
María Félix fue la estrella más importante del cine mexicano, con repercusión internacional a través de algunas de sus más importantes películas, de las cuarenta y siete que rodó a partir de 1943. Nacida el 8 de abril de 1914, dio la casualidad que moriría el mismo día y mes del año 2002. Tuvo una apasionada vida, con amores que marcaron su existencia, dos de los cuales con sendos personajes del mundo artístico: el compositor Agustín Lara y el cantante Jorge Negrete. Pero ni su primer marido, ni los dos citados, ni tampoco otros amantes lograron quitarle de su mente el nombre de quien verdaderamente fue el hombre que más llegó a su corazón: su propio hermano.
Su belleza era espectacular, de tez morena, como sus cabellos, estatura elevada y contorneada figura. Sus ojos eran de mirada profunda. Una voz cálida, grave. De carácter fuerte, airado muchas veces, tratando de imponer en todo momento sus decisiones. Se consideraba una mujer libre, independiente. Hasta fue considerada una "devorahombres". Su primer amor la llevó casi a la locura siendo adolescente; amor que le duró unos años, hasta casarse con otro al que nunca quiso.
Un amor imposible aquel, pues era el de José Pablo Félix Güereña, su hermano; guapo, con el pelo rubio veteado por el sol y un lunar junto a la boca, idéntico al de ella, moreno asimismo. Tocaba la guitarra como los ángeles. Paseaban juntos a caballo, abrazada María a la cintura de su caballero. Cuando cada mañana lo veía, a ella le temblaban las piernas. Ya los padres, sobre todo la madre de ambos, advirtió esas sensaciones. María lo tenía claro, acuñando una frase conforme se hizo adulta: "El perfume del incesto no lo tiene otro amor". Ante lo que parecía inevitable, José Pablo Félix Güereña fue enviado a un Colegio Militar en México D.F., donde tuvo un dramático final. Su muerte fue un misterio nunca del todo aclarado. Para las autoridades militares se suicidó con un disparo en la sien. El caso es que no le practicaron la autopsia y fue sepultado en una fosa común propiedad del Gobierno. Ni María ni sus padres creyeron esa versión, sosteniendo que pudo ser asesinado. Pero ¿por quién, por qué? Jamás pudo saberse, insistimos, lo que a la futura estrella de la pantalla le acarreó una angustia que ni el paso del tiempo pudo borrar de su memoria. "
Le decían el Gato porque tenía los ojos muy claros, casi amarillos – escribió ella en su autobiografía -. Permanecer junto a mi hermano me parecía lo más natural del mundo... No podía estar mucho tiempo cerca de él, sentarme en sus piernas o treparme en su espalda, porque mi madre se ponía furiosa..." Más adelante, estando muerto Pablo, María mencionaba así sus sufrimientos: "Caí en una depresión profunda, la primera de mi vida. Sin él todo se me nubló".
Con diecisiete años, para evadirse de la presión familiar, decidió casarse. Con Enrique Álvarez, representante de la firma Max Factor. "Lo utilicé como un medio de liberación... No podía imaginarme que al casarme con él sólo pasaría de una cárcel a otra... En la noche de bodas tuve una experiencia traumática. Llegué al tálamo virgen como un botón y sentí el desfloramiento como una agresión tremenda, como si me traspasaran con un puñal: a Enrique le costó dos semanas quitarme la virginidad, porque yo saltaba de la cama cada vez que me hacía daño... Cuando por fin logró su objetivo, al día siguiente me corté el pelo. Tal vez intentaba renunciar a mis atractivos de mujer para evitarme un sufrimiento mayor". Fueron padres de un varón, llamado como el padre. Pero ese matrimonio acabó siendo un infierno para ella y en 1938 se divorciaron, cuando María se dio cuenta de las veces que él la engañaba con sus continuos viajes profesionales, lo que la llevó a ponerle también los cuernos con un joven vecino.
Sintiéndose libre, se fue con Quique, su niño, a Ciudad de México. Pero a los cuatro meses, el padre de su ex-marido los localizó, llevándoselo consigo. A María Félix le costaría tiempo y mucho dolor recuperarlo, como contaremos más adelante. Al cine llegó de manera casual, yendo por la calle de la capital azteca, junto al popular Zócalo, cuando por su belleza llamó la atención de Fernando Palacios, director cinematográfico, su descubridor, con el que rodó varias películas. Y hasta fue a Hollywood, donde conoció a algunos astros de la pantalla, como Robert Taylor. Su debut ocurrió con El peñón de las ánimas, cuyo protagonista era Jorge Negrete. El trato con él durante las semanas que duró el rodaje fue lamentable. Las vueltas que da la vida: él sería, andando el tiempo, su tercer marido. Más adelante María Félix logró su primer éxito en la pantalla, con la adaptación cinematográfica de una novela del escritor venezolano Rómulo Gallegos: Doña Bárbara. Tanto, que desde entonces críticos y admiradores comenzaron a llamarla "La Doña". Y así quedó para los restos inmortalizada con aquel sobrenombre.
Su vida sentimental dio un vuelvo cuando entabló relaciones con Agustín Lara, legendario músico y cantante, compositor de más de seiscientas románticas canciones, la mayoría a ritmo de bolero. María lo admiraba desde muy jovencita. Feo, delgadísimo, con una cicatriz en el lado izquierdo de su rostro como consecuencia de un navajazo que le proporcionó una mujer en un puticlub donde él tocaba el piano, supo conquistarla. Y sobre todo, gracias a su influencia, pudo recuperar María a Quique, su hijo. "Como amante era una maravilla", concedía la actriz. El "Flaco de oro", como lo apodaban, supo hacerla suya, con regalos continuos, dedicándole canciones, caso de "María Bonita", que data del día en que se casaron el año 1945. Pero las infidelidades de Agustín, sus enfermizos celos encima, acabaron con aquel, en principio, idílico matrimonio. De la pasión llegaron a las broncas. Y hasta él le disparó un tiro de pistola que le rozó la frente, a punto de matarla. Y dos años después de la boda se separaron. Ella viajó poco después a España, en tanto él, echándola de menos, le escribió el chotis "Madrid".
