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Mayra Gómez Kemp, a los 75 años: éxito, dolor y dos bodas por un error con el mismo hombre

Mayra Gómez Kemp, ya retirada, vive su jubilación con tranquilidad.

Mayra Gómez Kemp, ya retirada, vive su jubilación con tranquilidad.
Con Alberto Berco | Europa Press

Habiendo superado hace tiempo las dos operaciones a las que se sometió por un cáncer de boca y garganta, tras una larga y dura rehabilitación, Mayra Gómez Kemp afronta su inmediato futuro con tranquilidad, ya retirada de la profesión que le permitió ser una de las presentadoras televisivas más populares de España. Cumplió setenta y cinco años el martes 14 de febrero. Es una mujer fuerte, tenaz, estoica, que se ha enfrentado a la adversidad desde que era una niña hasta su madurez. Admirable ejemplo en su vertiente íntima de enamorada del único hombre de su vida, al que cuidó abnegadamente hasta su inesperado final. Y con quien hubo de casarse dos veces por un error ajeno a la pareja.

Mayra Cristina Gómez Martínez Kemp Febles es como aparece en su pasaporte, nacida en La Habana el 14 de febrero de 1948. Hija de actores, de padre también escritor y compositor. No es extraño que teniendo sólo dos años ya apareciera en un escenario junto a su mamá. Con doce, hubo de irse con ellos y una hermana fuera de Cuba, instalándose en San Juan de Puerto Rico, en un interminable exilio desde que Fidel Castro ocupó el poder con sus esbirros. Nunca volvería ya a su isla querida. A los trece años rodó un anuncio para televisión anunciando una marca de cigarrillos. Entre Venezuela y el estado norteamericano de Florida transcurrió su adolescencia y juventud. Con estudios universitarios, Mayra tenía claro que su futuro iba sería el de sus ancestros. Y aunque temporalmente ejerció de secretaria fue camarera en un restaurante, pero cantando entre plato y plato, coplas como La luna y el toro. En aquel local se hizo novia de un compañero de trabajo, mayor que ella. Tipo celoso que llegó a amenazarla si no se casaban "por la Iglesia". Le costó a Mayra deshacerse de aquel peligroso pretendiente.

Transformó sus cabellos morenos en rubios, debutando como "vedette" en una sala de fiestas. Conoció a Frank Sinatra siquiera unos segundos, dándole la mano, tras entusiasmarse escuchándolo en el hotel Fontaineblau, de Miami. No se consideraba entonces guapa, sino resultona, contenta de descender de guanches canarios. Pudo haber muerto muy joven, cuando desistió de acompañar en avioneta a una buena amiga y el novio de ésta: el aparato desapareció en el conocido como "triángulo de las Bermudas". De resultas de aquel suceso, conmovida, Mayra entró en relación con uno de los investigadores del accidente. Se enamoraron. Pero acabó rompiendo lo que creía iba a terminar en boda, decepcionada al enterarse que ese hombre estaba casado y era padre de dos hijos.

Llegado el año 1970 la vida cambió radicalmente para ella. La providencial llamada de una amiga que vivía en Barcelona fue causa de ello: dejó Miami y viajó a España. En la Ciudad Condal trabajó en una agencia de publicidad: redactora de textos, ejecutiva de cuentas. Faceta que no la hizo incompatible con un inesperado contrato en Radio Barcelona, la cadena Ser, al lado de Joaquín Prat ante los micrófonos. Otro amor surgió en esa época, el de un publicista, con el que vivió un agradable idilio, aunque de corta duración. Compartieron piso. Él la satisfacía en todos los aspectos. Lo que ella consideraba "una jaula de oro". Terminaron. Se dio cuenta de que no quería a aquel hombre: sólo se había dejado embaucar por sus atenciones. Y cambió otra vez de vida, de residencia, instalándose en Madrid.

Y en la capital de España, donde ya transcurriría su día a día, coincidió en un estudio de doblaje, donde empezó a trabajar, con un guapo actor argentino, del que recordaba haberlo visto en la película Taras Bulba. Quiso que alguien los presentara. En vano. Un galán de cuarenta y cinco años, casi de dos metros de estatura, de ojos azules, muy elegante. Cuando fechas más tarde intercambiaron unas palabras, él no la trató precisamente con finura, recomendándole que tomara determinado brebaje con el que conseguiría perder unos kilos, "porque no puedes seguir así de gorda". Mal principio para una pareja que estuvo luego unida durante cuarenta y siete años. Mayra contaba que no pudo reprimirse aquel día y cuando él se alejaba le gritó: "¡Argentino de mierdaaaaa!" Nada más eficaz que un intercambio de insultos para formar una pareja indivisible.

