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Guillermo Rodríguez

¡Larga vida a la piratería!

Hoy todo sistema puede burlarse, todo programa es susceptible de ser pirateado. Y así seguirá siendo mientras existan centenares de hackers ansiosos de solventar la más mínima protección.

El lanzamiento de un nuevo sistema operativo le reporta a Microsoft, sí o sí, ingentes ingresos. Tantos como para conformar la columna vertebral económica de una de las compañías más boyantes del mundo. Sin embargo, no son todos los dólares que deberían o que le gustaría a Bill Gates. Una gran mayoría de usuarios no está dispuesta a desembolsar los muchos euros por una versión de XP. Tampoco lo estarán cuando llegue a las tiendas Vista, el OS más robusto del planeta, según Microsoft. No quieren gastarse el dinero simple y llanamente porque lo pueden encontrar gratis. Ayer, hoy, mañana... y siempre.
 
Sin embargo Microsoft se ha empecinado, con toda razón empresarial, en mitigar en la medida de lo posible el pernicioso efecto que le causa la distribución ilegal de copias piratas de su sistema operativo. Para ello implantó una nueva tecnología que obliga a los usuarios a verificar que su copia es legal cada vez que quieren descargar alguna actualización, excepto las relativas a la seguridad.
 
Sólo un día después, el férreo sistema había sido burlado. Los detalles sobre qué hacer para horadar el sistema de protección aparecieron publicados en cientos de páginas web. En 24 horas se destrozó el trabajo llevado a cabo durante largos meses. No es la primera vez. Tampoco será la última.
 
Y no es que en las oficinas de Microsoft se haga el trabajo mal. Es que hoy todo sistema puede burlarse, todo programa es susceptible de ser pirateado. Y así seguirá siendo mientras existan centenares de hackers ansiosos de quebrantar la más mínima protección. De igual forma, no importará que se cierren los programas que permiten el intercambio de archivos. Si se clausura Napster, como se hizo hace unos cuantos años, aparecen decenas de réplicas mejoradas. Esa es la realidad a la que deben enfrentarse las compañías que hoy quieren cobrar por contenidos en Internet.
 
En realidad todo se resume y se amplifica en el viejo dicho de "hecha la ley, hecha la trampa". Y no sólo afecta a programas informáticos o archivos en Mp3 o AVI. La multimillonaria escritora J.K. Rowling debe vivir con cierta angustia –ella, a la que le gusta tenerlo todo atado y bien atado– cómo se están propagando por Internet traducciones de su último Harry Potter no sólo antes de su publicación oficial, sino mucho antes de que el traductor local se haya puesto manos a la obra. Ya ha pasado en China y, más recientemente, en Alemania. Al margen de que, como era previsible, al día siguiente de su lanzamiento en todo el mundo (sólo en inglés) la novela fuera el archivo más preciado en las redes P2P. No sólo eso: 12 horas después también circulaba un archivo de audio de la última parte de la saga.
 
De la misma forma que se pueden mitigar los robos de coches, que no eliminar, nada ni nadie va a parar a la piratería. Porque es imposible. A las empresas, creadores e intermediarios no les queda más remedio que convivir con ella. Por mucho que les pese.

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