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En julio de 1998, poco antes de la tregua de ETA, y sin que, por supuesto hubiese ninguna coincidencia con este hecho, tres partidos nacionalistas se unieron en la Declaración de Barcelona. Fueron el PNV, CiU y el BNG. La asociación ha permanecido dormida hasta la derrota del PP en las elecciones generales. En seguida, los representantes de los tres partidos se reunieron en Santiago para felicitarse de que ningún partido nacional hubiera obtenido la mayoría absoluta en las Cortes. Lo dijeron en español, la lengua franca que emplean para entenderse, una muestra palmaria de la mentira de la que nacen.
 
Como suele ser habitual en ellos, los separatistas se consuelan mediante la desgracia ajena. El BNG y CiU han perdido un tercio de sus diputados; el PNV sube unos 30.000 votos ganados a los batasunos sin partido pero se estanca en diputados. En vez de preguntarse por qué no avanzan, estos tres partidos se frotan las manos con el nuevo equilibrio en el Congreso. Artur Mas y Josep Antoni Duran prefieren esta situación en vez de otra en la que hubiesen aumentado su representación, pero Mariano Rajoy hubiese obtenido 176 escaños.
 
Los antecedentes de la Declaración de Barcelona provienen de los años 20 y 30, pura modernidad. En 1923, con motivo de la Diada, se reunieron en la capital catalana representantes de Acció Catalana, Estat Català, Unió Catalanista, la Irmandade de Fala de A Coruña, el PNV y la Comunión Nacionalista Vasca. La Lliga de Cambó no quiso participar debido al radicalismo del proyecto. Los participantes, salvo la Comunión, suscribieron un Pacto de amistad y alianza entre los patriotas de Cataluña, Euskadi y Galicia, en el que denunciaban “el régimen impuesto por el Estado español” a sus pueblos y exigían el derecho de autodeterminación. Para conseguir éste, los valerosos nacionalistas estaban dispuestos a “mezclar la sangre en el sacrificio”. En un banquete los delegados vitorearon a sus naciones y también a la República del Rif de Abd-del-Krim, frente a cuyos rifeños morían cientos de paisanos de los nacionalistas.
 
El esperpento de la Triple Alianza contribuyó a la aceptación del golpe de estado del capitán general de Cataluña, dado el 13 de septiembre. En él, Miguel Primo de Rivera contó con la ayuda de los catalanistas de Cambó. Los firmantes de la Triple Alianza, que se encontraban en Barcelona cuando se leyó el bando militar, se limitaron a desaparecer.
 
El Día de Santiago de 1933, se firmó en la ciudad gallega el Pacto de Compostela, escrito en gallego y mantenido en secreto por los separatistas hasta que José Luis de la Granja lo publicó en 1986. Los comprometidos fueron el PNV, el Partido Galleguista, Ultreya, Palestrea, Acció Catalana Republicana y Unió Democrática de Catalunya. Una semana más tarde se adhirieron en Bilbao Acción Nacionalista Vasca, Esquerra Republicana de Catalunya y la Lliga Catalana. En los meses precedentes surgió el nombre de esta organización como un acrónimo de las supuestas naciones que la integraban: Galiza, Euskadi y Catalunya. Los planes de los miembros de Galeusca eran el reforzamiento de la Generalitat catalana, la aprobación de autonomías en Vascongadas y Galicia, la federalización del Estado español y la propaganda exterior.
 
Las diferencias entre los tres nacionalismos (el gallego, muy débil; el bizkaitarra, limitado a un tercio del electorado vasco; y el catalán, hegemónico, pero dividido entre posibilistas y demagogos) impidieron que cuajase Galeusca en la República. Durante la Segunda Guerra Mundial, se trató de reorganizarla y presentarla ante los Aliados como una especie de consejo de pueblos oprimidos por Madrid.
 
Ahora, resurge Galeusca, aunque sin este nombre y es muy probable que otros partidos nacionalistas que entonces se quedaron fuera, como ERC y Eusko Alkartasuna, se vinculen a la Declaración de Barcelona. Aparentemente no debería de haber razones, pues el Estado español es el más descentralizado de Europa. Sin embargo, los nacionalistas son, ante todo, separatistas y han comprendido que sus fines sólo los pueden lograr mediante una acción conjunta en un momento de debilidad nacional, como fueron 1923 y 1933. La lección que ellos no han aprendido es que quienes juegan con fuego pueden quemarse.
 

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