
El catalán Jordi Evole lleva años ejerciendo, primero de cómico en televisión y en las recientes temporadas sorprendiendo con sus poco comunes entrevistas, logrando que los personajes elegidos para sus programas revelen historias o anécdotas nada o poco conocidas. Mérito sin duda suyo para sonsacarles lo que otros periodistas no lo consiguieron o no lo intentaron. Se ha casado una vez, tiene un hijo, está separado, siendo su compañera en los últimos tiempos la ex diputada, que se autoexilió en Suiza, Anna Gabriel.
Jordi Évole Requena cumplió cincuenta años en el pasado verano. Nació en Cornellá de Llobregat (Barcelona), hijo de un matrimonio de emigrantes, padre extremeño y madre granadina. Emparentados con Jordi Hurtado, el longevo presentador de sus concursos de preguntas y respuestas, quienes proceden del mismo pueblo cacereño, Carrovillas de Alconétar.
A Jordi se le despertó su vocación periodística, ingresando en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde cursó Comunicación Audiovisual. Aunque ha ejercido la prensa escrita (en "El Periódico", "La Vanguardia") sus primeros trabajos fueron en la radio y luego, y hasta el momento, la televisión. Comenzó radiando partidos de categoría regional. Pero cuando de verdad fue poco a poco dándose a conocer fue en un programa de Andreu Buenafuente, que lo contrató para simular entre el público asistente que era un espontáneo espectador que lo interrumpía de vez en cuando, razón por la que fue motejado como "El Follonero". Es allí donde se despertó como cómico, pasó a destacar entre 2008 y 2019 en "Salvados" y ya con espacio y productora propia continúo con éxito su papel de entrevistador. En la actualidad mantiene los fines de semana en la Sexta, con notables cifras de audiencia, "Lo de Évole".
La lista de personajes con los que ha dialogado es tan importante como variada: el impresentable dictador Nicolás Maduro, el Papa Francisco y una larga relación de gentes de toda condición social, relevantes, consiguiendo en general obtener de ellos confidencias de gran interés informativo o de carácter humano o simplemente anecdótico. Jordi Évole sabe escuchar, lo que entre españoles sabido es constituye una rareza. Proporciona un clima íntimo entre él y sus entrevistados, les aporta confianza, casi a media voz, nunca engolada, y aunque mezcla expresiones satíricas de vez en cuando o de condición humorística, resuelve con absoluta seriedad sus objetivos, sin acercarse a la frivolidad de otros colegas. Como si fuera un confesor, dando la sensación de que aquello que le cuentan, "no saldrá del sitio donde se encuentran". A los programas de Jordi Évole no acuden personajes que quieran promocionarse o hacer publicidad de sus trabajos. Y por eso mismo las audiencias son importantes, respondiendo al interés de los telespectadores. Premios de relieve ha conseguido.
Un periodista y comunicador experimentado que cuando es invitado por otros compañeros para que cuente detalles de su intimidad, suele negarse. Sabemos que estuvo casado entre 2007 y 2019 con una compañera de Universidad, Esther Delgado, fotógrafa de profesión, con quien tuvo un hijo nacido en 2006, en un hogar situado en Santa Coloma de Cervelló, pueblo cercano al suyo natal. Después se conoció su vinculación sentimental con la entonces diputada Anna Gabriel con una relación discreta, tratando de no ser objetivo de los reporteros.
Al menos públicamente, Jordi Évole se comporta con sencillez, viste de manera informal, con sus cabellos algo alborotados como reñidos con el peine, y procura no aparentar nunca ser una estrella de la televisión, eso que muchos ignorantes entienden ser famoso, cuando en realidad lo más apropiado es llamarlos populares.
Padece una enfermedad rara denominada cataplexia, consistente en pérdida muscular, que surge por ejemplo cuando se emociona o se ríe, instante en el que se desmaya y puede perder un rato la consciencia. Es un desajuste del sueño. En ese trance es posible que se caiga al suelo. O encima de una mesa como no hace mucho le sucedió mientras contestaba a las preguntas de Pablo Motos en El Hormiguero, momento en el que no pudo evitar taparse la cabeza con sus brazos, apoyándola unos pocos minutos y dormitando.

