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Agapito Maestre

Entre la virilidad y la frivolidad

A la casta política española le cuesta diferenciar entre una asociación normal y una "banda de malhechores". La situación que viven, o mejor, de la que ellos se nutren les impide hacer distingos morales.

Los políticos españoles son los más modernos de Europa, si por tal entendemos dejar a un lado la Justicia para centrarnos en el Poder como Instrumento o "Fuerza". Los políticos españoles son, en efecto, los más modernos, porque han abandonado definitivamente el ejercicio de la justicia, como un valor sustantivo de la vida pública, para preocuparse únicamente del uso exclusivo de la Fuerza, que naturalmente ejercen, en primer lugar, para blindarse de cualquier posible crítica de los ciudadanos y contribuyentes.

La fidelidad a los principios y a los hombres, el coraje para llevar a cabo un tarea en común, el cultivo de la sabiduría por encima de cualquier otro valor, la honradez y, en fin, la prudencia de quien sólo se preocupa por lo común a todos los ciudadanos, valores todos ellos de la Antigüedad, del mundo clásico, han sido sustituidos por la flexibilidad y el relativismo, cierta capacidad de trabajo en equipo o "camarilla" y, sobre todo, capacidad de imponerse al resto de los mortales, es decir, ejercer el poder a través del "monopolio legítimo de la violencia", como diría el gran Max Weber. Y, en verdad, que ese poder lo ejercen con implacable rigor, especialmente cuando alguien trata de fiscalizar sus sueldos y múltiples prebendas; en España, en verdad, nadie sabe con precisión lo que cobra un político electo en cualquiera de las administraciones del Estado, a pesar de que todo sale del bolsillo de los contribuyentes.

Así las cosas, yo no tacharía el comportamiento de nuestros políticos de desvergonzado. Eso es poco; pues que sus maneras de acumular "dinero" sin que nadie pueda controlarlos, a veces, está limitando con los procedimientos silenciosos de determinados grupos mafiosos. Me cuesta hallar el nombre exacto del proceder de los políticos a la hora de ocultar sus "soldadas", o mejor, sus abultadísimas soldadas, si nos fijamos en lo poco que hacen. ¿Dónde situar al político español, por ejemplo, entre la virilidad de la guerra y la frivolidad en el deporte? No tiene lugar, porque él los ocupa todos. Su vacuidad infundada nos confunde, pero, por desgracia, la fatuidad del político español sólo tiene un objetivo: robar al contribuyente.

A la casta política española le cuesta diferenciar entre una asociación normal y una "banda de malhechores". La situación que viven, o mejor, de la que ellos se nutren les impide hacer distingos morales. Democráticos. La casta política española nada con desparpajo en el pantano de la corrupción. Más aún, la casta política es en sí misma, dicho hegelianamente, un metasistema corrupto sin el cual sería imposible el funcionamiento del sistema político. A esta conclusión llegué hace algún tiempo;Contra los políticos, un gran libro de Gabriel Albiac de hace un año, y otro reciente, de signo menos filosófico pero no menos atractivo, desde el punto de vista periodístico,La Casta, de Daniel Montero, me confirman en mi tesis.

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