No se sabe qué es peor en el zapaterismo: la incompetencia de los gobernantes o la frivolidad terrorífica de los asesores institucionales que se busca para redondear sus desaciertos. Peor que Alonso es Peces Barba; peor que Caffarel, los sabios del Pirulí; peor que López Aguilar es Rubio Llorente, que desde el Consejo de Estado debería poner mesura y reflexión en el peligrosísimo trance desconstituyente que padecemos pero hace justo lo contrario. Es un bombero pirómano, un zorro al cuidado del gallinero, y ya el viejo refrán cuadró como el summum del despropósito “poner la zorra a guardar gallinas”. Si, además, el gallinero está rodeado de zorros, linces y lobos, se comprenderá la gravedad del caso.
Hay quien ve en Rubio Llorente un personaje semejante a Herrero de Miñón: un gran talento jurídico puesto al servicio de las causas más innobles. Otros lo consideran el clásico intelectual universitario, frívolo y desvergonzado, dispuesto a justificar con volatines teóricos cualquier cosa que se le ocurra al Gobierno, un carquiprogre que une a la vanidad intelectual la irresponsabilidad más absoluta. Yo creo que es bueno que haya destapado el frasco de una esencia sin vergüenza, un hediondo perfume antinacional y, por ende, anticonstitucional. Así se percatarán muchos del peligro que tiene el personaje.