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Amando de Miguel

El arte de insultar

Lo de llamar malparido al señor Prats es otra cosa, es un insulto. Contesta a un insulto previo cuando don Óscar nos calificó a los votantes del PP de “lepra”. Es evidente el sentido popular de estigma, de exclusión o rechazo que tiene esa palabra

Eduard Font (Barcelona) me advierte: “Se está usted pasando en muchas cosas, señor De Miguel. Por ejemplo, pedir que se procese al Señor Ibarreche por criminal” o llamar “malparido al Sr. Óscar Prats, lo que confirma, una vez más, que tiene usted la lengua muy suelta y escasa educación”. Razonemos. Reconozco que no son alusiones cariñosas, tanto la que dedico al señor (con minúscula) Ibarreche, como la que dirijo al señor (con minúscula) Prats. (No sé por qué el “señor” que me corresponde sea con minúscula y el de los otros dos con mayúscula). Son cosas diferentes. A mí el señor Ibarreche me parece un criminal porque ha jurado la Constitución (supongo) e intenta su disolución sin contar con los españoles no nacionalistas. Eso es un delito de alta traición. Además, ese intento se apoya en los votos de los terroristas. Eso es un crimen en toda tierra de garbanzos, y un crimen de la más alta calificación. Como yo no soy jurista ni nada parecido, no necesito la cautela de “presunto”. Digo lo que me parece, en ese caso un juicio político o moral.
 
Lo de llamar malparido al señor Prats es otra cosa, es un insulto. Contesta a un insulto previo cuando don Óscar nos calificó a los votantes del PP de “lepra”. Es evidente el sentido popular de estigma, de exclusión o rechazo que tiene esa palabra. Me salió del alma responder con otro insulto, malparido, que ni siquiera existe en castellano. En todo caso, tenemos malnacido (= indeseable, mala persona, sujeto desaprensivo e ingrato, según el Inventario de Celdrán). El Diccionario del insulto de Juan de Dios Luque y otros sí trae malparido, a partir de un personaje de Juan Marsé. Dije malparido porque ese barbarismo lo utilizamos los charnegos de Cataluña adaptándolo del catalán malparit. Quizá de ese modo no quede tan hiriente como malnacido, aborto o hijo de puta, expresiones que sí podría decir Cervantes.
 
Mi teoría de urgencia sobre el insulto es que en ocasiones puede ser un desahogo que impide males mayores. Mientras nos insultemos, no pasaremos a la acción dañina, destructora. Por otra parte, en el intercambio de insultos, la verdadera culpa está en quien empieza. Aun así, mis disculpas para los castos oídos de los libertarios digitales si en ocasiones (poquísimas) me muestro deslenguado. Peor sería la hipocresía.
Óscar Prats me escribe una serie de “puntualizaciones”. La primera: “Yo no insulté a nadie en mi escrito”. En todo caso, la alusión a la lepra era una “licencia metafórica”. Donosa manera de llamar a los insultos: licencias metafóricas. El insulto suele ser una metáfora, una alusión a algo desagradable o despreciado. Ahí está la intención afrentosa. Pues bien, yo sí le propiné un insulto como réplica a su desgraciada metáfora. De esa forma, le pido perdón por el arrebato (rauxa). Usted, don Óscar, como no me insultó, lógicamente no pide perdón. ¿Será el seny? Una ventaja tengo sobre usted. Para mí Cataluña es parte de mi realidad, mis vivencias y mi sentimiento nacional como español. Usted seguramente no puede decir lo mismo de lo que hay de España fuera de Cataluña. Por eso yo no puedo ser un nacionalista español; en cambio, usted lo es catalán. Lo diré con la famosa frase de un ministro catalán de la Restauración: “Nunca nos entenderemos”.
 
Manuel Parra Palacios tiene curiosidad por saber de dónde viene la palabra gafe y si puede aplicar al ministro Moratinos. El gafe es el aguafiestas, el que lleva la mala suerte allí donde se presenta. Naturalmente, es siempre una atribución no científica, festiva y arbitraria. Digamos que es un insulto. Al final son gafes las personas que los demás consideran que tienen esa cualidad de dar mala suerte. Es una voz de origen incierto. Para mí que viene de gafo (= leproso), un enfermo que siempre ha arrastrado un injusto estigma. Bueno, quizá no haya estigmas justos.
 
Álvaro Gaspar me pone a caldo por mi afirmación de que remitir puede equivaler también a remediar. Así de firme es mi corresponsal: “Remitir tiene varias acepciones, pero en ningún caso remediar. ¿Cómo se atreve a afirmar que irremisible puede también significar sin remedio?... Si grave es jugar con la lengua, mucho más lo es predicar con ligereza sobre conceptos fundamentales desde su púlpito de sociólogo de masas… No tiene usted perdón desde mi punto de vista”. Ignoro qué mosca le ha picado a don Álvaro. Cierto es que remitir significa varias cosas, pero una de ellas es “disminuir o perder intensidad algo, especialmente un síntoma o enfermedad” (acepción sexta, Diccionario de Seco). Luego si se puede decir que “la enfermedad empieza a remitir” es que la cosa tiene remedio, y, si no remite, es porque de momento no tiene remedio, es irremisible o irremediable. No hablo desde ningún “púlpito” ni sé lo que significa ser “sociólogo de masas”. Lo mío es más bien razonar como la gente habla con sus vecinos. Espero algún día alcanzar el perdón de don Álvaro.

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