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Supermartes y mucho más

Lo tradicional es que después del supermartes los electores acudan sabiendo ya quien va a ser el nominado. Este año la intriga no hace más que aumentar de semana en semana.

Tal es el ritmo y el suspense del espléndido culebrón de las primarias americanas que, a cinco días vista, el pasado martes parece perderse ya en la lejanía. La confusión en el número de consultas refleja la enorme complejidad del fenómeno. Más de veinte ha sido la referencia segura y habitual. Pero también 22, 23, 24 e incluso podría decirse que 25. Todo exacto, según se contabilice. 24 estados más un territorio del Pacífico, esencialmente la isla de Guam. 22 demócratas, 23 republicanas. En unos casos se trataban de verdaderas primarias, en otros de caucus y en uno lo que se celebraba era una convención. Con reglas muy diferentes de un partido a otro, que además cambian de estado a estado. Un rasgo político común fue la primacía de la lucha por los delegados a las convenciones nacionales de los partidos que en agosto elegirán a los candidatos que compitan por la presidencia. Con tal masa de votaciones y votantes las victorias individuales importaban menos que la suma de compromisarios. Lo distintivo fue que, contra las expectativas, el día concluyó sin que nada quedara zanjado.

En el bando republicano se confirmaba la delantera de McCain, perseguido todavía por dos rivales, Romney y Huckabee, más un cuarto, el muy marginal Ron Paul, que le seguirían complicando la vida y arrojando una sombra de incertidumbre sobre el futuro de su carrera. Pero para que no decaiga la atención, dos días después, un nuevo vuelco: Romney, tras haber invertido en la aventura cerca de cincuenta millones de su patrimonio, abandonaba sin respaldar a ninguno de sus competidores. Los delegados que había ido consiguiendo tendrán así libertad para negociar su voto cuando llegue el momento. Otra pequeña pero quien sabe si decisiva incógnita, de entre las muchas que quedan por despejar. Así pues, McCain se ha alzado como el pretendiente imbatible, aunque aún le queden muchos delegados por conquistar, y el bando republicano, que hace sólo dos semanas parecía el más confuso, augurando una convención sin aspirante mayoritario de entrada, quedaba, conviene decir que al parecer, simplificado de forma decisiva.

Exactamente lo contrario sucedía con los demócratas. La favorita Clinton perdía su carácter indiscutible con una Obama pisándole los talones. La reducción a sólo dos competidores con uno en cabeza no parece que vaya a servir finalmente para evitar una larga y previsiblemente desgarradora lucha hasta llegar a la reunión final del partido sin un claro ganador. Esto es posible porque las reglas de los demócratas favorecen decisivamente al segundo, proporcionándole casi tantos delegados como al primero, si éste no le saca al menos veinte puntos porcentuales de ventaja. Hillary quedó en cabeza pero Obama está a poco menos de 100 delegados de distancia. Los expertos consideran que sin una diferencia de cómo mínimo 200 la disputa sigue abierta. Cuántos tenga exactamente cada uno depende de criterios de contabilidad, pero el diferencial es del orden señalado.

Con este panorama, los Estados Unidos y el mundo que lo contempla boquiabierto se embebieron en estos días en el análisis de los desafíos con los que cada bando se enfrenta. McCain tiene que vérselas con un considerable rechazo de los más conservadores. Por mucho que la Unión Conservadora Americana le conceda 82 puntos sobre cien, basándose en el historial de sus votaciones durante más de veinte años en el Senado, los guardianes de la ortodoxia se niegan a reconocerlo como uno de los suyos. Así, aunque tenga el camino despejado tendrá que seguir dando la batalla de la conquista interna, que le hará perder algunas oportunidades de comenzar el ataque contra quien haya de ser el verdadero enemigo y tratar de influir para que lo sea quien le ofrece mejores posibilidades de victoria. Por otro lado, esta defensa de su pedigrí conservador al que se ve obligado puede poner en peligro su imagen de centrista que atrae votos absolutamente imprescindibles de una importante área de electores inscritos como independientes e incluso, podría ser, del sector más moderado de los demócratas, repelidos por el radicalismo de su candidato.

Por su parte, los estrategas electorales demócratas han pasado a concentrar sus mentes en los que se llaman superdelegados, aquellos convencionales que llegan a la gran asamblea de agosto con plena libertad de voto y que salen del aparato del partido, sin haberse visto sometidos a elección. Este tipo de participante se creó precisamente para resolver las engorrosas situaciones en las que ninguno alcanza la mayoría. Habitualmente votan por el que está mejor situado, pero en unas circunstancias de rivalidad tan enconada como las de este año, en el que tantas cosas inusitadas están sucediendo, el asunto no está nada claro. El aparato Clinton está llamándolos y tratando de arrancarles el compromiso uno por uno. Obama ya ha denunciado el carácter poco democrático de la gestión y su posible resultado final, pero sin duda está volcado en el mismo empeño. La casa Clinton está profundamente imbricada en toda la estructura organizativa del partido, pero los apoyos que Obama ha ido consiguiendo de grandes prebostes, empezando por el poderoso clan Kennedy, no son, a ese efecto, nada despreciables. Junto a la batalla a la luz del día se libra otra subterránea no menos encarnizada.

Así las cosas, cuatro consultas demócratas y tres republicanas este sábado producen nuevas sacudidas en lo que nunca acaba de ser una situación estable. Huckabee le da una paliza a McCain en los caucus de Kansas mientras que en Louisana y el estado de Washington prácticamente empatan. Romney, ya retirado, sigue recibiendo apoyos. En el último de los estados aproximándose a los dos en cabeza, e incluso el libertario Ron Paul se lleva una tajada del 17%. Pero las sorpresas no se quedan ahí. Obama bate en toda la línea a Hillary, con diferencias de más de 20 puntos, con lo que eso significa en términos de delegados. Se esperaba el resultado pero no la goleada. La emoción ha disparado la asistencia. Lo tradicional es que después del supermartes los electores acudan sabiendo ya quien va a ser el nominado. Este año la intriga no hace más que aumentar de semana en semana.

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