La prensa del jueves informaba con todo lujo de detalles acerca de la inauguración de una exposición de Einstein en España. El asunto me interesó al instante, porque asocié el nombre del inventor de la teoría de la relatividad a la crítica que le hizo Ortega en su primer año de exilio en París. Nada tenía que ver el reproche político que lanzó Ortega al judío alemán, en 1937, con su invención física, sino con el compromiso, o peor, con la frivolidad exhibida por algunos intelectuales, entre ellos Einstein, a la hora de comprometerse políticamente con un régimen que obligaba por la fuerza a sus intelectuales a firmar manifiestos de adhesión al gobierno de la República. Picado por la curiosidad, o sea, por ver si había recogido algo de este lamentable suceso, que tuvo lugar en julio del 36, curiosamente, en el mismo lugar donde ahora se recordaba la importancia de la teoría de la relatividad de Einstein y su viaje a España en el año 1923.
Estimulado por la asociación de ideas. Me fui para la colina de los chopos. Además, bueno sería para mí, me dije, visitar una institución de la que uno está muy alejado. ¡Cómo explicar esta distancia! No lo sé. El paseo hasta llegar a la colina de los chopos, donde esta la Residencia de Estudiantes, se me hizo pesado. El calor era sofocante. Agradecí, pues, entrar en el recinto fresco y tranquilo de la exposición, que al principio me pareció graciosa y voluntarista, pero después sólo me pareció correcta. Y, más tarde, tendenciosa. La primera parte de la exposición es muy convencional, incluso antigua. Sin aristas. Sin vida. Para salir del paso, aunque está patrocinada por altísimas instituciones de España. Y, encima, no había nada de lo que yo buscaba. ¡Entendí enseguida por qué hacia tiempos que no visitaba la Residencia de Estudiantes!