Aquí rodó varias películas con el productor gallego Cesáreo González, que la colmaba de obsequios pues estaba loco por ella. En la capital española, María Félix vivió episodios inolvidables. Uno, por ejemplo, de carácter sentimental, cuando Luis Miguel Dominguín, siempre zalamero, supo enamorarla. Gustándole a la diva mucho las joyas, acudió a un importante establecimiento de la Gran Vía, donde se encaprichó de un collar de brillantes, perlas y esmeraldas. El encargado que la atendía le hizo saber que ya estaba comprometido para doña Carmen Polo de Franco. María, que iba acompañada de un conocido, le chistó para que saliera a la calle y detuviera un táxi. En determinado momento, cuando todavía acariciaba aquel collar, lo cerró deprisa en su estuche y saliendo de la joyería se introdujo en el vehículo que la esperaba, para llegar al hotel Palace, donde se hospedaba. Absortos se quedaron los empleados. Aquel suceso lo resolvió ella, tras rogarle al antes citado productor Cesáreo González para que pagara la cuenta de lo hurtado. Y la esposa del Caudillo... se quedó sin su collar, aunque ya tenía muchos, en razón de lo cual la llamaban "Carmen Collares".
Hasta que retornó a México, consagrada como una diva emblemática del cine mexicano, su vida transcurrió entre continuos rodajes. En cuanto a su itinerario sentimental tuvo María Félix un rico pretendiente, el veracruzano Jorge Pasquel, un millonario que la llenaba de atenciones y valiosos regalos. Pero aunque quiso casarse con ella, lo rechazó. Del mismo modo que no aceptó matrimoniar con el escritor francés Jean Cau, secretario de redacción de una revista que dirigía Jean-Paul Sartre, con quien pasó una temporada. Quien sí estuvo a punto de ser su nuevo esposo fue el galán argentino Carlos Thompson, su compañero en el filme La pasión desnuda. Tenían ya apalabrado el enlace para un domingo, y el jueves antes, María deshizo el compromiso, con la natural desazón del galán. Sería Jorge Negrete quien en 1952 se convirtió en su tercer marido. Habían hecho las paces después de aquellas pullas que él le dedicara diez años antes durante el rodaje de El peñón de las ánimas. Pero la felicidad les duró poco, pues el cantor de tantas inolvidables rancheras fallecería un año y pico después de la boda, víctima de una implacable cirrosis, cuando Jorge no bebía una gota de alcohol. Un virus fue el causante. En "México, lindo y querido" ya cantaba aquello de que lo enterraran en México, "... si muero lejos de ti", como así sucedió, trasladando su cadáver desde Los Ángeles, donde le sorprendió la muerte. Era el 5 de diciembre de 1953. Un desagradable incidente ocurrió después, cuando la familia del finado le reclamó el pago de un collar de esmeraldas que Jorge Negrete no había pagado del todo. El caso llegó a los tribunales. Pero al final quien se salió con la suya fue la estrella, quien no devolvió aquella joya, que consideraba suya. Ni tampoco se hizo cargo de la deuda.
María Félix volvió a casarse en 1956 con un acaudalado banquero de origen rumano, Alex Berger, con quien se radicó en París en una lujosa mansión. Dispuso ella de toda clase de lujos. Y además fue agasajada por su nuevo marido con una cuadra de caballos, con los que ganó más de un premio importante. Alex no era precisamente un guapo galán, pero el físico nada le importó a María. Fue muy feliz a su lado, gozando de las mayores comodidades que pudiera soñar. En la capital francesa ya había rodado algunas películas, como La Bella Otero y French can-can. Aprendió el idioma galo y se desenvolvía con toda propiedad en las fiestas de alto copete a las que era invitada junto a su importante esposo. Al enviudar de él en 1974 sufrió un duro golpe.
En dos ocasiones pude conversar con María, una vez en el hotel Palace y otra durante la entrega del premio Mayte de teatro a Fernando Fernán-Gómez, con quien ella había protagonizado años atrás Faustina. No concedía entrevistas por lo común, y en la primera que le hice, de pie, durante diez minutos, pude apreciar, amén de su incontestable atractivo físico, su altanero modo de ser. Al preguntarle si conducía ella misma el "Rolls Royce" de su propiedad, lo que quizás pudo ser una ingenuidad, me replicó: "¡Yo tengo mi chófer...!", lo que pronunció con acento agudo. Aquella ocasión sucedió en el mes de mayo, en plenas fiestas de San Isidro y María había llegado a Madrid para presenciar una corrida en la que estaba anunciado el diestro mexicano Manolo Martínez, al que siguió en algunas plazas. No pude saber si era otro de sus amantes. Porque tuvo unos cuantos. El último, un pintor llamado Antoine Tzapoff, bastante más joven que ella. Al que por cierto dejó parte de su herencia cuando murió hace exactamente veintiún años, el 8 de abril de 2002, en su casa del elegante barrio de Polanco en la capital mexicana, (donde se preparaba para festejar su ochenta y ocho cumpleaños), víctima de un infarto.
De sus declaraciones, escogemos estas dos: una, "Siempre elegí a mis hombres". Y la otra: "Conocí el amor loco, la pasión sin freno, pero me duraron poco porque a esa tensión, a esos voltios, a esa temperatura de cuarenta grados, no se puede vivir mucho tiempo".

