
Es Nina una brillante actriz-cantante, de agitada y casi constante vida artística, aunque la privada esté llena de un triste pasado infantil. Afortunadamente, con su carácter optimista y ante todo su buena disposición para afrontar los reveses que a cada quisque les sucede, ella ha salido siempre adelante; apoyada desde hace veinte años por el hombre de su vida, con quien ha llevado una convivencia a veces complicada por las capitales donde, en principio, ambos residían, ella en Barcelona y él en Palma de Mallorca. Estos días, Nina actúa en Madrid representando desde el pasado 18 de noviembre hasta el próximo 28 de febrero la comedia dramática "Los puentes de Madison", que nos remite al filme de igual título protagonizado y dirigido por un Clint Eastwood sensacional, y la extraordinaria Meryl Street, a quien tanto admira nuestra estupenda Nina, y la que por cierto conoce personalmente.
En su carné de identidad reza Anna María Agustí Flores, natural de Barcelona, donde nació hace cincuenta y seis años, espléndida físicamente, ahora con los cabellos plateados. Luego nos referiremos a una enfermedad que la acosa, lo que es más que posible que muchos desconozcan, aunque ya ella ha querido dar alguna pista en su cuenta de Instagram. Lo contaremos. Pero, antes, sepan que, al nacer, su identidad era otra: la de Anna María Gayete Flores. ¿De dónde procede ese galimatías?
Anna Flores, la madre de Nina, se había casado con un hombre apellidado Gayete, con quien tuvo tres hijas. El tipo en cuestión les dijo un día, inesperadamente: "Me voy de viaje". Lo de siempre en casos idénticos, aunque se difunda más aquel dicho del que se ausenta de casa para siempre con la excusa de "ir a por tabaco". Nina no recuerda a su padre. La madre, con el tiempo, rehízo su vida sentimental, al enamorarse de un compañero de trabajo en un laboratorio fotográfico, llamado Joan Agustí. Aquel hogar deshecho volvió a constituirse en otro, feliz, sin que el padrastro creara dificultades, pues quiso a las hijas de Anna Flores como propias.
Llegada la mayoría de edad, Nina tomó una irrevocable decisión: cambiar su primer apellido. De ese modo dejó de ser conocida como Anna Gayete para convertirse en Anna María Agustí Flores. Era una manera de olvidar a su progenitor, al padre biológico que las había abandonado (su madre, las tres hijas) y agradecer a su padre adoptivo cuanto había hecho por ellas.
Siempre Nina fue una joven emprendedora, que acabaría siendo cantante, actriz, empresaria y logopeda. Por su talento, por su fuerza y tesón para ser alguien en la vida por propio empeño y sacrificio. Y así, en su natal Barcelona intervino en cuadros de actores aficionados, hasta fue vocalista después de conocidas orquestas muy celebradas en fiestas y toldados catalanes, la de Janio Martí y la conocida como Costa Brava. Conoció a Xavier Cugat, ya en su ocaso, que dejó su residencia en los Estados Unidos donde había sido una gran figura de la música, para radicarse en Barcelona, donde el director del hotel Ritz le proporcionó una habitación a precio asequible, mientras el en otro tiempo genial director orquestal soñaba con recobrar la fama del pasado. En esas fantasías encontró a Nina, se convirtió en su padrino artístico y la apoyó en varios espectáculos. Lo de intentar otro acercamiento como solía hacer con sus descubrimientos, ya no funcionaba: estaba algo gagá.
Publicitariamente, a Nina le vino muy bien aquel padrinazgo. Así como sus apariciones en Televisión Española en calidad de azafata de "Un, dos tres… responda otra vez", el celebrado programa-concurso de Chicho Ibáñez Serrador, en la temporada 1978-79. Alternó con otros espacios en la televisión catalana Y era sobre todo cantante, con muchas ganas de ser una figura. Le costó. La eligió Radio-Televisión Española como nuestra representante en el Festival de Eurovisión de 1989, donde tomó parte, celebrado en Lausana (Suiza) con la composición de Juan Carlos Calderón "Nacida para amar". Quedó en sexto lugar, una clasificación más que aceptable.
Pero cuando en verdad Nina se convirtió en figura popular fue a partir de 2001, cuando una empresa, GestMusic, la eligió como directora, responsable de la formación de intérpretes noveles, concentrados en una llamada academia, en el programa de inmediato éxito "Operación Triunfo" que, a sus órdenes, se mantuvo hasta 2017. Mientras Poti, coreógrafo veterano adiestraba a los principiantes canoros en el arte del baile, Nina los aleccionaba en el canto y otras cuestiones como saber adecuar la voz en canciones de muy diferentes registros y estilos. Por ella, entre los alumnos más aventajados de la primera edición del concurso, desfilaron Rosa, David Bisbal, Chenoa, David Bustamante, Manu Tenorio… Sacó buen provecho de ellos, quienes desde entonces, como es sabido, hasta el presente desarrollarían una afortunada carrera musical.
En cuanto a Nina, descubridora también de otra nutrida lista de participantes que no vamos a enumerar aquí para no hacernos pesados, también tomó parte en grabaciones discográficas, en representaciones de comedias musicales ("Cabaret", "Mamma mía!"), y estar al frente del NinaStudio, donde continuó su tarea disciplinaria de dar clases de educación, entrenamiento y rehabilitación de cuerpo y voz para futuros cantantes, que no fueran por libre.
Todo le iba bien, con algunas temporadas también sin proyectos ni trabajo. Lo peor fue que, a sus cuarenta y cuatro años le diagnosticaran una menopausia anticipada. Ello, al margen de cuanto altera el cuerpo de todas las mujeres, le iba a provocar un envejecimiento acelerado que afecta, no sólo a su imagen física: también a su voz. Que es lo preocupante en su caso. Por ahora, controlada por sus médicos, Nina va superando esos contratiempos. Y aunque su presencia en el escenario madrileño de "Los puentes de Madison" junto a su colega Gerónimo Rauch, le está proporcionando éxito de crítica y público, es consciente de que ese pueda ser su último espectáculo y deba ceñirse en adelante a otros trabajos distintos, que no le exijan cantar.
Apenas conocemos aspectos de su vida personal. Sabemos de su carácter firme, exigente, duro cuando ha impartido sus métodos en "Operación Triunfo". Con una simpática sonrisa, pero algo distante. No se le conocían aventuras amorosas. Hasta que presentando una gala el 31 de diciembre de 2000, hace justo por tanto veintidós años, encontró al que por ahora sigue siendo el hombre de su vida, ya que desconocemos si anteriormente tuvo algún novio relevante. Quien desde entonces es su compañero se llama Antoni Mir, Tony para ella. Mallorquín. Presidente de Cultural Balear. Y nada más hemos podido averiguar sobre sus actividades. La pareja ha vivido un tiempo en Palma de Mallorca, otras veces en Barcelona, han estado separados por razones de trabajo, pero no han dejado de quererse nunca.

