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Camilla Parker, Reina por deseo de Carlos III, su enamorado esposo

Carlos III, que espera ser coronado este sábado 6 del presente mes de mayo, ha dictado que sea Reina, sin ningún otro añadido.

Carlos III, que espera ser coronado este sábado 6 del presente mes de mayo, ha dictado que sea Reina, sin ningún otro añadido.
Carlos y Camilla. | Cordon Press

Cuando en 2005 el príncipe Carlos de Inglaterra celebró sus segundas nupcias, desposándose con Camilla Parker-Bowles, adquirió el título de duquesa de Cornualles. Se especuló sobre el día en que el heredero de la Corona británica alcanzara el trono que ostentaba su madre, Isabel II y qué tratamiento llevaría su esposa. Por lo común, oficiosamente en la Corte y en público a través de encuestas, se pensaba que Camilla sería o princesa (Felipe de Edimburgo, marido de la Soberana fue príncipe consorte, pues ella no le autorizó otro tratamiento superior), o bien Reina consorte, lo que resultaba apropiado. Pero Carlos III, coronado este sábado 6 del presente mes de mayo, ha dictado que sea Reina, sin ningún otro añadido. Quien fuera hace tiempo "la mujer más odiada de Inglaterra" es ahora todo lo contrario, y aunque en la lista de los personajes de la Corona más queridos sea el príncipe heredero William, por delante de su padre incluso, Camilla ha ganado muchos puntos gracias a su prudencia y su habilidad para ser el apoyo necesario del actual monarca británico. Su historia a su lado tiene capítulos de pasión, incluso erotismo, y una entrega absoluta, incluso estando en la sombra y aguantado toda clase de críticas, incluso insultos cuando aún vivía Diana de Gales.

Camilla Rosemary Shand nació el 17 de julio de 1947 y le lleva a Carlos algo más de un año. Es la mayor de tres hermanos. Su padre, Bruce Shand, oficial de Caballería del Ejército británico, héroe durante la II Guerra Mundial, heredó de sus antepasados un negocio de algodón. Una familia enriquecida, burguesa, con residencia cerca de Brighton, donde la futura esposa del Rey Carlos vivió siempre feliz en un ambiente campestre, rodeada de animales: caballos, perros, gatos, con los que jugaba de niña. La llamaban, acortando su apelativo, Milla. Esos antecedentes hicieron de ella una dama nada sofisticada conforme fue haciéndose jovencita. A la hora de elegir novio se decantó por un oficial de Caballería, tal vez por casualidad, siendo el mismo cuerpo militar que el de su progenitor, como quedó indicado líneas atrás. Transcurría el año 1965 y en la buena sociedad londinense, como también era costumbre en otros países, España incluida, y se celebraba una fiesta anual de debutantes, término que significaba la puesta de largo, o entrada en sociedad, de las chicas al cumplir su mayoría de edad. A Camilla aún le faltaban unos meses, contaba diecisiete años, y se prendó de un apuesto oficial, de veinticinco, llamado Andrew Parker Bowles. Mantuvieron un largo noviazgo, tiempo en el que ella, avisada por sus amigas, se enteró que su prometido era un donjuán que coqueteaba incluso con algunas de ellas. Pero a Camilla no le importaron esos dimes y diretes. Y continuaron viéndose en Londres.

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Camilla, Kate Middleton e Isabel II | Archivo

El deporte del polo siempre ha sido uno de los más practicados entre la buena sociedad inglesa y, dado que Andrew era de Caballería, también asistía a muchas competiciones del brazo de su novia, Camilla. Un día del mes de junio de 1970, en uno de esos partidos, la pareja coincidió con una buena amiga de Camilla, Lucía Santa Cruz, hija del embajador chileno en Londres y en uno de esos momentos de conversación apareció el príncipe Carlos, que había tonteado tiempo atrás con Lucía, quien se encargó de las presentaciones. En un aparte, Lucía le susurró a ambos: "Tenéis que vigilar vuestros genes". Y así, pudieron enterarse que unos antepasados de ambos habían sido amantes: Eduardo VII, tatarabuelo de Carlos, y Alicia Keppel, bisabuela de ella. A lo que Camilla añadió, sonriendo: "Estaría bien repetir aquella historia". Se vieron unas cuantas veces, las suficientes para enamorarse.

