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José María Marco

Colaboracionistas

la afirmación machaconamente repetida de que el Islam es una religión de paz y de tolerancia. Es el mantra de los representantes del Gobierno francés en su peregrinaje por las capitales árabes

La crisis de los dos rehenes franceses está teniendo efectos curiosos. Uno es que los franceses se han visto metidos de lleno en el conflicto iraquí. Como les ha recordado el primer ministro Ayad Allawi, los franceses no iban a salvarse del terror islámico por su neutralidad activa a favor de Sadam Hussein y en contra de la construcción de un Irak democrático. Las amistades peligrosas lo son siempre, y la más peligrosa de todas es ahora el islamismo.
 
Otro efecto es que los terroristas han conseguido reunir en torno a las autoridades franceses, es decir en torno al presidente Chirac, a los musulmanes franceses reticentes ante la legislación laicista de la République. Chirac consigue así otra vez el plebiscito nacional que le llevó al poder en las elecciones de 2000.
 
Pero ese plebiscito no saldrá gratis, como no lo fue el de las últimas elecciones presidenciales. Entonces determinó en muy buena medida la política francesa, que se reafirmó en sus posiciones intervencionistas y estatalistas. Ahora tendrá consecuencias en la cuestión de la integración de los musulmanes y en la actitud de Francia ante los países árabes.
 
Los primeros efectos ya se han empezado a notar. Las autoridades francesas han desplegado todo su arsenal diplomático para lograr la liberación de los rehenes. Y los países musulmanes, y los propios musulmanes franceses, se han volcado en el apoyo a Francia. Han tomado partido quienes en todos estos meses no han abierto nunca la boca ante atrocidades parecidas. Al Jazeera emite comunicados de condena y Tarik Ramadan, el delirante portavoz islamista y escritor en francés, habla de un "horrendo chantaje".
 
Las autoridades francesas condenan el atentado, pero lo hacen en tono menor. Lo que se escucha muy bien, en cambio, es la afirmación machaconamente repetida de que el Islam es una religión de paz y de tolerancia. Es el mantra de los representantes del Gobierno francés en su peregrinaje por las capitales árabes. Las autoridades francesas siguen el guión marcado por Ramadán: los problemas de los musulmanes franceses sólo se solucionarán mediante un diálogo abierto y democrático.
 
En apariencia, el Gobierno francés defiende el laicismo republicano. En la práctica, los franceses se han rendido al islamismo. Dan la derrota por descontada y aceptan ya las condiciones que se les están imponiendo. Todo en nombre de la salvación de los valores republicanos.
 
Hay un precedente egregio para este doble juego. Fue la actitud de la sociedad francesa durante la ocupación alemana. También entonces la clase política y la inmensa mayoría de los franceses se dieron por derrotados. Aceptaron lo que les impusieron los alemanes con alivio y en más de un caso con esperanza. Lo hicieron para salvar la República. Y esperaban que su derrota significaría la derrota de los demás, en particular de Inglaterra.
 
Sabemos cómo acabó aquello. Gran Bretaña tuvo el mal gusto de no rendirse y Francia acabó siendo liberada por los ingleses y los norteamericanos (los soldados y los contribuyentes). Por la actitud actual de los ingleses y los norteamericanos, no parece que esta vez a los franceses vaya a ir a liberarlos nadie. O sí: las huestes de Zapatero, con Bono de abanderado. Claro que entonces se trataba de echar a Pétain, y ahora ZP y los suyos irían al rescate de quien se ha prestado al mismo juego que el viejo Mariscal: Chirac.

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