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Amando de Miguel

El juego de las palabras y la política actual

Aunque se hable de partidos y de ideologías, la verdad es que el juego político descansa mucho en el peso de las personalidades. Es la tradición del fulanismo que ya denunció Miguel de Unamuno.

Es fácil convenir que en la España actual atravesamos una doble crisis política y económica. Ninguna de las dos se reconocen abiertamente, lo que hace difícil su solución. De forma extravagante, el Gobierno ha estado negando durante meses que hubiera crisis económica; en su lugar ha optado por una frondosa variedad de eufemismos. El más socorrido es que, en lugar de crisis, hay dificultades. Es una vieja superstición, la de creer que, si las cosas no se mencionan o se llama de otro modo, entonces es que no existen. Recuérdese el juego infantil de todos los tiempos y lugares. El niño se tapa los ojos y grita entusiasmado: "¡No estoy, no estoy!".

La crisis económica se agrava en España no solo porque el Gobierno no reconoce su existencia, sino porque se produce al mismo tiempo de una grave crisis política. Su diagnóstico es algo más complicado que el de la crisis económica. Veámoslo.

En las democracias desarrolladas destaca la preemiencia de dos grandes partidos, uno de la derecha y otro de la izquierda, si bien las etiquetas pueden ser muy variadas, según la traducción de cada país. Pero ese esquema binario exige la imagen de la izquierda y la derecha, la que proporciona el juego de las dos manos. Fundamentalmente la izquierda busca la igualdad y la derecha, la libertad. Es bueno que ambos valores –necesarios los dos– se adscriban a uno u otro partido. Lo que no hay lugar es a un partido o ideología de "centro", como lo excluye la imagen de las dos manos. Si por "centro" se entiende ser moderado, tolerante, no violento, lo lógico es que tanto la izquierda como la derecha intenten presentarse con esas cualidades de una vida política civilizada, pero subsiste la necesidad de una izquierda y una derecha como dos ideologías contrapuestas. Que se lo digan al funámbulo del circo, el que se pasea por un cable. El secreto del equilibrio del funámbulo es una larga pértiga con peso en los extremos, en la izquierda y en la derecha. Realmente, ese modelo de la pértiga hace que el paseo del equilibrista sea casi tan seguro como el deslizamiento de una polea.

¿Por qué los dos grandes partidos nacionales (PSOE y PP) quieren ser centro? Es la ley de la pereza lo que lo explica. El PSOE deja de comprometerse con la realización de la igualdad, por ejemplo, oponiéndose a los trasvases de agua de una cuenca a otra. El PP pretende ser un partido de centro (de "centro reformista", que ya es confusión) para así quitarse el complejo de la derecha asociado al franquismo.

El resultado práctico de los dos grandes partidos que no quieren ser lo que son equivale a una desproporcionada influencia de los nacionalistas, el tercero en discordia. Aunque se trata de partidos minúsculos, el sistema electoral concede una generosa prima de voto a los nacionalistas, que se realzan aún más porque tanto el PSOE como el PP buscan aliarse con ellos.

Aunque se hable de partidos y de ideologías, la verdad es que el juego político descansa mucho en el peso de las personalidades. Es la tradición del fulanismo que ya denunció Miguel de Unamuno para la política de su tiempo. Una manifestación de ese exceso de personalismo es la centralidad del objetivo de "ganar las elecciones" en la confrontación política. Se trata de una especie de tacticismo por el que se hace primordial el corto plazo en las miras políticas. A todo lo anterior se añade una tacha igualmente común a los dos grandes partidos: el tirón oligárquico. Su manifestación más clara es el peso excesivo de la cúpula de los partidos, lo que hace que estemos ante construcciones políticas poco airosas.

¿Qué tendría que hacer el PP para superar la crisis política y la económica? Insistir más en la consolidación de los derechos individuales frente a la insistencia en los derechos colectivos que llevan a cabo tanto los socialistas como los nacionalistas. Para resolver la crisis económica el PP debe exigir una política de austeridad en el gasto público, lo que lleva a una rebaja sustancial en los impuestos. Desgraciadamente, el PSOE y los partidos nacionalistas son partidarios de aumentar el gasto público y por ende los impuestos. Esa decisión –verdaderamente catastrófica en tiempos de crisis económica– se disfraza de "gasto social". Se trata de un eufemismo más en el arte de gobernar con palabras. Tal prestidigitación tiene éxito porque la mayoría de la población se encuentra felizmente desinformada. La prueba es que los gobernantes más apreciados son los que derrochan más dinero público. ¿Por qué, a pesar de los errores del PSOE, se mantiene la hegemonía de ese partido, en solitario o con la colaboración de los nacionalistas? La razón fundamental es que el PP renuncia a ser un partido liberal-conservador para presentarse como "centro reformista". Precisamente el PSOE se afianza como un partido que lleva a cabo reformas, si bien no para conseguir más igualdad, pero sí en apoyo de determinados derechos colectivos (los de los homosexuales, las mujeres, los nacionalistas, etc.). La apoteosis de esa confusión es la creación de un ministerio de Igualdad que poco o nada tiene que ver con la preocupación por la igualdad. De nuevo, el juego de las palabras, como un remedo de la broma de Orwell en su novela1984.

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