Lo que siguió después es que Alberto Berco, que así se llamaba el tipo, la recomendó para presentarse a unas pruebas de una pieza de café-teatro, como entonces estaba de moda en Madrid, en la que él iba a ser el narrador. Su título The Rocky Horror Show. Era 1974 y el estreno sucedió en la muy concurrida sala "Cerebro". Alberto estaba entonces liado con una "vedette" de Celia Gámez. La conocí en el camarín del luego desaparecido teatro Martín. Era una atractiva inglesita rubia. Pero concluido el romance es cuando Berco se prendó de Mayra Gómez Kemp. Y se casaron por poderes en Bolivia. La cubana confesaría ya en su madurez: "Yo fuí quien se ligó a mi marido". Éste, Alberto Berco, ya había tenido cuatro uniones matrimoniales. Y Mayra no pudo evitar el pensamiento de que pudiera ser la quinta. No lo fue. Había conquistado el corazón del argentino. Él tenía orígenes familiares rusos. De hecho, en su carné de identidad figuraba con los apellidos Berconski Fonaroff. No era un cualquiera: su historial teatral, cinematográfico y televisivo en Argentina atestigua que gozó de cierta importancia; en España, sus trabajos fueron menos reconocidos.

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Mayra Gómez Kemp | Cordon Press

Al año de convivencia con Alberto, Mayra se quedó embarazada. Como quiera que seguía representando la función teatral ya mencionada, que le obligaba a realizar diariamente ciertos esforzados movimientos físicos, perdió el bebé que esperaban. Nunca más pudo ser madre. Lo que lamentaría siempre. Cosas del destino, de la naturaleza, no porque decidiera no serlo.

No nos detendremos en el historial artístico de Mayra, que mantendría programas de radio en Antena 3, y de televisión en varios canales, nacionales y alguno autonómico. Y hasta disfrutó como integrante un año del trío musical Acuario Nos importa más arrancar con su presencia en Un, dos, tres..., como presentadora, a partir de 1982, cuando sustituyó en ese cometido al infortunado Kiko Ledgard. Seis años lo fue, animando el programa-concurso de más audiencia en Televisión Española, donde logró una extraordinaria popularidad. Allí, cuando su director Chicho Ibáñez Serrador le advirtió que, leyendo las cartulinas donde se daban pistas para que los concursantes adivinaran el premio que podía corresponderles, tenía que detenerse ante los puntos suspensivos incluidos en el texto, Mayra dio en añadir una frase de su cosecha, que hizo fortuna, convirtiéndose en muletilla coloquial: "¡...y hasta aquí puedo leer!"

Al concluir la temporada sexta como presentadora de Un, dos tres..., Chicho decidió no contar con Mayra para la siguiente temporada, y decidió que su puesto fuera para un locutor catalán, Jordi Estadella. Mayra se enteró por un periodista de esa sustitución. Le sentó muy mal que Ibáñez Serrador no se lo comunicara personalmente. Estuvieron varios años sin hablarse. Para firmar "la pipa de la paz" cuando ya Chicho era víctima del mal que lo llevó a la tumba, moviéndose en silla de ruedas, patéticamente.

Mayra Gómez Kemp se ganó la vida en otros cometidos radiofónicos y televisivos. Tuvo que hacer frente a la depresión sufrida por su esposo, con quien por cierto había tenido que casarse otra vez en Madrid, año 1987, dado que al tramitar ciertos documentos le advirtieon que estaba soltera y que aquella boda por poderes en Bolivia no estaba registrada oficialmente en ningún estamento español. Alberto Berco ya no trabajaba, estuvo a punto de suicidarse. Mayra permaneció siempre a su lado. Se recuperó, pero al recluirse el matrimonio en su hogar en tiempos de la pandemia, enfermó de otros males. Una llamada al centro médico más cercano no obtuvo resultado para que un facultativo pudiera asistirlo. Y murió de un infarto de miocardio en enero de 2021, dejando a Mayra en un lamentable estado de postración y angustia.

Para entonces, viuda, iba recuperándose lentamente primero de un cáncer de lengua sufrido en 2009, y de otro sufrido en la garganta tres años después. Al tremendo dolor físico se unía otro que la apartaba del trabajo. Para una profesional de la radio y la televisión, quedarse sin habla era el final. Tardó años en ir poco a poco recobrando esa función primordial. Durante tan duro trance, mientras quedó sometida a arduos e intensos ejercicios de rehabilitación con un logopeda, Mayra fue pergeñando un libro de recuerdos que apareció en las librerías en 2014. Allí, con absoluta sinceridad, fue confesando aspectos fundamentales de su vida, otros puramente anecdóticos. No es fácil olvidar aquellos pasajes que a cualquiera nos asaltan en la memoria y nos torturan. Mayra Gómez Kemp los tiene muy presentes. Le sirven para constatar que ha seguido adelante, que ha vencido los silencios que atenazaron su bella voz, que fue feliz con el hombre que amó durante casi medio siglo, el que murió en sus brazos mientras los llantos anegaban de lágrimas su rostro, y desde entonces no deja de recordarlo cada día. En su soledad, le hace feliz pensar que la gente la quiere cuando de vez en cuando en sus paseos, cada vez más escasos, se dirigen a ella con una sonrisa, evocándole sus noches inolvidables del "Un, dos, tres...". Una gran mujer, sin duda.

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