
Eran las ocho de la mañana del 23 de julio de 2004 cuando se certificó la hora exacta de su muerte. El cadáver fue descubierto cuatro horas más tarde cuando llegó Luisa, la empleada de hogar, y poco después una íntima amiga de la fallecida, Eva Carreño. El cuerpo de Carmen Ordóñez se encontraba en la bañera. Tenía un golpe en el labio. En el inodoro se hallaron restos de drogas. En la sala de estar el televisor se encontraba encendido. El edificio estaba dotado con cámaras de seguridad. Se supone que pudieron registrar las entradas y salidas de cuantos accedieron a la casa. Todo indica tras las investigaciones realizadas que habían desaparecido algunas pruebas. Un amigo de la finada proporcionó una grabación a una conocida que podría haber sido prueba aclaratoria del suceso. Pudo saberse que esa noche Carmina estuvo en casa acompañada de dos personas, un hombre y una mujer, cuyas identidades nunca se supieron o bien no se hicieron públicas. Desde su móvil, pasada la medianoche, entabló contacto con una serie de amistades a las que invitó a que acudieran a su casa para celebrar una velada. Pero todo indica que ninguna de esas personas acudió a la reunión, pues cada una, por separado, se disculpó por tener otros compromisos, tal y como se registraron los mensajes. Así es que, resumiendo, esa noche la pasó Carmen con los mentados asistentes, un varón y una mujer.
Carmen Ordóñez residía en esa vivienda con el tercero y último de sus hijos, Julián. Pero se dio la circunstancia de que esa noche, precisamente, él no estaba pues se había ido a casa de su padre, Julián Contreras, que hacía años estaba separado de ella. Con el transcurso de las horas de ese fatídico 23 de julio, tanto Julián Jr. como sus dos hermanos, Francisco y Cayetano, se enteraron del óbito. Los medios de comunicación audiovisuales no cesaron de informar a la opinión pública incesantemente, No hay que olvidar que Carmen Ordóñez era una mujer muy popular: por sus matrimonios, amoríos, y una presencia continua en las revistas del corazón y los programas rosas de la "tele". Precisamente el día anterior había colaborado, desgraciadamente por última vez, en el programa "A tu lado".
Con el paso de los días, queda dicho que se plantearon dudas sobre si Carmina quiso suicidarse, lo que quedó descartado por quienes la conocían bien. ¿Alguien de esas amistades que ella cultivaba de dudoso comportamiento social le proporcionó la droga dura que pudo causarle la muerte? ¿Ella fue consciente de lo que consumió esa madrugada? ¿La dejaron sola cuando aún vivía esas dos personas que fueron las últimas en estar a su lado? No hubiera sido difícil investigar quiénes eran, o su paradero: dejarían huellas en vasos de cuanto bebieron, o en distintos lugares de la casa.
Cuando Francisco y Cayetano Rivera procedieron a conocer la lectura de la causa de la muerte de su madre en el Instituto Anatómico Forense, cercano a la Ciudad Universitaria, guardaron el documento negándose a que se hiciera público, como decíamos en un principio. Y procuraron con el dolor que puede suponerse ir aceptando día a día la cruel realidad de haberse quedado huérfanos. Conocían de sobra las adicciones de su madre, y nada pudieron hacer para impedirlo. Julián, el tercer hermano, sí que logró ingresarla en un centro de rehabilitación en Barcelona. Por poco tiempo. Carmen Ordóñez no soportaba sentirse custodiada por los médicos. Quería vivir a tope. Ya había pronosticado que no llegaría a los cincuenta años. Y acertó: el 2 de mayo de 2004 celebró el que sería su último cumpleaños, cuarenta y nueve. De estar viva, en la pasada primavera habría soplado una tarta con sesenta y nueve velas.
Las interrogantes del por qué María del Carmen Cayetana Ordóñez González llevaba aquella desenfrenada vida que iba a llevarla a la tumba, tienen su origen muy probable en la temprana muerte de su madre en agosto de 1982, a causa de un cáncer, a la edad de cincuenta y cuatro años cuando Carmuca, como era llamada familiarmente, tenía veintisiete. Sufrió una depresión. Su padre, el gran torero Antonio Ordóñez, volvió a contraer segundas nupcias con la funcionaria Pilar Lezcano, lo que supuso para Carmina una gran decepción. Nunca hizo buenas migas con su madrastra. Su padre falleció el 19 de noviembre de 1998. Otro golpe para nuestra protagonista.
Había recibido una esmerada educación. Estudios en el Liceo Francés de Madrid. No le faltó nunca dinero. Ya siendo muy joven, cobró un cheque abultado de la revista "Diez Minutos". La primera española que contaba su vida en un semanario del corazón cuando tenía escasas experiencias para interesar a los lectores. Pero se había casado con un torero, Francisco Rivera "Paquirri", en 1973. Estuve en su boda, acontecimiento social importante. A sus diecisiete años quería divertirse y después de un corto tiempo residiendo con su marido en un piso del madrileño paseo de La Habana, "Paquirri" resolvió irse con ella a la finca de su propiedad. Por delante de todo estaba su carrera taurina. Y Carmen se aburría en medio del campo. Ni siquiera acompañando a su esposo en la etapa americana le llenó de satisfacción. Hubo chismes que la relacionaron con José María Manzanares senior, sin mayor relevancia. Hasta que 1979 se separaron. Sus dos hijos pasaron su infancia y parte de su adolescencia con la madre, los abuelos paternos y el abuelo Antonio Ordóñez. Harto sabido es que "Paquirri", sin olvidar nunca a Carmina, se casó con Isabel Pantoja. En tanto aquella comenzó una deriva sentimental relacionándose con rumberos o vivales, gente que le divertía, como Antonio Arribas, Eduardo Bermejo o Pepe Cabrera, entre otros, para casarse dos veces, una con Julián Contreras, un cantante rumbero de escasa fortuna, con quien convivió un decenio desde 1984, padres de Julián. Varias temporadas residieron en Marruecos, "a lo grande". El marido, de acompañante, sin dar un palo al agua, cantando rumbas en fiestas de ministros o ante el propio rey alauita. Carmina era en ese ambiente una reina del glamur. Deshecho aquel matrimonio tuvo el infeliz deseo de casarse con un mediocre bailarín con aires de grandeza, Ernesto Neyra en 1997. Fueron dos años de tortura para ella, desquitando los primeros meses de ilusión. Un día Carmina apareció con moratones en el rostro, adujo que se había resbalado en la bañera; no pasó mucho tiempo en descubrirse que Neyra tenía la mano muy larga: era un maltratador. Se divorciaron en 1999.
Y a partir de entonces, Carmen Ordóñez prosiguió, ya soltera, con su vida independiente, sus habituales juergas, generosa con el dinero que ganaba mensualmente con su presencia en "Tómbola" y otros programas rosa de televisión.
Se mesaba los cabellos continuamente ante las cámaras y repetía aquello de "A mi plin, yo soy Ordóñez Dominguín". Le traía al fresco las críticas que pudiera recibir. Era "La Divina". Constantemente repetía al ser preguntada como estaba: "Divinamente". El último mes de su vida lo pasó muy sola. Y se le paró el corazón aquella misteriosa noche, hace de esto ya veinte años.
De la prensa "canalla", su más íntimo amigo fue el recordado Jesús Mariñas, quien la retrató así: "Era rebelde, estuvo malcriada, consentida, mimada". Era una de las mujeres más bellas de España. Y tiró por la borda su vida, porque a pesar de sus múltiples noches de vino y rosas, no fue nunca del todo feliz. "Paquirri" la siguió recordando; ella, menos.