
Daniel Barenboim, uno de los más acreditados directores de orquesta, de fama mundial, ha confesado padecer "el mal de Parkinson", la terrible enfermedad que dará al traste con su futuro musical. Este argentino, que ostenta también tres nacionalidades (la española, israelí y palestina), a sus ochenta y dos años, no ha tenido más remedio que revelar su estado de salud: "Ya no puedo ofrecer el rendimiento que se exige a un director de orquesta". No obstante, junto a su colega Zubin Mehta, está ilusionado por compartir con él una gira por China y Europa, que en su caso será la despedida definitiva, batuta en mano. Daniel es muy querido en España entre la élite musical. Cuenta entre sus admiradoras a la Reina Sofía como asidua a muchos de sus conciertos. Recibió hace años el premio Príncipe de Asturias. Un hombre de paz, que siempre abogó por el entendimiento entre los pueblos de Israel y Palestina, de ahí que fuera distinguido, como decíamos, con esa doble condición ciudadana. En su vida íntima, Barenboim vivió una auténtica angustia, muy dolorosa con su primera mujer, víctima de una enfermedad degenerativa. No se comprendió bien que cuando aún ésta se hallaba con vida, él se fuera a vivir con otra, a la que finalmente, ya fallecida aquella, coinvirtió en su mujer. Un drama que incluso se llevó al cine en la película "Hilary y Jackie".
Daniel Barenboim fue un niño prodigio, hijo de un matrimonio de músicos, que a los cinco años ya leía algunas partituras y a los siete daba su primer concierto de piano. Fue a estudiar a Salzburgo, conoció a fondo la obra de Mozart. Y en adelante alcanzó éxitos continuos, ya confirmado como uno de los mejores directores de orquesta. Dirigió en más de una ocasión la de la Ópera de Viena y los conciertos de fin de año.
Como nos interesa su vida sentimental, dejamos de lado su biografía profesional repleta de triunfos y galardones. Se casó en 1967 con la chelista británica Jacqueline du Pré, quien renunció a sus creencias religiosas adoptando el judaísmo, al que pertenecía su esposo; matrimonio que duró un decenio hasta la muerte de ella. Una enfermedad degenerativa fue minando su salud hasta obligarla a abandonar su carrera. Daniel procuraba estar el mayor tiempo posible junto a ella, pero tenía por otra parte que atender sus numerosos contratos. No renunció a ellos, viajaba constantemente y en uno de sus desplazamientos dio en conocer a la pianista rusa Yelena Bashkirova, de quien se enamoró perdidamente.
Daniel Barenboim tenía una doble vida. Seguía queriendo a su mujer enferma, pero la angustia que le producía el mal incurable de ella, quiso paliarla cuando entabló su amistad íntima con Yelena. Y no pudo resistirse a la pasión que lo llevo a vivir con ésta en un piso de París. Entre tanto, la existencia de Jacqueline du Pré iba apagándose.
Daniel, enterado de que su esposa se estaba muriendo, corrió hasta donde ella vivía, el antiguo hogar del director de orquesta, y pudo cerrar los ojos de Jacqueline cuando se fue de este mundo. Tras el entierro, Barenboim voló a la capital francesa, se reunió con Yelena y prepararon el año siguiente, 1988, su boda. Tuvieron dos hijos, Michael y David Arthur.
¿Pudo tranquilizar su conciencia Daniel Barenboim al llevar aquella doble vida sentimental? Es difícil responder a esa cuestión. Lo fácil sería criticarlo por abandonar a Jacqueline en silla de ruedas y luego, compungido, en su lecho mortal. ¿Se comportó frívolamente al sentir aquel enamoramiento hacia la pianista rusa? Juzguen ustedes, sabiéndolo un hombre triste, apagado, consciente de que el mal de su esposa no tenía remedio. ¿Egoísta, al fin y al cabo? Es posible que así lo fuera.

