
El pasado 3 de mayo falleció en Bois-Colombes, población al norte de París, Francisco Paesa, un espía y agente secreto del Gobierno español en los tiempos que lo presidía Felipe González. Personaje relacionado con el tráfico de armas, que en varias ocasiones pisó la cárcel acusado de estafador. Pero asimismo ejerció de "play-boy", seductor de damas, que tuvo entre sus amantes a Dewi Sukarno, viuda del dictador indonesio. Parte de sus fechorías fueron llevadas al cine, con el título de El hombre de las mil caras. En 1998, para escapar de algunos de sus enemigos, dio en publicar una esquela mortuoria. Nadie creyó entonces que se había ido al otro mundo. Ahora, hace cuatro meses, sí que en verdad lo ha hecho. El acta de su defunción consta en el Registro Civil de la localidad gala mencionada al principio. Sin embargo, esa "segunda" pero auténtica muerte de Francisco Paesa, no se ha sabido hasta que a primeros del mes de agosto, la noticia se difundió en los medios de comunicación, y no en todos los más importantes. La época de vacaciones supone para muchos ignorar ciertos sucesos. De ahí que, para quienes nada sepan del óbito de Paesa y algunos pasajes de su vida les contamos abreviadamente lo más llamativo de este singular ciudadano.
Nacido en Madrid hace ochenta y siete años en el seno de una modesta familia, en su pretensión de ser ingeniero agrónomo, sin conseguirlo, dejó los libros para trabajar en una heladería. Se instaló en París donde en mayo de 1961 contrajo matrimonio con la francesa Françoise Dubois, con quien tuvo una hija, la única descendiente. Se convirtió en socio del dictador guineano Francisco Macías, hasta que tuvo que salir del país "por piernas" acusado de haberse aprovechado de las arcas de Guinea Ecuatorial. Fue el principio de una larga serie de oscuros negocios, muchos de ellos relacionados con el tráfico de armas. Su actividad empresarial no le impedía mantener relaciones amorosas con la primera mujer millonaria que llamara su atención. A una de ellas, Daniella Tulli, la arruinó completamente. No fue la única.
Francisco Paesa alternó por temporadas su vida en París y en Ginebra. Fijó sus ojos en una fiesta en Dewi Sukarno, viuda del Presidente de Indonesia. Conviene que nos detengamos en la personalidad de esta fascinante mujer que pisó los más elegantes salones de la capital francesa a la muerte de su marido.
Llamada realmente Naoko Nemoto, japonesa, se dio a conocer como modelo y actriz cinematográfica. Protagonista de tres películas, llamó la atención del Presidente Sukarno, quien quiso conocerla en una visita oficial a Japón, encuentro que tuvo lugar en un hotel de Tokio. Ella, en esa época, era estudiante de arte, pero lo dejó todo por Sukarno, con quien contrajo matrimonio en 1962. A partir de entonces ella pasó a llamarse Ratna Sari Dewi. Fue madre de una niña, Kartika. Sukarno se había casado ya varias veces, pero Dewi fue su definitivo amor. En 1965 un golpe de Estado encabezado por el general Suharto lo derribó del poder, falleciendo tres años más tarde. Fue cuando Dewi abandonó Indonesia para viajar por Europa, recorriendo las más importantes capitales. París y Ginebra fueron sus favoritas, precisamente donde Francisco Paesa mantenía sus turbios negocios.
Nuestro compatriota era consciente de lo mucho que había heredado Dewi Sukarno de su fallecido esposo. Y la cortejó hasta convertirla en su amante. Llegó a pedirle que se casaran, aunque esa boda nunca tuvo lugar. Ni qué decir que Paesa se aprovechó de la notoriedad (y sobre todo el dinero) de Dewi Sukarno, hasta convencerla que debían emprender un lucrativo negocio: la adquisición del Alpha Bank. Ella, enamorada del español, accedió a tal compra. Lo que permitió a un hombre sin escrúpulos como era Paesa para utilizar el activo de aquella institución bancaria en otros negocios, en tanto iba arruinando a cuantos trabajadores españoles habían confiado sus modestos ahorros guiados por los elevados intereses que les había prometido . Aquello sucedió a partir de 1972.
Los amores de Francisco Paesa y Dewi Sukarno continuaron un tiempo, hasta que ella se quitó la venda de los ojos cuando a su enamorado lo metieron en la cárcel, donde permaneció quince meses. Lo habían condenado a muchos más, pero Dewi acudió en su ayuda, permitiéndole salir en libertad mediante una cuantiosa fianza. Tarde o temprano, Dewi Sukarno temía que aquella pasión suya naufragase por culpa del impresentable Paesa, al que sólo le importaba ganar más y más dinero, y de paso, acostarse con más de una mujer de paso. Así, ya no pudimos contemplar más imágenes de la pareja en las páginas de las revistas rosas en fiestas de gala o en las vacaciones invernales que disfrutaban tan enamorados en la estación suiza de Gstad.
