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Agapito Maestre

Palabras como piedras

A las palabras de Marín y las paparruchadas indignas de Zapatero hay que añadirles las de Llamazares y Rajoy. Todos coinciden en ocultar lo esencial. Todos coinciden en negarle capacidad moral al pueblo.

El presidente de las Cortes ha despedido la legislatura, quizá el entero sistema político, acusando a todos sus compañeros de impresentables. Gentes que no tienen sentido del límite. Vale. Pero, desgraciadamente, tampoco él se salva de este diagnóstico; él, más que otros políticos en el Congreso, ha contribuido a este estado de inmoralidad generalizada. Él mismo, ayer, no tuvo fuerza moral e institucional para guardar en público, en la Carrera de San Jerónimo, un minuto de silencio por la muerte de un servidor público. Por lo tanto, señor Marín, no saque pecho y reconozca que usted también ha contribuido tanto como su jefe político al encanallamiento del sistema democrático. Escondidos en un pasillo del Congreso de los Diputados, guardaron un minuto de silencio por el último asesinado por ETA. Tenían miedo de ser abucheados. Miserables. Marín no hizo nada por mantener el acto en la calle, en presencia del pueblo.

Desde el entierro del primer guardia civil muerto y, sobre todo, desde el día 4 de diciembre, desde el día que los ciudadanos se rebelaron silenciosamente contra el aquelarre de los politicastros contra ETA, todos los políticos están utilizado las palabras como piedras. A las palabras de Marín y las paparruchadas indignas de Zapatero hay que añadirles las de Llamazares y Rajoy. Todos coinciden en ocultar lo esencial. Todos coinciden en negarle capacidad moral al pueblo. Todos coinciden en reducir a la ciudadanía a sus dictados.

Naturalmente, el lenguaje barriobajero y criminal se lo lleva Llamazares. Él, que gobierna con nacionalistas en el País Vasco, y es amigo de ETA, ha acusado de inmoralidad a quienes no fueron a su bochornosa llamada en la Puerta de Alcalá. No podía caer más bajo este tipo. No merece ni una palabra más alguien tan inmoral. El acto unitario de repulsa contra ETA fue un fracaso porque todo el mundo sabe que Zapatero ha estado negociando con ETA y, además, persiste en no rectificar su acción contra la nación española. Porque el pueblo, el ciudadano más desarrollado de España, sabe eso con exactitud, dio la espalda a esa convocatoria.

Tampoco Rajoy ha estado muy acertado el día de la Constitución entregándose a Zapatero sin exigirle que renuncie a negociar con ETA. Terrible. Rajoy, sí, ha dicho que le "gustaría escuchar de la boca de Zapatero esa renuncia a negociar con ETA, pero no lo va a exigir". Rajoy, seguramente, ha madurado sus palabras, mientras estaba escondido con Zapatero en un pasillo del Congreso de los Diputados para guardar un minuto de luto por el último guardia civil asesinado. Por el último hombre muerto por la unidad de España. Con estas palabras Rajoy está despidiéndose de la fortaleza moral de millones de ciudadanos que en los últimos años se han rebelado civilmente contra Zapatero.

La moral de Rajoy era alta hasta hace poco tiempo. Creía en la capacidad de sublevación del pueblo español para acabar con el hombre que, desde Godoy, peor se ha portado con la nación española. Había cumplido con dignidad con este pueblo en rebelión cívica y había asistido a todas las convocatorias que las asociaciones civiles de las víctimas del terrorismo hicieron para protestar por la negociación del Gobierno con ETA. Sólo ha faltado a la última y pensamos que rectificaría. Pero, después de los penosos actos institucionales del 6 de diciembre, podemos asegurar que también Rajoy se ha sumado al coro de quienes no cesarán en su acción hasta matar el último gesto moral y de repugnancia política por salvar la democracia española, el gesto de quienes no quieren ir a una manifestación de un Gobierno que piensa seguir negociando con los criminales.

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