
Farah Diba ha tenido una vida fascinante, sobre la que las revistas del corazón, también otras generalistas, fueron informando puntual y periódicamente desde su boda con el Sha de Persia, y su coronación como Emperatriz. Fue madre de cuatro hijos, dos de los cuáles murieron en trágicas circunstancias. El exilio de la familia fue el principio de un doloroso peregrinaje, con la muerte del Sha en ese espacio de tiempo. A sus ochenta y seis años, Farah comparte ahora su existencia entre su casa en Estados Unidos y otra residencia en París. Esa vida tan llena de acontecimientos, manteniendo durante mucho tiempo su belleza y elegancia, han convertido a Farah Diba en un personaje extraordinario, y será protagonista de una película, que será dirigida por una prestigiosa cineasta iraní, Emily Atef.
Farah Diba vino al mundo en Teherán el 14 de octubre de 1980. Su padre, Sohrab Diba, era un oficial del ejército iraní y también abogado, quien decidió que estudiara en París la carrera de Arquitectura. En una recepción en la Embajada de Irán en la capital francesa, con motivo de un viaje de Estado del Sha de Persia, Reza Pahlavi, éste la saludó por vez primera aunque de manera superficial, alabando su belleza. Volvieron tiempo después a reencontrarse y entonces hubo entre ambos una mayor intimidad, que cristalizaría con la boda real de la pareja el 21 de diciembre de 1959. Farah contaba entonces apenas diecinueve años. Ceremonia suntuosa que dio paso con los años a la creación de una familia feliz, con la llegada de los hijos, el primero, un varón, Reza, con el que su progenitor, Reza Pahlavi, respiró tranquilo y por fin afortunado al contar ya con un heredero de la corona.

En efecto: en sus dos matrimonios anteriores, Reza Pahlavi no consiguió procrear ese varón necesario para dar continuidad a su dinastía. Su primera esposa fue la princesa egipcia Fawzia, que sólo pudo darle una niña, la princesa Shahnaz. Como quiera que durante el tiempo que estuvieron casados no alumbraron ese tan deseado varón, el Sha se vio obligado a separarse de su esposa. La segunda fue Soraya Esfandiari, bella mujer de espléndidos ojos, a la que asimismo repudió a los pocos años de estar casados. Las revistas rosas de aquellos años 60 se hartaron de publicar reportajes sobre aquella triste mujer, que tuvo que exiliarse. Terminó siendo actriz circunstancial de unas pocas películas de dudoso interés. La contemplé en algunas ocasiones: en un recital de Julio Iglesias en el Auditorio de Palma de Mallorca, y en la discoteca de un restaurante de París donde me encontraba invitado por Sara Montiel junto a unos pocos colegas. Me fijé en esa mirada perdida de Soraya, que a pesar de algunos idilios paseaba por la capital francesa, donde vivía, su constante soledad, su permanente amargura.
Farah Diba fue ya desde que se casó con el Sha un soplo de alegría en la Corte iraní. A recordar los fastos imperiales cuando junto a su marido fueron coronados emperadores en 1967, con asistencia de las principales representaciones monárquicas de la vieja Europa, quienes dieron brillo a tan llamativo evento que, como decimos, congregó al mayor número de testas coronadas. Millones de rials (la moneda del país) costaron aquellas ceremonias, en tanto Irán vivía en su población índices insoportables de miseria. No obstante, el Sha inició la llamada Revolución Blanca, con la que pretendió, ayudado por la emperatriz, un progreso social y económico para su pueblo.

En octubre de 1969 los entonces Príncipes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, visitaron oficialmente Irán, siendo agasajados por los Emperadores durante la semana que permanecieron en el país. Fui uno de los enviados especiales del medio en que prestaba mis servicios, junto a una media docena de colegas. Y conocí el lujo de aquella Corte, al asistir a la cena de bienvenida que el Sha y Farah ofrecieron a nuestros Príncipes en un palacio de ensueño. Hubo otras recepciones y viajes. Y en un acto deportivo estuve a dos metros de la emperatriz y pude fotografiarla sin problemas. Era, como decíamos, una mujer de gran atractivo. Volví a estar también muy cerca de ella en el vestíbulo del Hotel París, de Mónaco, cuando acudió a las exequias de la princesa Grace. El porte regio de esa mujer impresionaba.
Estados Unidos protegió a Irán durante el reinado del Sha Reza Pahlavi. No es ésta la ocasión de referirnos por qué dejaron caer a ese régimen. Lo cierto es que llegado enero de 1979, el Sha fue derrocado por la Revolución Islámica liderada por el ayatolá Jomeini. Y toda la Familia Real hubo de exiliarse. Fue un amargo peregrinaje desde Teherán porque ningún país quería tenerla en su suelo. El presidente egipcio Anuar el-Sadat fue el único que los protegió, amparándolos tras acogerlos. Apenas un año pudo contarlo el Sha, pues falleció en El Cairo en 1980, después de haber intentado en los Estados Unidos, tras un permiso especial, que en un hospital oncológico trataran de detener su avanzado cáncer. Y lamentablemente cuando fue asesinado Sadat, Farah y sus cuatro hijos tuvieron de nuevo que implorar a otros líderes mundiales para hallar un refugio seguro donde sus vidas no corrieran peligro, o al menos tantas dificultades como las que el destino los amenazaba.
Así es que, en ese viaje en pos de un país donde fijar su exilio, pasaron temporadas sucesivamente en Marruecos, México, las Bahamas, Panamá…En Cuernavaca fue uno de los sitios donde hallaron mejor acogida. Cuarenta y cinco años ha durado el exilio de Farah y su familia. La emperatriz ha residido ya de una manera más o menos estable en Connecticut, Estados Unidos, y en París.
Obviamente las ocupaciones de Farah Diba han sido sólo de carácter familiar, sin que sepamos haya dedicado su tiempo a alguna labor profesional. Ahora que es abuela, a sus ochenta y seis años, de tres nietas, dedica sus mejores horas a estar pendiente de ellos.
De cuanto le ha ocurrido en ese citado tiempo de su exilio hemos de señalar dos sucesos que volvieron a teñir de luto a Farah, después de llevar aquel velo negro sobre su tez blanca cuando acaeció el fallecimiento del Sha. Uno fue la muerte de la princesa Leila, su hija menor, a los treinta y un años, que sufría de anorexia y depresión: la encontraron sin vida en la habitación que ocupaba en un hotel de Londres, en 2001, a consecuencia de haberse atiborrado de pastillas. La enterraron en el cementerio parisiense de Passy. Luego sucedió otra nueva desgracia: el suicidio asimismo de su tercer hijo Alí Reza, en Boston, de cuarenta y cuatro años, cuando precisamente acariciaba la felicidad en vísperas de ser padre de su única hija. Contaba cuarenta y cuatro años y se disparó un arma. Sus cenizas se arrojaron al mar Caspio. Acerca de esas vidas se dijo en su entorno que no habían podido superar los tiempos difíciles que vivieron fuera de su país.
Aquellas muertes sembraron otro luto, no el del velo, sí en su corazón, en Farah Diba, del que aún no se ha recuperado del todo. Quien ha sido icono de la prensa rosa como ella, está interesada en esa película que va a rodarse sobre su intensa vida, puede que haya colaborado en el guion o sea consultada durante el rodaje. Será una especie de segundo testamento en imágenes de su existencia, pues ya legó otro hace años en forma de memorias.

