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Tres años después de su muerte

Amparo Muñoz pagó su vida en el pozo de la droga

En la lista de sus amores: Máximo Valverde, Patxi Andión, Elías Querejeta…

En la lista de sus amores: Máximo Valverde, Patxi Andión, Elías Querejeta…
Amparo Muñoz | Archivo

Tres años se han cumplido de su trágica muerte quien era considerada una de las mayores bellezas españolas, que llegó a rodar una treintena de películas a las órdenes de directores de prestigio, caso de Mamá cumple cien años, de Carlos Saura; Dedicatoria, de Jaime Chávarri; Hablamos esta noche, de Pilar Miró; Familia, de Fernando León de Aranoa… Tuvo en sus manos la popularidad, el prestigio del cine, dinero suficiente para mantener un elevado nivel de vida. Y lo tiró todo por la borda, a causa de su insuperable adicción a las drogas. Se llamaba Amparo Muñoz Quesada y ahora estaría a punto de cumplir sesenta años.

La conocí al final del verano de 1973, a poco de llegar a Madrid tras ganar el concurso de Miss España. Se convirtió en actriz de cine por casualidad, cuando lo único que pretendía era ganarse la vida como modelo. Era simpática, sencilla, llena de encanto. En el tiempo en el que meditaba su futuro y era invitada muchas fiestas una "madame" le propuso dedicarse a la prostitución en calidad de acompañante de "alto standing". "Ganarás mucho dinero y nadie tiene por qué enterarse". Rechazó la oferta, ofendida. No imaginaba ese mundo cuando vivía en su Málaga natal, apenas hacía unos pocos meses.

En 1974 fue elegida Miss Universo, título al que renunció unos meses después de ser coronada en Filipinas, en la creencia de que tras la organización del certamen se encontraba una red mafiosa que coartaba su libertad: "¡Me tratáis como a un animal…!", les dijo. Y los dejó plantados. Sin cobrar un duro de lo que le pertenecía. Y amenazada. La defendió su novio de entonces, el galán Máximo Valverde. "Fue el único hombre al que no escogí, quien estaba loco por mí. Buen amante, cariñoso, tan guapo… Cuando me tocaba lo hacía limpiamente". A Máximo lo sustituyó por el cantautor Patxi Andión, al que conoció como su pareja en la película de Eloy de la Iglesia La otra alcoba. No fue amor a primera vista. Ella recordaba que le fue muy desagradable. Pero en varias secuencias amorosas de contenido erótico comenzaron a sentir la pasión. "Quedamos de acuerdo en que yo podría seguir dedicándome al cine, pero después de casados me ordenaba quedarme en casa". Cuatro meses después del enlace perdió el bebé que esperaba. En 1978, poco más de un año de la boda, se dijeron adiós, intercambiándose denuestos, de los que fui receptor cuando los entrevisté por separado. "A los cinco años me llamó para que firmáramos los papeles del divorcio, ya que iba a casarse con Gloria Monís. Así lo hice. También tuve que pagar facturas que había dejado a mi nombre".

Para salir de aquel bache sentimental, artístico y económico en el que se hallaba, Amparo Muñoz aceptó posar desnuda para Interviú, envuelta en gasas, "con cierto pudor pero a cambio de una suma razonable". Luego apareció en su vida el hombre que la marcó para siempre, un anticuario chileno, traficante en estupefacientes, llamado Flavio Labarca, con quien simuló una boda en Bali, sin ningún valor jurídico. "Por culpa suya me deslicé por el precipicio de la droga". Cuando conoció al productor cinematográfico Elías Querejeta pareció entrar en un periodo sereno. Gracias a él halló no sólo cierta paz de espíritu, sino al compañero que la guió en lecturas, en consejos, cual un Pygmalion avezado y paternal. Ella se enamoró, quiso incluso tener un hijo de aquella relación, pero terminaron despidiéndose tras unas temporadas en las que Amparo Muñoz rodó sus mejores películas, no en vano Querejeta era el productor más prestigioso de aquellos años 70. Estaba casado, con una hija, la directora Gracia, y no estaba por la labor de separarse. La malagueña encontró en 1984 al hijo de Lola Flores, Antonio González viviendo a su lado un fugaz romance. Para entonces ya la deriva de sus adicciones iba en aumento.

Consecuentemente, su filmografía se estancó en 1989 tras rodar La luna negra, de Imanol Uribe y no volvió a colocarse ante una cámara hasta siete años después. ¿Qué hizo entre tanto? Vivir de sus ahorros, que fue puliéndose en substancias prohibidas. Hasta la detuvieron un día en las Ramblas barcelonesas en una redada policial. Para colmo una conocida periodista cometió la incalificable acción de publicar, sin pruebas, que la actriz padecía Sida. Lo que la llevó a una depresión, acentuada porque ni dejaba sus habituales dosis ni la contrataban. Surgió en su vida otro hombre que le creó más complicaciones, de nombre Víctor Rubio, metido en negocios discotequeros, con quien se casó en 1991. "Conmigo él no dio golpe y en cuanto pudo trabajar acabó dejándome". Tres años después, ya separada, Amparo Muñoz vagaba sin destino. Paul Naschy le dio una oportunidad en Licántropo, película sobre el hombre-lobo. Y después intervino en otros rodajes que, salvo la mencionada al principio Familia, sólo la ayudaron para subsistir. No obstante hay que señalar su debut teatral en La habitación del hotel, que le deparó críticas positivas. Resumiendo su carrera artística hemos de convenir que, si bien destacó en la mayoría de sus filmes por su belleza y fotogenia, fue adquiriendo una notable calidad dramática en sus interpretaciones. Gracias desde luego a quienes la dirigieron, pero también porque ella puso el empeño necesario.

Hacia 2003 le fue detectado un tumor cerebral. Parecía recuperada tiempo después, cuando se fue a vivir a Valencia. Época en la que se enamoró de un joven reportero, Daniel Tortajada, diecisiete años menor que ella. Fue su último espejismo sentimental. Haría acopio de sus recuerdos en su libro "La vida es el precio". Decía: "Mis historias de amor han sido un fracaso… Toda mi vida fue una búsqueda aunque no haya perdido la esperanza. Sigo buscando la luz". Que no encontró. Sus últimos días transcurrieron en la barriada malagueña de La Palmilla, buscando desesperadamente su dosis de droga. Era como un fantasma, alma en pena, con las huellas de su tragedia impresas en un rostro ya desfigurado. El de una belleza autodestruida.

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