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Guillermo Rodríguez

Las discográficas quieren más, siempre más

Al igual que el enfermo que decide echar una partida a la ruleta rusa, las discográficas se decantan por pegarse un tiro en la cabeza proponiendo incrementar el precio de los temas que se venden en la Red

Un enfermo está todo el día lamentándose de que su achaque va a acabar con él. Entre dolor y dolor no se le ocurre mejor forma de pasar el tiempo que jugar a la ruleta rusa. Apunta el cañón a su sien. Dispara. Y muere. Pocos lamentarían su fallecimiento, menos aún creerían los lamentos del enfermo cuando aseguraba que no quería morir.
 
La industria discográfica se encarga de recordarnos todas las semanas –sea mediante noticias tramposas o denuncias imposibles– que su negocio se encuentra en coma profundo. Sólo la responsabilidad de los consumidores ayudará a su recuperación, dicen. Tendremos que volver a desembolsar 18 euros por adquirir un disco que, gracias a Internet, nos sale infinitamente más económico. A pesar de ello, muchos usuarios deciden contribuir a la buena salud de la industria musical comprando canciones a través de tiendas online como iTunes o Napster. Aunque rompen la línea de negocio tradicional –de la venta de discos se pasa a la de canciones–, contribuyen a que el sector recupere el color y cierta vitalidad. Pero, al igual que el enfermo que decide echar una partida a la ruleta rusa, las discográficas se decantan por pegarse un tiro en la cabeza proponiendo incrementar el precio de los temas que se venden en la Red. La cantidad ingresada les parece insuficiente. Quieren más. Como siempre.
 
Hechos como este deberían convencer a los defensores de la industria de que el futuro de la música, al contrario de lo que nos quieren hacer ver, no les interesa lo más mínimo. En realidad lo que más temen es llegar la situación en la que ya no sean necesarias. Cuando un internauta compra un tema en una tienda como iTunes paga 99 céntimos. Más del 60 por ciento va a parar a las arcas de las discográficas. Aun así no es suficiente. Dicen que esta cifra es mucho menor de la que reciben por las descargas de tonos para móviles. Por supuesto les da igual que el coste por melodía pueda catalogarse de robo a mano armada. Su intención es trasladar ese robo al sector de la música digital.
 
El caso también refleja la torpeza de la industria para detectar hacia dónde se mueve su propio mercado. El año pasado se vendieron más de 200 millones de canciones a través de Internet en Estados Unidos y Europa, según cifras de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI). Esta cantidad superó diez veces la obtenida en 2003, cuando se cerró con 20 millones de canciones comercializadas. La consultora Jupiter Research considera que el sector duplicará en 2005 lo facturado el año pasado, un previsión muy similar a la que realizó el en 2003. Ya entonces, si no mucho antes, las discográficas deberían haber reaccionado.
 
No hay que ser un experto, ni un consultor, ni un pirata musical para vaticinar hacia dónde se encamina el futuro que quiere dibujar la industria de la música: subir el precio de las canciones es un disparo en la sien de las discográficas. Cuando a los usuarios se les suba el precio de las canciones por encima de la cifra psicológica de un euro, dejarán de comprarlas. Las discográficas, tan dormidas, deberían darse cuenta de que cualquier persona con un ordenador y una conexión a Internet tiene una alternativa suficientemente atractiva como para dejar de pagar por la música: las plataforma P2P siguen y seguirán ahí. Y siguen y seguirán siendo gratuitas.
 
No estaría de más que los máximos responsables de la industria relean el estudio The Darknet and the Future of Content Distribution, elaborado por un grupo de cuatro científicos para Microsoft allá por 2002. En él se decía que los intentos por frenar el intercambio de canciones en las redes de intercambio jamás darán resultado. El tiempo (y la lógica) les está dando la razón.
 

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