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Cristina Losada

Polanski, arte y violación

No ha podido faltar nuestro Almodóvar entre los que piden bula para Polanski. Ahí, dispuesto a condonar un delito de pederastia y aquí, adepto a la causa zapaterina y garzonita de castigar crímenes de la Guerra Civil de uno de los bandos.

Un centenar de cineastas e intelectuales, si es que hoy debemos separar ambas categorías, han dado un paso al frente por un hombre acusado de drogar y violar a una menor. Naturalmente, no harían tal cosa por cualquiera. Se pringan por un director de cine de "reconocido talento", como señalaría Kouchner, ministro de Exteriores de Francia, muy contrariado por la detención de Roman Polanski en Suiza. He aquí a nuestra vieja conocida, la doble vara de medir, con ropaje diferente. Ese "no importa qué crimen, sino quién lo comete", tantas veces aplicado en función de la complicidad política. El talento artístico ocupa, en este caso, el lugar de aquélla. El afortunado que disponga de ese don está por encima del bien y del mal. Es un pequeño dios y los humanos no pueden juzgarle.

La justicia norteamericana aún puede juzgarle menos. El hecho de que persistiera en su afán de detener al cineasta durante treinta años repugna a esas almas sensibles como no les repugna la violación por la que se le persigue. Agua pasada. Al ministro de Cultura francés, un Mitterrand para más señas, le da miedo esa América que no ceja en su intento de llevar al presunto delincuente hasta los tribunales. A mí me reconforta. Pero en el universo del séptimo arte y aledaños estelares hay quienes quieren para sí parámetros morales y judiciales distintos a los comunes. Se toman por una nueva aristocracia y lo son, en cierto modo. Hasta reclaman que los festivales de cine sean espacios donde el delincuente permanezca a salvo de la ley, como las iglesias en la Edad Media. En su defensa de Polanski resuena, sí, el eco del derecho de pernada.

No ha podido faltar nuestro Almodóvar entre los que piden bula. Ahí, dispuesto a condonar un delito de pederastia y aquí, adepto a la causa zapaterina y garzonita de castigar crímenes de la Guerra Civil de uno de los bandos. No se puede esperar mejor criterio del manchego, pero resulta decepcionante que figuras de talla intelectual sostengan que el talento de Polanski le exonera de rendir cuentas ante la justicia. Despojado de retórica de distracción, el mensaje de los paladines del confeso violador –¿o le arrancaron la confesión con torturas?– es tan crudo como éste: niñas, si abusa de vosotras un gran artista, ¡dar las gracias! Pronto habrá que considerar el arte de la violación.

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