Carlos, a pesar de su enfermiza timidez, salía con chicas de manera informal. Para divertirse, sin más. Pero con Camilla inició una relación que iba más allá de una simple amistad superficial y sin compromiso. Y aunque ella seguía siendo la novia de Andrew Parker-Bowles, al saber que éste la engañaba a menudo, no tuvo inconveniente con frecuentar al príncipe. Pero se dio cuenta que no le iba a ser fácil conquistarlo. A oídos de un tío de Carlos, lord Mounbatten, llegó el rumor de esa amistad entre el príncipe y Camilla. No se anduvo con rodeos, diciéndole: "Sobrino, uno no se casa con su amante, y menos con tu posición". Isabel II y el príncipe Felipe de Edimburgo tomaron cartas en el asunto y propiciaron que Carlos ingresara en la Escuela Naval de Dortmouth, donde permaneció a lo largo de nueve meses. Durante su estancia, leyendo The Times se enteró que Camilla Shand se iba a casar con Andrew Parker-Bowles, lo que sucedería el 4 de julio de 1973. No pudo impedirlo. Al regresar a Londres, su padre le advirtió que tenía que cumplir un deber dado su rango: el de casarse y dar un heredero, al menos, a la Corona. Y así es como en poco tiempo Carlos de Inglaterra conoció a una sonrosada joven, Diana Spencer, la futura Diana de Gales, o Lady Di. Felipe de Edimburgo respiró tranquilo. Y la Reina, también, celebrándose la boda en 1981 con los fastos consabidos, tantas veces mostrados en televisión. Ella era una muchacha con delirios de grandeza, que demostró por supuesto tener muchas virtudes, pero que a la postre, aun estando enamorada de su esposo y él no tanto, acabó siendo una mujer infeliz. En 1992, padres de dos hijos, los príncipes William y Henry, ya vivían separados. El 20 de noviembre de 1995 ella concedía una entrevista a la BBC donde soltó una frase harto repetida: "Éramos tres en mi matrimonio, una multitud". Veintitrés millones de telespectadores escucharon estupefactos aquella confesión, aunque no era una sorpresa pues los tabloides londinenses llevaban encargándose día sí y otro sí también contando las peripecias de aquella principesca pareja.

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Camilla Parker Bowles | Archivo

Quien, digamos, se entrometía en su vida de casada, Camilla Parker, mereció de labios de Diana esta invectiva: "La rottweiler". Tampoco a Isabel II le agradaba esa mujer, a quien consideraba "la mujer maldita".

Público y notorio era que Carlos ya llevaba mucho tiempo viéndose con Camilla. Cuando ésta se quedó embarazada de su primer hijo, Tom, fruto de su fracasada unión con el capitán Parker-Bowles, le pidió al príncipe que fuera el padrino del niño, que nació en 1975. Luego volvió a ser madre, de una niña, Laura. Y ya cuando iba a acabar ese decenio, los ingleses estaban al corriente de ese vodevil: Camilla y Andrew se ponían los cuernos mutuamente. Y Carlos estaba feliz con su amante con quien establecía, amén de encuentros furtivos, conversaciones telefónicas a diario, en una de las cuáles él le expresó una impúdica alusión a cuanto sentía por ella, simulando estar ambos desnudos cada uno en su residencia, pronunciando la palabra "tampax", que causó una desagradable impresión cuando se dio a conocer en la prensa. Camilla ya tenía amarrado a su gran amor. Incluso se permitió aconsejarle años atrás que se casara con Diana. Intuía que, tarde o temprano, Carlos dejaría a ésta para unirse a ella. No se equivocó, aunque el final de Lady Di resultara tan trágico la última noche del mes de agosto de 1997. La reacción de sus compatriotas favoreció a Diana de Gales. La Reina Isabel II tardó en pronunciarse ante las manifestaciones populares. Hacía tiempo que Carlos y Camilla eran centro de la diana de millones de personas en todo el mundo que descargaban en ellos maldiciones. Al paso de la comitiva mortuoria por las calles londinenses podían leerse pancartas con este texto: "Larga vida a la Reina, Diana para siempre, Rey Carlos y Reina Camilla, nunca". La Policía Metropolitana quitó cuantas pudo, don denodado esfuerzo.

En ese periodo cuando Carlos y Camilla retozaban, se le atribuye a ella el siguiente comentario: "Lo mío consiste en hacerle una reverencia y después saltar hacia él en la cama". Impúdico pensamiento que recogía una de sus biógrafas, Concepción Calleja, en su libro El triunfo de Camila. En la intimidad, el príncipe la trataba como Gladys, y ella a su vez, lo llamaba Fred.

