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Amando de Miguel

Hablar para confundir

Lo del nacionalismo produce cascadas de razonamientos. No sé si vamos a entendernos. Por lo menos yo quiero dejar las cosas claras por lo que a mí respecta. Me da pie para ello el divertido comentario de Javier C. Álvarez. Su idea es que el nacionalismo consiste en una especie de contraposición entre las afiliaciones territoriales de uno y las de todos los demás. Así, él se siente de su calle, de su barrio, de Orense, de su “país” (Galicia), de su “país-estado” (España) y de Europa. Supongo que del mundo no se siente partícipe, pues no hay contraposición con otros mundos. Todo eso está muy bien, pero no acabo de ver qué tiene que ver con el nacionalismo. Si fuera solo una cuestión de sentirse de un lugar o de otro, no habría ningún problema. Pero lo cierto es que, allí donde hay nacionalismos, surgen los problemas. Ello es así porque el nacionalismo no es solo identidad sino exclusión. Yo soy castellano pero no castellanista, es decir, no excluyo a los vecinos, ni mucho menos considero que son inferiores. En el fondo de los nacionalismos hay un sentimiento no ya de exclusión, sino de superioridad respecto a los vecinos. Por eso los nacionalitas quieren estar “nosotros solos”. Eso es lo que significa Sinn Féin en gaélico. Para mí, como castellano y español, Galicia o Cataluña son parte de mí mismo. En cambio, un nacionalista gallego o catalán nunca considerarán que Castilla o España son parte de ellos. Quieren estar solos. El problema es que llevan mil años no estando solos. Tendrán que inventarse una Historia que se acomode a sus deseos. Los nacionalismos suelen reinventar la Historia; lo necesitan. El nacionalista no pretende distinguirse del vecino, sino confundirlo.
 
Jorge López vuelve sobre una vieja discusión, si se debe contraponer el “deber ser” (obligación) con el “deber de ser” (probabilidad). Aduce la autoridad de Emilio Alarcos, para quien esa distinción es una tontería académica. La verdad es que en el uso corriente del español la distinción no se mantiene; ni siquiera la siguen muchos escritores de renombre. Lo único que yo digo es que los españoles tenemos la desgracia de confundir el deseo con lo que resulta probable, y, a su vez, con lo que es moralmente exigible. Para deshacer esa confusión sería bueno que nos acogiéramos a esa distinción entre “debe ser” (moralmente) y “debe de ser” (probablemente). Pero, si alguien quiere confundir esos dos planos, está en su derecho. Estamos ante una vacilación léxica más. Lo más divertido es que algunas personas hacen la distinción que digo, pero la interpretan al revés. Es decir, “deber de ser” equivale a obligación moral y “deber ser” a probabilidad. En ese caso la confusión resulta babélica.
 
Me reafirmo en mi idea de que conversamos y discurseamos para tratar de entendernos, pero también para intentar confundir al otro. El hombre habla porque engaña. La mentira es el fundamento y la explicación de la especie humana.
 
 

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