Desde París, donde era habitual en los saraos de la alta sociedad, Dewi Sukarno viajó a España en diversas ocasiones. La entrevisté por primera vez en Palma de Mallorca, y más adelante en Madrid. En ambos encuentros, al interesarme por sus relaciones con Paesa sólo me dijo que lo admiraba por sus negocios, y no quiso comentarme ninguna interioridad. En cierto modo, Dewi vagaba por la vida teniendo la vida resuelta por el dinero a su nombre en diversos bancos, aunque Paesa le hubiera despojado de unos cuantos milloncejos, que ella, me dio la impresión, aceptó gustosa. Pagó, por supuesto muy caro los favores sexuales de su amante.
Ella pintaba, escribía, publicó una biografía de Sukarno con dibujos propios, que me mostró delicadamente. No supe más de ella hasta que en 2008 regresó a su país natal, viviendo en Tokio a todo tren, donde era conocida con el apelativo de Dewi Fujin. Entretanto, Francisco Paesa fue protagonizando historias propias de un espía y agente secreto especial, lo que resumiremos, bien por falta de espacio y, además, teniendo en cuenta que esa biografía suya ya se ha divulgado hasta la saciedad.
Transcurría 1976 cuando, detenido en Bélgica, acabó en una prisión suiza, acusado una vez más de estafador. Como no se arredraba ante nada, había obtenido un pasaporte diplomático con el que representaba a la isla de Santo Tomé, lo que le facilitaba mucho sus relaciones empresariales y sociales. Vestía muy bien, de calle o de etiqueta. Y como hablaba varios idiomas podía tener contactos que pudieran repercutirle en sus ingresos. Consiguió hábilmente entablar negociaciones con el Ministerio del Interior del Gobierno de Felipe González. Su mejor servicio fue cuando vendió una partida de pistolas y dos misiles antiaéreos a la organización terrorista ETA, que llevaban unos sensores de localización. A la Guardia Civil no le fue complicada la detención en la localidad de Sokoa, cerca de la frontera franco-española, de la cúpula etarra. Además, dieron con un zulo lleno de armamento e importante documentación. Aquello le reportó a Paesa no ya una felicitación, sino un buen pellizco, traducido en millones de pesetas. Que incrementó en 1994 al ser de nuevo requerido por el Gobierno español para que diera con el paradero de Roldán. Éste, se había fugado con un montón de dinero que se apropió durante su mandato como director de la Guardia Civil, que estaba destinado para la construcción de casas para las familias del Cuerpo armado. El desfalco significaba una afrenta para el Gobierno socialista. Paesa dio con Luis Roldán y tras un embrollado proceso de búsqueda y captura, pudo ser trasladado a España para ser juzgado.
Francisco Paesa recibió a cambio de delatar el paradero de Roldán, una cantidad que creemos fue de doscientos cuarenta y cinco millones de pesetas. Pero es que, a su vez, estafó a Luis Roldán, a quien convenció de que confiara en él, que lo iba a ayudar a colocar bien el dinero que había esquilmado a las arcas de la Guardia Civil, cifrado en dos mil millones de pesetas. De los que cuando el exdirector fue localizado en Laos y entregado en el aeropuerto de Bangkok el 27 de febrero de 1995 a una delegación española que lo trajo a Madrid, nunca más se supo. Roldán declararía que no se había quedado con un duro siquiera, que todo lo había dejado en manos de Paesa, quien le había prometido desviarlo a cuentas en bancos de paraísos fiscales. Nunca pudo saberse la verdad, sospechándose que el espía y agente secreto había sido el único beneficiario de aquellos millones. Él, se defendió diciendo que los había tenido, sí, pero que los había gastado en proteger al detenido. Un auténtico farsante y un sinvergüenza. Ambos.
Paesa ya no tuvo más servicios que realizar para el Gobierno español. En 1998 apareció en las últimas páginas de "El País" una esquela mortuoria donde aparecía Francisco Paesa como fallecido. Una estratagema supuestamente para despistar a quienes quizá lo amenazaban por alguna de sus fechorías. El avispado periodista de sucesos Manuel Cerdán, que ya en las páginas de "El Mundo" había dado junto a su colega Antonio Rubio con el paradero de Roldán en París y supo también de las andanzas de Paesa, volvió a contactar con éste, en su época de director de "Interviú". De cuanto supo sobre el espía y agente secreto lo vertió en un novelesco volumen, que más tarde sirvió como argumento de "El hombre de las mil caras", película de 2006. Ahora sí que aquel escurridizo personaje ha llegado al final de su singular existencia.

