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José Enrique Rosendo

La derecha y sus complejos

Tras la búsqueda de la igualdad suele esconderse un iluminado que imagina una sociedad de laboratorio, que puede cambiar usos y costumbres por medio de decretazos y adoctrinamiento educativo.

Ayer cené con un amigo y terminamos hablando de la derecha que se avergüenza de serlo. Es cierto que el progrevoguesismo oficial es relativa y aparentemente fácil de defender, porque ellos se han apropiado de una semántica que llama a lo humano y a presumir de ello. Así, la preocupación por los más desfavorecidos, por la defensa del medio ambiente, por los derechos humanos y por la democracia forman parte de ese acerbo en teoría de la izquierda, frente al egoísmo insolidario supuestamente liberal.

De tanto repetirse, la izquierda, con esos intelectuales del trinquineo oficial y esos sindicalistas del absentismo legal, han replegado a los liberales a las oscuras cavernas resguardas por toscas guarniciones de las que hablaba Góngora en su Polifemo y Galatea. Pero en realidad, no hay motivos para avergonzarse. Más bien al contrario.

La defensa de la igualdad frente a la libertad no tiene por qué ser más progresista, ni más solidaria, ni más ecologista, ni más humanista ni por supuesto más democrática. La libertad es sin duda una herramienta imprescindible para generar progreso humano, mientras que la igualdad cercena la creatividad. En aras del igualitarismo se han transgredido demasiados derechos humanos. Ahí tienen a Cuba, aupada a los altares venerados por los progrevogues de medio mundo.

Tras la búsqueda de la igualdad suele esconderse un iluminado que imagina una sociedad de laboratorio, que puede cambiar usos y costumbres por medio de decretazos y adoctrinamiento educativo. Pero ese tipo de experiencias han deteriorado casi siempre la calidad democrática, cuando no la han anulado del todo; de modo que, quienes han querido llevarnos al cielo, nos condujeron inexorablemente al desastre, al infierno.

El problema, como ya estableció Margaret Thatcher a finales de los setenta, es que en muchas ocasiones la derecha ha claudicado frente a la izquierda, la libertad frente a la empobrecedora igualdad, y en muchas ocasiones su formulación práctica no ha sido otra que determinar el porcentaje máximo de socialismo que estaba dispuesta a admitir. Ya decía Hayek que socialistas los hay en todos los partidos.

Este insólito fenómeno hace que, a la postre, la derecha no sea más que una herramienta necesaria para la izquierda, en la medida en que esta última promueve determinadas políticas que finalmente consolida la derecha cuando llega al poder al no atreverse a reformularlas. Un ejemplo en este país es el sistema fiscal, claramente influido por la socialdemocracia de principios de la Transición. Otro, el aborto.

Únicamente cuando la base social que sustenta la opción política liberal-conservadora deje de sentirse acomplejada frente a la izquierda, cuando asuma que el modo de contribuir al progreso y bienestar sociales se puede hacer no sólo desde la izquierda, desde el estatismo, sino también y sobre todo desde la promoción de la libertad, es decir, desde la defensa de la iniciativa individual, haremos que las cosas cambien de verdad.

Cuando la derecha deja sus complejos, es la izquierda la que asume el rol de complemento de esas políticas liberales. Para confirmar esta idea, ahí tienen el llamado nuevo laborismo de Blair y Gordon tras la revolución thatcheriana.

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