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Pablo Molina

El viajante

Zapatero afirma que su éxito de ventas contribuirá a pacificar la zona –conociendo sus luces es hasta probable que lo crea sinceramente–, ignorando que, como decía Pascal, todos aquellos que quieren ser el ángel, acaban convirtiéndose en la bestia

El personaje encarnado por José Sazatornil en la película de Berlanga “La Escopeta Nacional”, hereu de una dinastía de comerciantes, lo tenía claro: viajantes y comisión; la mejor forma de expandir la empresa.
 
Algo así ha debido pensar nuestro presidente por accidente, salvando las lógicas distancias con el magnífico actor español (a favor de éste último, naturalmente), pues esta semana ha cogido el maletín con el muestrario y ha cruzado el charco para iniciar una prometedora relación comercial con el régimen de Hugo Chávez, uno de sus principales referentes en el terreno de la moral política.
 
El socialismo español se reconoce fascinado por las últimas excrecencias del marxismo en el poder, caso de Cuba, pero cuando los tiranos disponen además de una abultada billetera, el entusiasmo directamente se desborda. Por ejemplo, a ZP no parece importarle siquiera que el partido socialista venezolano, compañero del PSOE en la internacional socialista, considere Chávez un gobernante ilegítimo o que sus dirigentes rechacen acudir al encuentro del presidente español con opositores del régimen. O que en la web del partido representante del socialismo en Venezuela se incluyan gravísimas acusaciones de fraude electoral, perpetrado por Chávez en el referéndum del 15 de agosto pasado para revocar su mandato. El chavismo, afirman los socialistas, ha sumido al país en «la más espantosa crisis que hubiese padecido la República en toda su existencia». Pero nada de esto hace mella en la dura coraza ética de ZP pues, en última instancia, «Rodríguez Zapatero representa la misma ideología neo izquierdista que Hugo Chávez. No hay diferencias de grado, ni de magnitud». De hecho, a juzgar por el arrobo intelectual con el que el gobierno español suele tratar al régimen venezolano y su propia ejecutoria más reciente, si pudiera, Zapatero probablemente gobernaría como Chávez.
 
Lo sarcástico de todo este asunto –el socialismo es incoherente hasta en sus errores– es que ZP, apóstol de la paz perpetua, del desarme mundial, defensor de combatir al terrorismo con cariño y subvenciones, ha devenido proveedor de armamento pesado a granel, por más que la patética verborrea progre intente hacer pasar las embarcaciones de guerra que va a vender a Chávez como una pocholada de barquitos de recreo.
 
Zapatero afirma que su éxito de ventas contribuirá a pacificar la zona –conociendo sus luces es hasta probable que lo crea sinceramente–, ignorando que, como decía Pascal, todos aquellos que quieren ser el ángel, acaban convirtiéndose en la bestia. El material de guerra que España vende hoy a Venezuela, acabará convirtiéndose en un elemento más de inestabilidad en la zona, por la sencilla razón de que está siendo entregado a un gobernante rematadamente chiflado, capaz de agredir militarmente a sus vecinos tan pronto encuentre la ocasión precisa o la presión opositora del interior le obligue a protagonizar un episodio violentamente demagógico para neutralizarla. Pero para la izquierda todo vale, pues jamás se enfrenta a las responsabilidades que contrae con sus acciones y si alguna vez estalla el conflicto siempre habrá tiempo para echarle la culpa a, pongamos, los Estados Unidos.
 
Pues eso, no a la guerra.

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