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Agapito Maestre

Tocados

Los periodistas españoles, en general, hacen su trabajo como actos de servicio al mortecino "sistema democrático". Eso es todo. Ayer sirvieron a Franco y hoy se arrodillan ante sus hijos. Es la repetición de lo idéntico.

Da igual sobre lo que escriban. Están contaminados. Justifiquen como quieran su postración ante el poder. Están contaminados. Los editores y periodistas que acompañaron a Zapatero en su viaje a EEUU no tienen un pase. Están contaminados. Alejémonos de ellos.

He ahí una opinión muy extendida sobre el vulgo u "opinión pública". No la comparto. Me parece muy optimista. Además, antes que estos periodistas, ya habían asistido otros muchos de sus compañeros a este ritual de Washington u otros similares. No, no es, ciertamente, ése el problema. ¡Y que más da una columna de Carlos Herrera, o de Pedro J. Ramírez, o de cualquier otro, sobre las bondades de Rodríguez Zapatero en el día de la Oración de Washington! ¡Qué poder tienen los cariñosos chistes de Herrera o las larguísimas sábanas de Ramírez sobre el resto de los españoles! ¡Dudo, sí, del poder espiritual de estos periodistas! Dudo del periodismo.

En fin, ¿quiénes toman en serio la opinión de estos u otros periodistas y, sobre todo, cuáles son sus referentes de sentido político y partidario? Este es el asunto político de fondo: ¿Tienen o no tienen credibilidad los periodistas españoles que hablan bien o mal, en corto o en largo, de los poderosos que controlan las instituciones públicas? Tiendo a pensar que, a pesar de las diferencias entre unos y otros periodistas, son muy pocos los que en España ejercen influencia sobre las elites políticas e intelectuales y, por supuesto, sobre la ciudadanía más desarrollada política y moralmente. Por eso, muchos españoles saben que la prensa está al mismo nivel que la política. Agoniza. Triste y aburrida. La prensa, como la política, empieza a producir hastío. El análisis político escasea. Es flojo de remos. Es tan débil como las medidas imprecisas del Gobierno para atajar la crisis. Nuestro periodismo político no es animal digno de ser lidiado. Que lo devuelvan al corral, dirán los lectores más críticos. Tienen razón.

Y, sin embargo, no nos engañemos con el futuro, pues que la prensa de hoy quizá sea tan plana como la de ayer. La prensa española está en una crisis profunda. Ha sido restringida a la mera repetición de los peores rituales de una "historia" española agónica. Los periodistas, sin embargo, sobreviven, incluso algunos se enriquecen al lado del poder. Excepto unos pocos, muy pocos, que son ninguneados, perseguidos y represaliados, los periodistas españoles, especialmente los "creadores" de opinión, están muy bien vistos por los poderosos, precisamente porque no crean apenas opinión. O, sencillamente, repiten las consignas del PSOE, del PP y de los nacionalistas. Naturalmente, cuando aparece un periodista libre, alevosamente independiente, es decir, con criterio razonablemente evolutivo, los editores se lo quitan de en medio cuanto antes. Los periodistas españoles, en general, hacen su trabajo como actos de servicio al mortecino "sistema democrático". Eso es todo.

Ayer sirvieron a Franco y hoy se arrodillan ante sus hijos. Es la repetición de lo idéntico.

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