
Comienza El Juli su vigésimo quinta temporada taurina como matador de toros este sábado, 4 de marzo, en la ciudad pacense de Olivenza, temprana plaza a la hora de celebrar un nuevo año taurino, con carteles de figuras. Sin duda lo es El Juli, que empezó su meritoria carrera cuando tenía apenas ocho años, alevín como becerrista hasta ser hoy todo un maestro en el arte de Cúchares. De modestísima familia, se hizo millonario hace ya tiempo, ayudó a sus padres y hermanos. Está casado con Rosario Domecq Márquez, de una dinastía con raigambre jerezana. El padre de ella se oponía, en principio, a esa boda. Nada puede reprochársele a Julián López: ha amasado una fortuna, es hombre recto, responsable y ha formado un hogar con los tres hijos habidos en su matrimonio. La pareja no ha querido nunca servirse de la prensa del corazón y son pocos los documentos gráficos que existan. Se diferencia así el torero de otro colegas que incluso han cobrado cifras importantes por aparecer, por ejemplo, en las páginas de ¡Hola!. Esa actitud de El Juli no significa que se niegue a ser entrevistado, siempre que sea por asuntos meramente de su profesión. De su vida íntima, habla muy poco, si acaso lo justo para reafirmarse como un hombre enamorado de su esposa y un padre cariñosísimo y atento a la crianza y educación de sus retoños. Que, por cierto, ya se han puesto alguna vez delante de una becerra.
Así como Julián López es hijo de un mediocre novillero y tuvo una infancia y adolescencia dura, su esposa, Rosario, es hija del ex jugador de polo y ganadero Pedro Domecq y Urquijo y de Rosario Márquez Amilibia, de ascendencia vasca, emparentada con el aristócrata Conde del Paraíso. Ni qué decir que la mujer del torero gozó de un confortable ambiente desde que vino al mundo en el seno de una adinerada familia. Ello no ha supuesto alteración en su modo de ser: discreta, sencilla, educada, muy unida a su marido, del que conoce cuantas privaciones ha padecido y la lucha hasta convertirse en figura del toreo, sin darse importancia nunca.
La relación entre ambos comenzó en 2001. Ella con veintidós años, él con dieciocho. Le costó, por cierto, mucha insistencia hasta conquistarla. Ya era El Juli un diestro importante, con mucho cartel, con millones en su cuenta corriente. Lo que al padre de la novia no le impresionaba nada y pretendía que Rosario se buscara otro pretendiente más acorde con su linaje. Desaprobaba Rosario, como se supone, ese modo de proceder paterno. Estudiante en Barcelona de Ciencias de la Comunicación, trabajaba en una galería de arte madrileña y se encontraba con Julián lejos de la curiosidad periodística para no enfadar más a su progenitor. Por supuesto que algunos colegas estaban al tanto del noviazgo, sobre todo cuando Rosario Domecq entró a trabajar en el departamento de relaciones internas de una conocida revista. Donde desde un primer momento ella rogó a sus compañeros que mantuvieran en secreto que se veía con El Juli.
Tarde o temprano tenía que desvelarse. Mas lo cierto es que el noviazgo duró ¡ocho años! Y se casarón en Jerez de la Frontera el 20 de octubre de 2007. Capilla de Santa Catalina del Convento de Santo Domingo, escenario de muchas celebraciones religiosas de la familia Domecq. El banquete tuvo lugar en un palacete, sede de unas famosas bodegas, adquiridas en el siglo XVII.
En septiembre de 2011 les nacieron los mellizos Rosario y Fernando; en marzo de 2014, Isabel. "Son la gran obra de mi vida", ha comentado El Juli. Y acerca de su mujer, que fue su única novia: "Es el centro de todo lo que me pasa, participa de cuantas decisiones que he vivido, buenas y malas, huyendo de toda notoriedad, de los focos quedándose en un segundo plano. Lo que alabo, pues lo verdaderamente importante es lo que haces en la vida y no lo que te reconozca gente extena a tu familia". Sensata confesión del torero.
En efecto, no suelen posar en los tan traídos y llevados "photocalls". Rosario no es el caso de la mujer de un matador de toros que se encierra en casa esperando al final de cada tarde para conocer el resultado de la corrida, sino que asiste a cuantos festejos le son posibles cuando torea su esposo. Eso sí, ocupa una localidad alta, para no ser identificada. Porta una pequeña cámara o un móvil grabándole en la Maestranza algunas faenas. Matrimonio muy unido, con la anécdota de que, gustándoles el fútbol, sus equipos favoritos son rivales: ella es del Atlético de Madrid, y él, forofo del once merengue.
Como puede comprenderse en una familia donde el progenitor es matador de toros abundan los momentos críticos, caso de la gravísima cogida que El Juli sufrió en la Maestranza en la temporada de 2013. "Creí que me moría", confesó. Alrededor de una veintena de percances le han dejado cicatrices en su cuerpo. Rosario ha sido siempre la abnegada esposa en todo el historial de su marido desde que se casaron. Ese año citado fue nefasto, pues un 22 de enero, cuando toda la familia, entonces el matrimonio y los mellizos, sufrieron un aparatoso accidente viajando en un todoterreno mientras caía una inclemente granizada. Salieron ilesos, menos Julián, que pasó unos meses recuperándose.
Viven en Madrid, pero disponen de una espléndida finca, "El Freixo", en Olivenza (Badajoz), donde pasta ganado bravo. Las vacaciones, en Sotogrande, donde hay grandes aficionados al polo, como el suegro de El Juli, que le ha contagiado ese deporte. Le entusiasma montar a caballo. El torero es hombre muy familiar. Quedó dicho que les proporcionó a sus padres un futuro de bienestar, ocupándose de sus hermanos, Ignacio (que publicó un libro, El Juli, sin comillas) y una chica, que es bailaora. Recuerdo haber presenciado una tarde de éxito de Julián en la plaza de Almería y por la noche acudió en primera fila a aplaudirla durante su actuación en un festival flamenco.
A sus cuarenta años cumplidos, El Juli ya es historia en el toreo moderno. Ha adquirido una sabiduría en los ruedos, depurando cada vez más su estilo, de gran técnica, ajeno ya a otros aditamentos de sus principios más espectaculares. Calculo que haya matado alrededor de dos mil toros. Se entrega al llegar la suerte máxima. Le he visto torear desde que con pocos años era el más joven alumno de la Escuela Taurina de Madrid en la placita de El Batán, en la Casa de Campo. Tardó unos cuantos años, por ser menor de edad, en hacer el paseíllo en cosos españoles y hubo de irse a México. Hasta rodó allí una curiosa película, casi casera, curioso documento que poseo.. En septiembre se cumplirá el cuarto de siglo con su entorchado de matador. He tenido asimismo la suerte de verlo en los dos festejos más importantes, a mi parecer, de cuantos tomó parte en Madrid: uno el 4 de octubre de 2002, en la despedida de Curro Vázquez en la plaza de Vistalegre: cortó dos orejas y un rabo. El otro, en la pasada feria de San Isidro en Las Ventas el 11 de mayo, perdiendo los máximos trofeos por su mala fortuna a la hora de matar. Este año le espera en ese coso Monumental tres compromisos, con ganado de tres encastes diferentes. No quiere alcanzar como en el pasado un centenar de tardes: se contenta con cuarenta. En la Maestranza sevillana siempre se le espera, no en vano es el espada que más veces ha salido a hombros por la Puerta del Príncipe: siete. Superando así a Curro Romero, el más mimado torero en el coso del Baratillo.
Un torero para la historia. Un hombre ejemplar también fuera de las plazas.

