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Katy Mikhailova

Gambas con gaseosa

La moda del Fashion Week Madrid ha sido un auténtico cementerio de ideas y creatividad, una vez más.

Una creación de Marcos Luengo en la Madrid Fashion Week | Gtres

He esperado a que finalizara la Fashion Week Madrid para volver a hacer un balance del caldo de cultivo de la moda española. Y la gran realidad es que ese caldo brilla por su ausencia, como es de costumbre. Se ha ido evaporando. Y, como cada año, más de lo mismo. Un auténtico cementerio de ideas y creatividad, en donde la inmensa mayoría de los desfiles se acoplan en un IFEMA al que cada vez da más pereza asistir y en cuya moqueta el olor a naftalina parece haberse asentado, aun habiéndose renovado recientemente.

La noticia principal ha sido ver cómo Agatha Ruiz de la Prada coquetea con el reguetón, sacando a la palestra a Omar Montes a desfilar. No nos importa ni tu cuerpo ni tu pasado: ¡bailemos!

Recuerdo que hace un año me permití el lujo de publicar un fotorreportaje del cantante en la revista de papel FEARLESS ® (firmada la entrevista por la periodista Teresa Haering Portolés), en una edición de arquitectura en la que condenamos a Omar a coexistir (en papel) con los arquitectos más famosos de España.

Desde luego que lo de Omar Montes no es nada, al lado de ser testigo de cómo C. Tangana protagoniza una portada de Harper 's Bazaar España, enfundado en un abrigo de piel (supongo) sintético de Prada.

La conclusión que podemos extraer es que el lujo mira al reggaeton, porque el lujo, en definitiva, está entre la gente. O más bien, hablamos del lujo ilustrado de ‘todo para el pueblo, pero sin el pueblo, porque quieren pero no pueden’.

En esta línea, este miércoles tuve un interesante almuerzo en el restaurante Arzábal del Museo Reina Sofía. Organizado por la firma de relojes ORIS, el objetivo era transmitir la filosofía de sostenibilidad de la marca, con el eslogan ‘Change for the better’. Lo mejor de la comida (un sitting brillante por parte de Luxurycomm, la agencia de comunicación de las marcas de lujo más importantes) fue la mesa que nos tocó: el famoso estilista Fran Marto bromeaba con que, en una ocasión, le pidió el responsable de una marca muy conocida un estilo "aspiracional" para aquella producción: "conseguir un outfit de una chica de extrarradio que aspira a ser como las de ciudad". Algo tan ambiguo como inexplicable. (Espero que Fran no me mate por contarlo). Buscaban ese sentimiento de "ascenso" socioestético de la joven de la periferia que "aspira" a vestir como si viviera en la Gran Vía. Un concepto demodé, absurdo y ambiguo: porque ambos estereotipos de mujer tienen, en palabras de Fran, un Zara al lado: "el mundo inditex ya ha llegado a todas partes".

El lujo mira a la urbe y busca empatizar con gente que no consumirá lujo pero aspira a tenerlo. De hecho, una frase brillante del periodista de moda Bertie Espinosa que nos regaló también esta semana fue la de "en Alcorcón se consume más lujo que en el Barrio de Salamanca; porque en Serrano la gente no compra bolsos de lujo: los hereda".

Del mismo modo que el estrato cultural más bajo mira hacia arriba, elogiando al lujo más ostentoso y recargado: el lujo a su vez, observa, analiza y juega con el estrato más bajo. Y no es que ni el lujo se democratice ni que lo vulgar se eleve. Es simplemente un juego de intenciones, de fusiones divertidas que consigue que rompamos las barreras y le demos algo de originalidad a esta vida tan gris que se nos está quedando. Haber sacado a Omar Montes junto a Moneo era una forma de encontrar un contrapunto a la intelectualidad y la elegancia. Es como maridar unos carabineros con una gaseosa. Se puede. No todos los días son gambas con Albariño…! La virtud está en saber combinar los extremos y conseguir que se gesten nuevas creaciones (y chascarrillos en la post-fiesta). En eso Agatha es la mejor. Sigamos mezclando.

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