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Adriana Ozores cumple 65 años, madre de un hijo de 30

Adriana Ozores ha vivido su vida en la más absoluta discreción y apenas se sabe que se separó de su marido, con el que tuvo un hijo.

Adriana Ozores ha vivido su vida en la más absoluta discreción y apenas se sabe que se separó de su marido, con el que tuvo un hijo.
Adriana Ozores | Cordon Press

No quedan en España apenas sagas de actores de relieve. La de los Ozores es una de las pocas. Y quien mantiene esa llama artística, jubilado ya el guionista y director Mariano Ozores, son dos sobrinas de éste, primas ellas, Emma y Adriana Ozores. La última citada acaba de cumplir sesenta y cinco años. Con una biografía plena de títulos y éxitos. Su vida íntima la ha llevado siempre con la más absoluta discreción y apenas se sabe que se separó de su marido, que tuvo con él un hijo, hoy con treinta años, y de la que no se han conocido después otras relaciones sentimentales. Si hay o hubo alguna, ella no la ha dado a conocer.

Adriana Ozores proviene, como decíamos, de una dinastía que se inició en el teatro a cargo de su bisabuelo. Tíos de ella el antes mentado Mariano y el muy personalísimo actor cómico, Antonio. Hija de quien gozó en la familia de una acreditada popularidad, José Luis, aquel inmenso actor que tanto nos hizo reír y participar de sus tiernos personajes, en Recluta con niño (que por cierto no quería protagonizar) o en El tigre de Chamberí, formando pareja con otro excepcional cómico, Tony Leblanc. José Luis y Conchita, su mujer, fueron padres de tres hijos: los varones Pelayo y Mariano (quienes se dedicarían también al cine) y la mayor, Adriana. Eligieron tal apelativo en recuerdo de la dulce protagonista de Arianne, Audrey Hepburn, película de Billy Wilder. A la pequeña la llamaban en casa Arían. Tenía apenas nueve años Adriana cuando su progenitor se fue de este mundo, hace de esto exactamente cincuenta y seis años, el 11 de mayo de 1968, víctima de una implacable esclerosis múltiple. Sus últimos años los pasó en silla de ruedas, ya sin poder deleitarnos con su inconfundible arte interpretativo. La viuda de José Luis Ozores, Concepción Muñoz, que había sido bailarina antes de casarse, hubo de enfrentarse a las penurias económica con sus tres hijos, al no entrar dinero en casa. Los ayudaron merced a una colecta recogida a través de un popular programa de Radio Madrid, "Ustedes son formidables".

La primogénita, Adriana, estudió en el Liceo italiano de Madrid y cuando estrenó sus pimpantes veinte años su tío Mariano le ofreció debutar en una de sus películas, Los energéticos, que protagonizarían Pajares y Esteso. Con ambos, la joven se inició como actriz cinematográfica, sin vocación alguna. Lo que ella deseaba es pintar, no en vano su fallecido padre también destacó, en la última etapa de su infortunada vida, con los pinceles y celebró alguna exposición. Si Adriana comenzó en la gran pantalla con argumentos vodevilescos (El liguero mágico, donde hacía de sordomuda acordándose de Harpo Marx; brujita en Brujas mágicas, camarera de la reina en La loca historia de los tres mosqueteros, ciega en "Los chulos" , junto a otros personajes disparatados " en ¡Qué gozada de divorcio!, El hijo del cura y otros parecidos títulos), que dieron mucho dinero en taquilla, poco a poco, conforme se afianzaba en su carrera, pasó a convertirse en una actriz de mayor enjundia. Con una filmografía tan variada como interesante, registramos las recordadas como Pídele cuentas al Rey, La vida de nadie, Héctor y La hora de los valientes, que en 1998 le deparó un Goya como " la mejor actriz de reparto", encontrando en televisión un trampolín para ser ya muy reconocida en toda España, a través de éstas, entre otras series: El jardín de Venus, Turno de oficio, Los hombres de Paco (permaneció cuatro años en ella), fue la madre de Manolito Gafotas y más cercanas en el tiempo Velvet Colección e Invisibles. Entre sus apariciones en la gran y pequeña pantalla, Adriana, como toda exigente actriz que se precie, pisó los escenarios teatrales para representar comedias y dramas. La irrupción de la actriz en el arte de Talía le permitió gracias a su talento trabajar bajo las órdenes de Adolfo Marsillach en la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

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Con Emma Suárez en Invisibles

No ha sido nunca Adriana Ozores habitual de las revistas del corazón, aunque haya aparecido de vez en cuando en sus páginas. Sencillamente porque no ha querido nunca mezclar su profesión con su vida particular. Tanto es así que no se divulgó mucho su boda con el actor valenciano, de Requena, Joaquín Climent, de la misma edad que ella. Embarazada en 1993 estuvo representando un clásico teatral, Fuenteovejuna!, hasta que ya hubo de esperar en casa el ansiado momento de su maternidad. Al bebé le impusieron el nombre de Adrián. Su madre, en las escasas ocasiones que se ha referido públicamente a él, lo ha definido como "mi príncipe azul". En algunas ocasiones, conforme el niño iba creciendo, tuvo que llevárselo consigo allí donde rodaba una película, una serie o representaba una función. Contaba con la consideración de sus compañeros y directores para no separarse del pequeño. En uno de esos desplazamientos, ya con unos pocos años, Adrián encontró en Cádiz un perro callejero, del que no quiso separarse, al que llamó desde un primer momento "Cantinflas".

Aquel matrimonio de Adriana y Climent acabó pronto. La ruptura no impidió que ambos coincidieran más de una vez en algún reparto, pues procuraron llevarse civilizadamente para cuidar y educar a su hijo, como fue el caso de la comedia Los hijos, estrenada en el Olimpia de Valencia. Tímida de carácter, muy responsable, trabajadora al máximo, apenas si ha tenido etapas de inactividad. Su hijo, ya decíamos, eje de su vida. Le compró un caballo, aunque llegó el momento en el que mantenerlo en unas cuadras se llevaba buena parte de sus ahorros, viéndose obligada a venderlo. Entre sus aficiones, las artes plásticas, en los pocos momentos que haya tenido de ocio; le ha seguido apasionando llenar lienzos de pintura, sobre todo recurriendo a la acuarela, y también modelando cera. Toda su sabiduría de actriz le ha servido para dar clases de arte dramático en alguna ocasión para algún grupo de aspirantes a actores. La docencia le estimula. Pero, por mucho que su existencia esté centrada en la interpretación, nunca se ha dejado llevar por la excesiva complacencia, lo que se explica porque no suela ver sus películas una vez estrenadas.

Sencilla, agradable en el trato con sus compañeros y los periodistas, no muchos que la hayan tratado, tiene sus expansiones cuando está sola. Y cuando ya su hijo fue mayor de edad, se permitió viajar sin nadie de compañía, al lejano Japón. La comida nipona le chifla. Léase sushi y otros platos. También se ha sentido fascinada contemplando paisajes desérticos. Pasó una larga temporada en Arizona, Estados Unidos. Tiene Adriana Ozores una rica vida de experiencias, la mayoría de las cuáles suele guardar para sí.

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