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Gina Montaner

Un cuento chino

La Hillary Clinton de 2009, obedeciendo órdenes de Washington, nada tiene que ver con la que en 1995 provocó un verdadero revuelo cuando pronunció un encendido discurso en Pekín a favor de las libertades y el derecho a reunirse.

En su nuevo papel de secretaria de Estado, Hillary Clinton ha viajado a China, donde, siguiendo la línea pragmática y de realpolitik que quiere imponer la Administración Obama, ha hecho lo imposible por desmarcarse del compromiso con los derechos humanos.

Nada más bajarse del avión oficial, la esposa de Bill Clinton, poco habituada a ser lisonjeada por sus encantos, se llevó una grata sorpresa: según ha informado el corresponsal del New York Times en Pekín, un prominente miembro del Consejo de Estado chino, Dai Bingguo, le dijo "En persona luce mucho más joven y guapa que en la televisión". A partir de ese momento a la señora Clinton se le dulcificó el gesto adusto y, olvidándose de su discurso feminista, optó por considerar galantes las palabras de Bingguo, y no un comentario machista que consiguió desarmar por la vía del halago fácil a una mujer despechada que aún no se ha repuesto de las infidelidades de su marido.

Con los sentidos desarreglados por el requiebro, Hillary Clinton ya no atendió a verdades de peso como la persecución a la disidencia, sino a intereses de Estado para amarrar acuerdos comerciales con el gigante asiático en un momento en el que Estados Unidos, sumido en una fuerte recesión económica, ve en los chinos una tabla de salvación. Esta Administración, como la anterior bajo George W. Bush, continúa viviendo la fantasía de que el régimen de Hu Jintao va a cumplir las reglas de los protocolos internacionales en lo referente a las emisiones de gas y el control de calidad de los productos que exportan, casi todos altamente tóxicos y envenenados con plomo y melamina. Al Gobierno chino, ajeno al voto de castigo en las urnas, le basta con ejecutar a uno de sus ministros cada vez que estalla un escándalo por los cientos de muertos y víctimas contaminadas en Occidente que caen como moscas después de comprar en un establecimiento de "Todo a 1 Euro".

Hillary Clinton dejó claro durante su visita que el espinoso tema de la violación de los derechos humanos no debía interferir con la voluntad de "promover las relaciones bilaterales en la nueva era". Una vez más, los activistas de Amnistía Internacional y Human Rights Watch perdieron el tiempo rasgándose las vestiduras por la ocupación del Tibet y el desinterés de Clinton por la oposición. Lo cierto es que ni siquiera protestó contra las redadas y los arrestos domiciliarios que las autoridades efectuaron antes de su llegada a un Pekín con la cara lavada y remozado después de la mascarada que fueron las olimpiadas del pasado verano.

La Hillary Clinton de 2009, obedeciendo órdenes de Washington y obnubilada por las galanterías del tal Bingguo, nada tiene que ver con la que en 1995 provocó un verdadero revuelo cuando, en calidad de primera dama, pronunció un encendido discurso en Pekín a favor de las libertades y el derecho a reunirse, organizarse y debatir abiertamente. Fue tal el escándalo, que la televisión estatal china interrumpió la emisión de su intervención en la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer.

¿Qué puede sentir un disidente encarcelado cuando su causa es percibida como una molesta traba para proseguir con los dineros de los negocios y el galimatías del cambio climático? ¿Cómo explicarle al individuo encerrado por sus ideas que hay asuntos más urgentes que la libertad del hombre? Hillary Clinton se ha atrevido a decirlo sin sonrojarse. Sólo los piropos le sacan los colores a la nueva jefa de la diplomacia estadounidense en la era de Obama.

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