles algunos de esos consejos, sería más práctico que los dieran asociaciones privadas sin ánimo de lucro o incluso personas concretas. Coincido con don Juan en que resulta molesto que el Gobierno de España me diga cómo debe discurrir mi vida particular.

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