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Fray Josepho y Monsieur de Sans-Foy

Envidia de Donald Trump

Nuestros poetas envidian a Trump. Eso sí, no acaban de ponerse de acuerdo en qué rasgo trumpiano resulta más admirable.

Nuestros poetas envidian a Trump. Eso sí, no acaban de ponerse de acuerdo en qué rasgo trumpiano resulta más admirable.
Donald Trump | EFE

Nuestros poetas envidian a Trump. Y no envidian que se haya convertido en el dirigente político más poderoso del mundo, no. Tampoco envidian su dinero, que eso es de mal gusto. Envidian sus cualidades personales. Eso sí, no acaban de ponerse de acuerdo en qué rasgo trumpiano resulta más admirable.

Lean, lean.

HASTA LA MANERA DE ANDAR
por Monsieur de Sans-Foy

De Trump, como del chon, me gusta todo:
su labia de rufián (hoy chuloputas),
curtida en mil peleas y disputas,
rodando y revolcándose en el lodo.

El pelo, que parece un electrodo:
cuidado... porque igual te electrocutas,
si tocas las magníficas volutas
de estopa, y de color como de yodo.

Me gusta la bocaza en movimiento,
su forma de pasarse por el arco
las cosas que le importan un pimiento.

Me gusta su expresión de bacalao,
de necio soplapollas ojizarco...
tan chulo, que parece de Bilbao.

LO QUE YO ENVIDIO DE TRUMP
por Fray Josepho

El pelo de Trump mola. Coincido, sí, coincido.
Pelazo prodigioso. Fantástico tupé.
Pero lo que me deja de envidia recomido
no es el copete blondo, carísimo Mesié.

Pues más que la honda envidia que causa su penacho,
le envidio con las féminas su éxito total.
Envidio al Trump-Tenorio, conquistador y macho,
al Trump-objeto lúbrico de la Hembra Primordial.

Le envidio sus mancebas, le envidio sus queridas,
le envidio sus esposas (la actual es un pibón).
Le envidio cómo agarra sus partes divertidas,
y a ellas les derrite su manipulación.

Supongo que sus dólares resultan buen pretexto
para acceder al íntimo paraje del placer.
No sé, pues siendo fraile, no peco contra el Sexto,
e ignoro los deleites que ofrece la Mujer.

En fin, con Trump, América tendrá distintos rumbos.
Seguro que habrá cambios. No sé si para mal.
Mas no será el primero que pruebe, sin gayumbos,
las mórbidas alfombras en el despacho oval.

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