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Carlos y Camilla | Archivo

Era inevitable que Carlos y Camilla reaparecieran juntos en público. Los hijos del príncipe nunca aceptaron la presencia de quien estaba destinada a ser su madrastra. Costó mucho trabajo que William y Henry fueran aceptándola; más comprensivo el primogénito. Y así, poco a poco, las aguas fueron remansándose en la Corte británica, Carlos le hizo comprender a su madre, la Reina, que nada podía ya impedir que Camilla fuera su esposa, lo que sucedería el 9 de abril de 2005, en el castillo de Windsor, autorizada la boda por la Soberana, en presencia del arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, aunque sin la presencia de los padres de los contrayentes. Como testigos, Tom, primogénito de Camilla, y el príncipe William. La ceremonia hubo de retrasarse un día (estaba prevista para el día 8) por la muerte del Papa Juan Pablo II. Isabel II nombró a su nuera Dama de la Orden de la Jarretera, título de Caballería de elevado rango, que había creado Eduardo IV en 1348. El 6 de febrero de 2022, con ocasión del Jubileo de Platino, la Reina declaró esto: "Es mi sincero deseo que cuando llegue el momento Camilla sea conocida como la Reina consorte". Dentro de sí, Camilla debió experimentar esos días una infinita sensación de victoria, pues se le había atribuido tiempo atrás la siguiente confesión: "Tuve que vivir mucho tiempo siendo constantemente examinada, obligada a vivir con las críticas que me hacían". Aquel desdén hacia Camilla ella lo sentía en la Corte y en la calle. Pero no perdía el sentido del humor y cuando un fotógrafo la tuvo delante para una sesión, bromeando, ella le dijo: "Estás tomando imágenes de un viejo murciélago". Parece ser que sobre su cuestionado físico Camilla se adelantaba, sin tener en cuenta los chascarrillos que circulaban entre sus conciudadanos.

Carlos se implicó al máximo para que poco a poco Camilla fuera aceptada en sociedad y desde luego en todos los ámbitos de Gran Bretaña, y recurrió a un especialista en relaciones públicas, Mark Bolland, que de manera diplomática se valió de medios eficaces para conseguir los objetivos deseados. Cuando Carlos cumplió cincuenta años se celebró una gran fiesta en el hotel Ritz, de Londres. Allí, Camilla ya recibía plácemes y sonrisas, puede que también alguna exagerada reverencia de los reunidos. Y a partir de entonces, en Clarence House, residencia de la pareja principesca, se tuvo constancia de que Camilla ya iba dejando de ser detestada, como había ocurrido sobre todo tras la trágica muerte de Diana. No hay nada más que recordar que en la serie televisiva "The Crown", de tan vasta audiencia, aparecía retratada como una bruja.

Quedó evidente que ella quería al príncipe y era correspondida. Que se fue acercando a William y a Harry, soportando la indiferencia de éstos al principio. No digamos cuanto hubo de sufrir por los constantes ataques de los medios de comunicación, que seguían la corriente popular. Y así, dejando correr el tiempo, llegamos al presente, cuando se sabe que Camilla ya es un personaje aceptado por el pueblo, si no en su totalidad, al menos por una amplia mayoría. A ello contribuyó la decisión de la Reina, cuando dirigiéndose a sus súbditos les hacía saber que algún día Camilla sería Reina consorte, le había otorgado el título de duquesa de Cornualles con tratamiento de Alteza Real y, en definitiva, daba su total consentimiento y afecto para que su hijo pudiera sentirse plenamente feliz junto a la mujer que amó desde muchos años atrás. En consecuencia, la prensa británica fue más adicta en adelante a Camilla. Y la escritora Penny Junor publicó una biografía, The Duchess, the untold story, donde reflejó la verdadera personalidad de esta mujer que tanto tiempo había esperado para ser reconocida como la enamorada desde siempre del príncipe. Escribió sobre Camilla: "Es vivaz, divertida, amigable… y dura cuando ha de serlo".

Si Carlos es tímido, inseguro, con rabietas infantiles como cuando ya Rey hubo de firmar un documento, tras la muerte de la Reina, y la estilográfica que sostenía entre sus dedos le jugó una mala pasada manchándole las manos y salpicándole de tinta la camisa, ahí estaba a su lado Camilla, para tranquilizarlo. Sabe que cuando él se enfada, ella lo mira de tal manera que el hoy ya monarca no puede sustraerse a una sonrisa cómplice. Tienen aficiones comunes: la caza, los perros, los caballos, los paseos bajo una lluvia fina. Y siempre el humor presente en sus conversaciones. Al cabo del día se reúnen, tras tomar una taza de té, o más tarde un gin-tonic.

Los dos hijos de Camilla de su anterior matrimonio ya la han convertido hace tiempo en abuela. Carlos, desde que Tom y Laura eran pequeños, supo simpatizar con ambos.

Para finalizar esta semblanza de Camilla, digamos que es de naturaleza espontánea. Podría vivir tranquilamente a la sombra de su esposo, pues aceptó siempre su papel. En cuestiones de carácter femenino nunca se ha distinguido por mostrarse demasiado pendiente de la moda. Se maquilla lo justo. No ha recurrido a la cirugía estética, pues evidente resultan las arrugas que surcan su rostro y el cuello. Reflejo de su edad, claro. Una mujer que más que nunca se esfuerza en ser útil a la Monarquía británica. Es presidenta de cerca de cien organizaciones benéficas. Y en concreto se ha distinguido por apoyar la labor de la Sociedad Nacional de Osteoporosis, enfermedad que llevó a la muerte a su madre en 1994.

Y desde que se levanta, su atención siempre está fijada en su gran amor, el rey Carlos III.

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