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Jorge Vilches

Pequeñeces

Rajoy seguiría en la dirección popular, pero eligiendo a sus colaboradores y cambiando el mensaje del PP para hacerlo simpático al "centro" y a los nacionalistas. Lo que no parece bien calculado de dicha decisión es su puesta en práctica.

Mariano Rajoy se ha propuesto ganar las elecciones. Es una obviedad, pero muy compleja porque hay varios caminos para hacerlo y ninguno es seguro. En la noche del 9-M había tres posibilidades para Rajoy: retirarse inmediatamente y que una gestora llevara al PP al congreso, continuar en la dirección hasta dicho congreso, o seguir. Optó por lo último.

Una vez tomada dicha decisión, los rajoyescos analizaron las elecciones, y responsabilizaron de la derrota a la continuidad de ciertos líderes populares, anatematizados como duros, y al ideario del partido, que catalogaron de antipático. La derrota electoral no alcanzaba en ningún caso a Rajoy, alegando que no se había presentado con "su equipo" y que dos fracasos no obligaron en el pasado a otros candidatos a abandonar. La solución parecía clara: Rajoy seguiría en la dirección popular, pero eligiendo a sus colaboradores y cambiando el mensaje del PP para hacerlo simpático al "centro" y a los nacionalistas.

Lo que no parece bien calculado de dicha decisión es su puesta en práctica. Porque al día siguiente de haberla tomado era obligatorio sustituir en bloque al viejo equipo de colaboradores. Hubiera sido un gesto de autoridad y determinación, algo imprescindible para reforzar un proyecto nuevo. En cambio, lo que está sucediendo, este goteo constante de dimisiones, da la sensación de desafección y descontrol, al tiempo que la lista de agravios y agraviados crece con facilidad aireada por la prensa.

La falta de cálculo en la decisión alcanza también al ideario "nuevo". En ningún caso, la ejecución del cambio debe dar la sensación de ser una mera cuestión de personas. Es preciso presentar y sostener con firmeza un programa político propio. Lo peor que puede pasar es lo que ha ocurrido: la presentación de un ideario de corta y pega, anticipado por la dimisión de una de sus responsables. Para colmo de males, a esto se ha sumado la minicampaña del "liberalismo simpático", un planteamiento con evidentes trazas de improvisación e inconsistencia, cercano a un zapaterismo de derechas.

El escenario resultante de una mala puesta en práctica, sobre todo cuando se trata de una decisión arriesgada, puede ser letal: descenso en la confianza del electorado, muestras claras de división interna, acusaciones de falta de legitimidad, dudas sobre el liderazgo, ideario tambaleante, desilusión por el futuro, y las pertinentes risas en el adversario. En consecuencia, la pretensión de calificar todo esto de "pequeñeces" no deja de ser un sarcasmo. A no ser que nos refiramos a aquella novela de Luis Coloma, con dicho título, basada en un grupo de aristócratas conspiradores que ansiaban la Restauración de Alfonso XII. Si nos referimos a esto, y sin señalar quién desempeña en el PP el papel de príncipe a restaurar, entonces y sólo entonces sería otra historia.

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