
El Placer de Viajar se centra en este episodio, el ultimo de la cuarta temporada, en un espacio en el que habitualmente no suele estar al alcance de los turistas, pero que no por ello deja de ser, al menos en algunas ocasiones, absolutamente impresionante: bajo la superficie de la tierra.
Espacios que pueden llegar a ser aterradores, pero al mismo tiempo fascinantes, como los osarios de la República Checa, en este caso hablamos sobre todo del que se encuentra bajo la Iglesia de San Jacobo, en Brno, redescubierto hace unos años y que es uno de los mayores de Europa por el número de restos acumulados.
O lugares que en muchas ocasiones son impresionantes, como la Catedral de Sal de Zipaquirá, en la que se combinan ingeniería, geología y fe y sobrecoge con su monumentalidad a 80 metros de profundidad, de la que da una idea el hecho de que la nave central tenga 16 metros de altura.
Los hay que son una apasionante lección de historia como las minas de Almadén; Patrimonio Mundial y un lugar en el que se ha trabajado durante miles de años, perfecto para una visita en la que el viajero se siente un poco minero por un rato.
Algo similar a lo que se experimenta en el Pozo Sotón, en la cuenca minera de Langreo, con sus 800 metros de profundidad máxima y perfecto para conocer cómo era ese duro trabajo.
La virtud de otro de los lugares tratados en el episodio es su capacidad para transportarnos casi físicamente a episodios históricos concretos, como ocurre con los búnkeres de Melieha en el norte de Malta, creados para que hasta 5.000 personas pudiesen resguardarse de los bombardeos de la Italia fascista durante la II Guerra Mundial.
Y si hablamos de ese conflicto no hay mejor lugar para recordarlo que las Churchill War Rooms, en pleno el centro de Londres, que fueron el búnker del gobierno británico durante la guerra y se mantienen tal y como estaban el día de la victoria de los Aliados, en 1945.
Y, por supuesto, no faltan tampoco las cuevas naturales que son un espectáculo por su belleza subterráne, como las de Valporquero, en León, con sus formaciones de un millón de años y un recorrido visitable de casi kilómetro y medio; o las de Mira el Aire, en el centro de Portugal, muy cerca de Fátima, con espacios enormes, grandiosos, pero al mismo tiempo parte de una visita muy fácil, cómoda, que genera un recuerdo imborrable.
En definitiva, ocho propuestas que son ocho argumentos de peso para recordar que muchos lugares que están allí donde no debería haber nada de interés tienen, por el contrario, un atractivo turístico innegable y pueden ser una parada fundamental de cualquier viaje.
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