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Ignacio Cosidó

Neosocs

La recesión que él mismo ha provocado con su inacción no sólo le ofrece el solar para tratar de reconstruir ideológicamente el derrumbe de la izquierda, sino también la coartada para aumentar su poder político hasta límites insospechados.

Rodríguez Zapatero dispondrá de 150 mil millones de euros, el 15% del PIB español, para poder repartirlos según su libre albedrío entre bancos y cajas de ahorro en apuros. Al margen de la credibilidad que otorgan los mercados a este tipo de intervenciones, que a juzgar por su actual volatilidad resulta escasa, conviene realizar una reflexión sobre las implicaciones que tiene una medida de esta naturaleza en el propio funcionamiento del sistema democrático. El carácter excepcional de la situación de crisis que vivimos puede justificar sin duda este tipo de decisiones, pero es evidente que precisamente por su excepcionalidad requieren mecanismos de control muy exigentes para evitar tal acumulación de poder en unas solas manos que termine por desequilibrar el correcto funcionamiento de nuestro sistema político.
 
Zapatero anda buscando un nuevo modelo económico que se encuentre a mitad de camino entre el capitalismo norteamericano y el comunismo cubano. No está sólo en el empeño. Una buena parte de la izquierda universal está también ocupada en la tarea de construir una alternativa a la economía de mercado que se había globalizado en las últimas décadas como el sistema que proporcionaba más libertad, más prosperidad y más bienestar a las sociedades. Ahora parece que la izquierda se ha redescubierto a sí misma e incluso está dispuesta a reconstruir su edificio ideológico después de muchos años de vivir de alquiler, no sin incomodidad, en el liberalismo económico.
 
La intelectualidad del PSOE, liderada por Pepiño Blanco, augura que la crisis financiera internacional supondrá el fin del capitalismo, añadan ustedes todos los calificativos despectivos con los que los socialistas les gusta etiquetar este sistema. Según esta nueva consigna nos encontramos en los albores del nacimiento de un nuevo orden económico y social que tendrá sin duda en Zapatero uno de sus más distinguidos progenitores políticos e ideológicos. Los socialistas españoles equiparan así la caída de Wall Street con el derrumbe del Muro de Berlín, que provocó felizmente el fin del comunismo, en el sobreentendido de que para ellos ambas cosas eran igualmente vergonzosas.
 
Tras unos primeros meses de negación pura de la realidad, porque Zapatero había previsto y prometido a los españoles en su última campaña electoral un crecimiento económico sin límites para su segundo mandato y ha provocado la mayor crisis económica de nuestra historia, el inquilino de La Moncloa parece ahora cómodamente instalado en la crisis. La recesión que él mismo ha provocado con su inacción no sólo le ofrece el solar para tratar de reconstruir ideológicamente el derrumbe de la izquierda, sino también la coartada para aumentar su poder político hasta límites insospechados y la oportunidad de intentar rentabilizar incluso, gracias a un uso intensivo de la propaganda, el desastre económico en términos electorales. Que millones de españoles se vayan al paro o que la mayor parte de las familias vivan con angustia el final de mes es para los socialistas un coste menor al lado de la oportunidad histórica que les brida la crisis para recuperar su vocación frustrada de salvadores del mundo.
 
La crisis permite además a los socialistas españoles reavivar otra de sus señas de identidad, un antiamericanismo visceral que proviene precisamente de ser esta nación la cuna del sistema capitalista y haber sido históricamente el gran baluarte de la libertad. Ahora no sólo se ataca a Estados Unidos por su supuesto imperialismo belicista, sino también por ser los culpables de todas nuestras desgracias económicas. Anclado en el más rancio antiamericanismo de la izquierda española, Zapatero decía esta semana que esta era una crisis provocada por Estados Unidos y de la que saldremos gracias a Europa. El problema, para la izquierda, es que si Obama gana las elecciones en Estados Unidos en noviembre, como parece probable pero aún no seguro, este discurso antiamericano puede tener para Zapatero una caducidad muy cercana.
 
La izquierda, especialmente el socialismo español, está haciendo un diagnóstico tan interesado como erróneo de la crisis actual. El fallo no está en el mercado, sino en los mecanismos supervisores que han consentido una opacidad extrema en algunos productos financieros. El fallo está en quién ha facilitado un dinero tan barato que ha provocado un endeudamiento excesivo de familias, empresas e incluso del propio Estado. Esta es una crisis de una sociedad que ha vivido demasiado tiempo por encima de sus posibilidades. Esta es una crisis que tiene además mucho que ver con la pérdida de principios morales que la izquierda rechaza por considerar reaccionarios. Sin embargo, a pesar de las profecías de Blanco, no creo que estemos ante un final apocalíptico del capitalismo. Esta crisis, como otras muchas anteriores, será finalmente superada.
 
El riesgo es que las medidas excepcionales y coyunturales que exige adoptar la actual crisis financiera se terminen transformando en un neosocialismo  económico basado en viejas teorías intervencionistas que no sólo han demostrado en el pasado su incapacidad para crear riqueza, sino que además constituyen un riesgo añadido para la libertad de los ciudadanos. Las subvenciones masivas a determinadas empresas con dinero público, la nacionalización del sector bancario o una regulación e intervención sin límites del poder político en la economía, como nos proponen ahora con renovado ímpetu los neosocs, no sólo pueden resultar contraproducentes para volver a una senda de crecimiento, sino que suponen también una nueva amenaza para la libertad.

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