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EDITORIAL

Alhucemas: una ocasión perdida

Ningún país del mundo, sea cual sea su régimen político, está libre de sufrir catástrofes naturales: inundaciones, sequías, incendios forestales, huracanes, terremotos, etc. Sin embargo, el grado en que las consecuencias de esas catástrofes afectan a la población sí depende en gran medida del régimen político. Otros países del Mediterráneo, como Grecia y Turquía, han sufrido no hace mucho catastróficos terremotos que se cobraron centenares de vidas y dejaron a miles de personas sin techo donde cobijarse. Sin embargo, tanto en Grecia como en Turquía –un país, este último, que es la referencia de modernidad y desarrollo para el mundo musulmán– las autoridades organizaron eficazmente, en general, las labores de rescate y distribuyeron con prontitud la ayuda humanitaria procedente del extranjero; de tal forma que los damnificados, que habían perdido a sus seres queridos y sus bienes, no tuvieran además que pelearse por una manta, por una botella de agua potable, por alimentos o por medicinas.
 
Tanto Grecia como Turquía, a pesar de sus grandes diferencias políticas y culturales, son países democráticos, donde los gobiernos están sometidos al escrutinio y a la crítica de la prensa y de los ciudadanos. Donde las críticas al Gobierno no se pagan con condenas de cárcel. Donde por influyentes que puedan ser las camarillas que se forman al abrigo del poder, nunca son tan poderosas como para evitar que el descontento de los ciudadanos por una mala gestión del gobierno se acabe reflejando en las urnas. No ocurre lo mismo, por desgracia, en Marruecos, donde el rey Mohamed VI, aun a pesar de que se celebran elecciones parlamentarias, conserva los principales resortes del poder Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial. La prueba está en el reciente caso del periodista Ali Mrabet, que fue encarcelado por criticar a Mohamed VI y que sólo gracias a la presión internacional fue indultado y puesto en libertad... a condición de que no volviera a dirigir sus críticas contra el Comendador de los Creyentes.
 
El modo en que las autoridades marroquíes han organizado las tareas de rescate y la distribución de la ayuda humanitaria tras los catastróficos terremotos de Alhucemas contrasta agudamente con lo que puede considerarse normal en países donde imperan regímenes verdaderamente democráticos. Y también chirría si se compara con la propia historia del país vecino. Hassan II, el padre del actual rey de Marruecos y modelo de gobernante despótico, visitó Agadir inmediatamente después del terrible terremoto que destruyó esta ciudad ribereña del Atlántico en 1960 y coordinó personalmente las labores de rescate y la distribución de ayuda.
 
Es imposible saber si Hassan II se habría comportado del mismo modo si ese devastador terremoto se hubiera producido en el Rif. La monarquía alauí siempre ha encontrado una fuerte oposición entre los rifeños –cuyo carácter indómito los españoles conocemos bien–, cuya cultura y origen, al contrario que el resto de los marroquíes, no son árabes. Y la monarquía dictatorial alauí tradicionalmente ha correspondido a la desafección de los rifeños unas veces con la represión y otras –la mayoría– con la más absoluta indiferencia hacia sus problemas y necesidades.
 
Ni que decir tiene que este tipo de discriminaciones y de "castigos" al desafecto jamás podrían producirse en un país democrático, donde no existen los súbditos sino ciudadanos que libremente exigen responsabilidades a sus gobernantes. Ni tampoco podrían producirse las situaciones que, tras los terremotos de Alhucemas, han denunciado tanto algunos medios de comunicación marroquíes, como los rifeños afincados en España y muchos afectados, que han explicado su situación a los medios de comunicación europeos: total abandono de muchas poblaciones afectadas del interior, desvíos de la ayuda internacional hacia el mercado negro, inexplicables dilaciones en la entrega de esa ayuda, caos en la distribución, desórdenes, asaltos a los camiones que la transportan, etc. Porque para un gobernante democrático, el caos y la indiferencia hacia las víctimas supondría el fin de su carrera política.
 
Mohamed VI ha tardado demasiado tiempo en decidirse a visitar el área de la catástrofe. Aunque sólo fuera para consolar a las víctimas y ofrecerles su apoyo. Ha perdido una magnífica oportunidad de ganarse el aprecio de los rifeños y de demostrar que la tan celebrada y aireada apertura y democratización del régimen marroquí es algo más que mera propaganda. En definitiva, ha perdido una magnífica ocasión de demostrarle a la comunidad internacional, a los marroquíes y especialmente a los rifeños que su pretendida voluntad de modernizar y de democratizar el país, de caminar hacia un gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo, de convertirse en un monarca parlamentario, es más poderosa que la voluntad, las fobias y los intereses creados del Majzén.

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