
Que Raffaella Carrá vivía "a lo grande" era evidente. Y si no, en Chic quedaba reflejado recientemente con imágenes del casoplón donde residía en Roma, que no han vendido hasta la fecha sus herederos por el elevado precio que piden. Una artista millonaria gracias a lo ganado por sus programas de televisión, tanto en Italia primero como después en España, que es donde amasó su fortuna. Políticamente, hemos sabido que votaba al partido comunista italiano. Sin descender a comentarios demagógicos, no es su caso el único que sepamos de correligionarios suyos que siendo inmensamente ricos se mostraban afines a la ideología izquierdista de dicho partido. Por ejemplo, nos viene a la memoria un personaje español que financiaba viajes y gastos diversos de Santiago Carrillo, Teodulfo Lagunero, que lo introdujo en España ilegalmente disfrazado con una peluca.
Pedro Ángel Sánchez contaba en su biografía "Nada es eterno salvo Carrá", datos sobre esa militancia de la artista. Cuando Raffaella murió en el verano de 2021, soltera y sin hijos, hubo especulaciones acerca de que quiénes heredarían su abultado patrimonio, resultando que sus familiares más próximos eran sus sobrinos Matteo y Federica Pelloni. Pero ¿no podría tener asimismo derechos sucesorios su última pareja, Sergio Japino, con el que convivió a lo largo de tres décadas, después de romper con quien había sido otro gran amor, Gianni Boncompagni? Muchos eran los millones acumulados por Raffaella, obtenidos por sus programas de televisión como decíamos, y luego los derechos correspondientes por ser autora de canciones o textos incluidos en ellos.
El patrimonio inmobiliario de la estrella consistía en esa vivienda de Roma ahora puesta en venta, pero también una casa de verano en Cala Píccola y otra en el pueblo medieval de Montalcino. En cuanto al activo de sus cuentas bancarias ya pertenece al secreto.
Raffaella, como cualquier fémina y más siendo una gran estrella del espectáculo, fantaseaba con su edad. Había nacido en Bolonia, declaraba que en 1948, quitándose por lo menos un quinquenio. Cuando falleció, contaba setenta y ocho años. Su vocación artística le vino desde muy niña: con nueve años ya apareció en una película, pero en el futuro destacó como bailarina, cantante, presentadora y entrevistadora de populares personajes ante las cámaras de televisión. Como actriz cinematográfica percibió que pese a su ambición por competir con Sofía Loren o Gina Lollobrígida en la gran pantalla no pasaba de ser un sueño inalcanzable. La única película que tuvo, al menos publicitariamente, cierta difusión fue aquella que rodó junto a Frank Sinatra. Se pensaba que éste no desaprovecharía la ocasión de llevarla a la cama. Según contaba quien presumía de ser amigo y confidente suyo, Rappel, Raffaella no quiso acostarse con "La Voz".
Sólo hubo dos hombres importantes en la vida sentimental de la Carrá, los ya mentados líneas arriba, Gianni Boncompagni y Sergio Japino, que no eran precisamente unos guapos galanes: los conocí. Se ocupaban, cada uno cuando fueron pareja de ella, tanto de sus coreografías como de los contratos y asuntos artísticos y financieros de la diva, la que por sus actuaciones era lo que en Estados Unidos se llama "Show-girl". O sea, una chica-espectáculo, una animadora.
Nunca quiso casarse. Indagando en su familia, sabemos que Raffaella poco o nada supo de su padre, ausente del hogar mientras ella era una niña. Aquello le supuso siempre un rechazo al matrimonio, sabiendo que el de sus progenitores fue un fracaso. Lo que sí constituyó un drama íntimo para ella fue no alcanzar la maternidad. Esa parte de su vida solitaria durante mucho tiempo la llevó a ganarse el cariño de sus sobrinos, hijos de un hermano.
Hice varias entrevistas a Raffaella, la primera cuando en 1975 llegó a Madrid para actuar en Telecinco. En cierta ocasión la sorprendí en su camerino sin maquillar. Cambiaba bastante su físico cuando salía a actuar. Ni qué decir que en aquella ocasión me dedicó unos sonoros gritos. En líneas generales puedo decir que era simpática con los periodistas, aunque también sacaba de vez en cuando su genio. Era autoritaria, perfeccionista. Un colega, a mi lado, le echó en cara al terminar su actuación en el Festival de Benidorm, en el que tomó parte como figura invitada, que hubiera utilizado todo el rato el playback. Le hizo comprender ella que era necesario: permanecer una hora en escena cantando y bailando no podía hacerlo sin ese recurrido sistema sonoro, pues con los jadeos y movimientos el espectáculo resultaría inaudible y penoso.
Desde que triunfara en "Canzoníssima", aquel programa-concurso de la RAI en los años 60 y 70, Raffaella Carrá demostró incuestionablemente su valía. Nadie le hizo sombra por el dominio de sus facetas artísticas antes mencionadas. Convertida por ello en una estrella, se atrevió a escandalizar al Vaticano con una canción titulada "Tuca Tuca", con letra de contenido subido de tono. Fue la primera mujer en enseñar su ombligo en la televisión italiana. Y en 1974 durante un coloquio en su programa "Millelú ce" sacó a colación dos temas entonces muy discutidos en Italia, el divorcio y el aborto.
Con ese desparpajo del que hacía gala, sin esconder el bulto al ser interrogada por asuntos personales, al saberse que era comunista, se la instó a que confesara sus razones. A lo que respondió en aquella ocasión: "Yo siempre voto comunista. Si hay que defender en un conflicto empresarial a los obreros estaré de parte de ellos y de los espectadores también si viene al caso".
La noticia de su muerte causó sensación en Italia y España. Consciente de que padecía cáncer de pulmón y que no duraría mucho tiempo, dejó arreglado cuanto entendió necesario para su legado y herencia, entre otros detalles el de cómo tenía que ser su ataúd. Genio y figura de una estrella irrepetible.