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El socialismo español tiene un problema grave. No distingue la verdad de la mentira. En un país predemocrático y medio analfabeto, como lo era España cuando el abuelo Pablo Iglesias instauró esta conducta, era un asunto menor: lo importante era ganar fieles, no votantes. En una democracia consolidada y moderna, como lo es la española, no distinguir la verdad de la mentira y no saber –literalmente– cuándo se está diciendo la verdad y cuándo la mentira tiene algunos inconvenientes. El caso de Zapatero, que parece mentir sin darse cuenta de ello, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida, lo ilustra estupendamente.
 
Ahora Zapatero sale diciendo que el 18 de mayo, cuando anunció que había dado la orden de retirar las tropas españolas de Irak, él ya conocía la resolución de Irak que se estaba preparando y que ha fraguado ahora, gracias al acercamiento de franceses y norteamericanos. Lo que pasa, sigue diciendo Zapatero, es que no le satisfacía, que no era lo bastante ambiciosa. ¿Por qué? Porque, según Zapatero, no se contemplaba el traspaso del mando de las tropas a manos de la ONU.
 
Bien. Zapatero sabe perfectamente que la ONU no puede en ningún caso hacerse cargo de las tropas que han librado a los iraquíes de Sadam Hussein. No sólo está poniendo, a posteriori, una condición que sabe imposible de cumplir. También sabe que si todos los países con tropas en Irak hubieran hecho lo mismo que él ha ordenado hacer, Irak se habría convertido en el escenario de una guerra civil salvaje, a la que sólo pondría fin, después de una devastación imposible de calcular, una dictadura. En eso consiste la solución que Zapatero propone para Irak: abandonar a los iraquíes al terror, a la guerra y a la tiranía. Nadie apoya esa solución, por así llamarla, ni siquiera los amigos marroquíes de Zapatero, que verían peligrar su propia estabilidad.
 
Además de todo esto, la nueva afirmación de Zapatero es inconsistente con su conducta. Sabiendo que estaba en marcha una nueva resolución Zapatero no perdía nada con esperar a su votación para plantar entonces a la opinión pública la cuestión de la retirada de las tropas españolas. Incluso habría tenido la ocasión de demostrar su ambición, porque hubiera podido influir en la ONU con una fuerza de la que ahora España carece. Eso en teoría. En la práctica Zapatero corría varios riesgos. Primero, podía haber bajas entre las tropas españolas. Esto es lo que da verosimilitud al rumor de las infames negociaciones con Al Sadr, nunca desmentidas por el gobierno de Zapatero. Segundo, habría tenido que tratar como adultos a los ciudadanos españoles. Si las tropas españolas hubieran estado hoy en Irak, la nueva resolución de la ONU habría exigido una posición matizada y compleja al Gobierno de Zapatero. No hubiera tenido que desdecirse obligatoriamente, pero habría tenido que justificar su acción de otra manera, y por supuesto alejarse de la demagogia infantil que en este asunto ha practicado Zapatero desde el primer momento.
 
Finalmente, si Zapatero no hubiera retirado las tropas de Irak, ¿qué podría hoy ofrecer a los votantes españoles? La paralización del Plan Hidrológico, la suspensión de la LOCE, el probable final de la estabilidad presupuestaria, la subordinación a Francia y Alemania en Europa, la promoción de Marruecos como aliado militar de Estados Unidos… Eso y un candidato como Borrell, que tuvo que dejar la carrera a Presidente del Gobierno por sus conexiones con un grupo de estafadores. Muy poco para las verdaderas ambiciones de Zapatero.
 

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