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Amando de Miguel

Lenguas regionales

Sobre la cuestión del bable o lengua asturiana me llegan muchas docenas de correos. Muchos son para protestar de la tontería que supone institucionalizar una lengua inexistente. Jesús Sarmiento acompaña el dato de que muchos locales comerciales de Oviedo “lucen una @ que significa que en ese comercio se habla asturiano”. Opino que, mientras se mantenga como “habla”, lo del bable puede pasar. Lo que no puede ser es que desplace a la verdadera lengua asturiana, que es el castellano o español. También lo es de una veintena de países en América.
 
Luis Alfonso Rodríguez de Trio y Pérez cuenta los esfuerzos oficiales de hace años por adaptar los letreros callejeros a la “llingua asturiana”. Así, en Vegadeo, justo en la raya de Lugo, si se venía de Oviedo, el letrero del pueblo era Veiga d’Eo; si se bajaba de la montaña, aparecía como “A Veiga”. En las cabinas de teléfono de Vegadeo las “25 pesetas” se habían traducido por “5 pesos”.
 
Eduardo Bono (Asturias) me escribe: “Con tol mio respetu nun tin idea de lo que fala. La mio Llingua tien una Academia, una tradición literaria y unos emportantisimos narradores y ensayistas. Amás tenemos dos periódicos ni Asturianu y ta metío nos escueles a tolos niveles”. Reconozco mi ignorancia.
 
Raúl Fernández ilustra mi ignorancia sobre la literatura asturiana. Parece ser que Antón de Marirreguera (siglo XVII) tradujo al asturiano algunos poemas mitológicos. Luego está la traducción al asturiano que hizo García-Rendueles del Evangelio de San Mateo (siglo XIX). Don Raúl certifica así que el asturiano posee una notable creación literaria. Acojo con sumo gusto esa aportación. José Luis Piquero añade que actualmente se producen 80 libros anuales en asturiano.
 
Debo advertir que la verdadera vitalidad literaria de una lengua no está en las obras que publica sino en las que se traducen de esa lengua a otros idiomas. En el concierto de las lenguas de comunicación el idioma español se distingue por traducir mucho de otras lenguas y por ser traducido muy poco. Hay otros medidores de la vitalidad literaria de un idioma: los premios Nobel de Literatura que ha recibido y las referencias de las obras literarias de ese idioma en la Enciclopaedia Britannica. Aplicando esos indicadores, se comprueba que la vitalidad del español es baja (en relación al inglés, francés o alemán). La del asturiano es ínfima, y bien que lo siento. No digamos la de la “lingua zamorana”. Supongo que esa supuesta “lingua” de mi tierra no pasa de una lucubración de tertulia.
 
Raúl Hernández y otros libertarios curiosos me piden más datos sobre el chapurriau. Es un habla local de algunos pueblos de Teruel que lindan con Tarragona. Mezcla palabras castellanas y catalanas. En muchas partes del mundo se da esa mezcla de hablas: el pichinglis o pidgin, los distintos criollos (creoles o crioulos, papiamento, chabacano). No suelen ser idiomas propiamente dichos, en el sentido de que no se escriben, no tienen literatura.
 
Ángel Gil Sarabia suele utilizar los términos Vascongadas y vascuence, pero se ve tachado de “fascista” entre otras lindezas. Es injusta esa reacción. Las tres provincias vascongadas lo han sido desde la Edad Media, siempre dentro de la corona de Castilla. El resto de las “provincias” españolas no lo fueron definitivamente hasta el primer tercio del siglo XIX. Así pues, las Vascongadas es para mí un título de honor, un reconocimiento a una tradición casi milenaria. En cambio, Euskadi es un neologismo que tiene poco más de un siglo. Pero, además, las Vascongadas es un término más generoso que alude a lo que hoy llamamos “sociedad civil”. En cambio, Euskadi significa estrictamente “Estado vasco”. No es inocente la sustitución de la sociedad por la ortopedia estatal. Ya Franco quiso introducir “Estado español” en lugar de “España”. No lo consiguió. Paradójicamente, lo han logrado las huestes de la izquierda nacionalista, y ahora ya prácticamente casi todas las llamadas fuerzas políticas.
 
Javier Carrascón Garrido (Madrid) se hace esta pregunta: “¿Por qué todos los nacionalismos, más o menos desarrollados, tenderán a la iracundia, Dios mío?”. Es a propósito de los comentarios que recibo sobre las lenguas regionales. Lo malo es que no sienten ninguna verecundia por la tal iracundia. ¡Con la enjundia que tiene la facundia en torno a las lenguas!

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