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Cristina Losada

Vergüencita española

Un partido que siempre se pone de único y verdadero representante de la España moderna y sofisticada frente a una supuesta España atrasada y paleta, ha protagonizado los actos más chabacanos.

Un partido que siempre se pone de único y verdadero representante de la España moderna y sofisticada frente a una supuesta España atrasada y paleta, ha protagonizado los actos más chabacanos.
María Jesús Montero, saluda a un grupo de militantes manifestandose en Ferraz. | EFE/ Rodrigo Jiménez

Cómo nos ven desde fuera sigue siendo, en España, asunto importante. A lo que se diga de sus políticos y su política en el foro internacional se le tiende a prestar una enorme atención, como si se buscara fuera la bendición o la maldición definitivas sobre lo que pasa dentro. De ahí que el ministerio de Exteriores no tardara nada en hacer llegar a la prensa, tan cuestionada por el propio Sánchez, noticias sobre el apoyo internacional al afligido que deshojaba la margarita de la dimisión. Qué mala idea tuvo Albares. Empezaron con Lula, con Petro y con Edi Rama, el de Albania, antiguo baloncestista y hombre clave para que Sánchez ocupe la presidencia de la Internacional Socialista. Empezaron con ellos y prácticamente terminaron con ellos. Poco más hubo, Grupo de Puebla aparte.

Del entorno europeo sumaron al candidato del Partido de los Socialistas Europeos a las elecciones de junio y al presidente del grupo, Stefan Löfven, lo cual obedecerá a la solidaridad desinteresada entre miembros de la misma familia política, pero también, quién sabe, a la circunstancia de que los socialistas españoles son la mayor delegación nacional en ese grupo. Por eso un español como Borrell ha presidido la Eurocámara. Löfven puso en su mensaje estas líneas: "sabemos que Begoña defenderá su honor y cooperará plenamente para clarificar los hechos y defenderse de las acusaciones". Qué maravillosa ingenuidad sueca.

Los líderes de otros países europeos, entretanto, estaban mirando las portadas de los periódicos más importantes, y lo que veían era como para quedarse prudentemente callados. De una o de otra forma, todos deslizaban la idea de que Sánchez sopesaba dimitir porque había acusaciones de corrupción contra su mujer. Y cuando aparece la palabra "corrupción" unida al nombre de un gobernante —¡de la Europa del Sur!—, no hay nadie que quiera mojarse: nadie, es decir, que ocupe puestos de la máxima responsabilidad en democracias donde la sospecha de corrupción lleva a dimisiones inmediatas o, si no, al compromiso de aclararlo todo, como decía el ingenuo Löfven.

Si los líderes hubieran seguido en detalle el resto de la secuencia, habrían visto cosas sorprendentes y espeluznantes: un comité de dirección de un partido reconvertido en sesión de llantinas y rogativas; ministras de un Gobierno dándose furiosos golpes de pecho; un delirio de masitas enfervorizadas y conmocionadas por si se quedaban huérfanas de padre. De haber visto todo esto, que fue lo que vimos nosotros, se recogerían doblemente en el silencio, con más asombro. Y no sé qué pensaron cuando, tras redoble de tambores y minutos de suspense, el afligido, curado milagrosamente de su aflicción, anunció que se quedaba y puso fin al primer acto de la farsa. No sé que pensaron, pero no pudo ser muy piadoso, porque los titulares seguían llevando la palabra "corrupción", añadían "restricciones a la prensa" y en comentarios y editoriales le sacudían a Sánchez.

Qué tremenda ironía, qué incongruencia más brutal. Un partido que siempre se pone de único y verdadero representante de la España moderna y sofisticada frente a una supuesta España atrasada y paleta, ha protagonizado los actos más chabacanos y arrabaleros que se recuerdan. Resulta que los siempre raudos en excitar la vergüenza española, son los palurdos más ordinarios que tenemos en la península ibérica. Dieron —y nos dieron— vergüenza.

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