Así combatían el frío nuestros antepasados: de las agujas de hueso a las camas con dosel
Desde pieles y muros macizos a la arquitectura bioclimática: soluciones contra el rigor climático de antaño resurgen por su eficiencia hoy.
Durante miles de años, el frío fue uno de los principales desafíos para la supervivencia humana. No olvidemos que, mucho antes de la calefacción, el aislamiento moderno o la ropa técnica, las personas tuvieron que idear soluciones prácticas para mantener el calor corporal y proteger sus hogares. Desde la Prehistoria hasta la Edad Media, la lucha contra las bajas temperaturas marcó la forma de vestir, de construir y de habitar los espacios.
Por ello, por ejemplo, en épocas como la última Edad de Hielo, cuando las temperaturas eran hasta 11 grados más bajas que hoy en algunas regiones, la ropa era esencial. En ese momento, las pieles de animales y la lana se usaban en capas para retener el calor. El desarrollo de agujas de hueso permitió coser varias piezas y crear prendas ajustadas, mucho más eficaces que simples envoltorios. De hecho, gorros, capas y prendas superpuestas ayudaban a reducir la pérdida de calor, especialmente en cabeza y extremidades. Posteriormente, ya en la Edad Media, estas estrategias continuaron. La lana se convirtió en el material más extendido y las personas dormían vestidas, cubiertas con mantas pesadas. Usar varias capas no era una moda, sino una necesidad diaria para soportar inviernos largos y viviendas mal aisladas.
Casas pensadas para aguantar el invierno
Con el paso del tiempo, la arquitectura también se adaptó al frío. Hay que recordar que, en la Antigüedad y el medievo, los muros gruesos de piedra o madera ayudaban a conservar el calor interior. Las ventanas eran pequeñas y, cuando existían, se cubrían con contraventanas de madera o telas enceradas. Elegir entre luz o abrigo era habitual.
Otro elemento para calentar los hogares como pueden ser las chimeneas, tal como se conocen hoy, no se generalizaron hasta el siglo XIII. Antes, el fuego se encendía en el centro de la estancia. Calentaba, pero llenaba las casas de humo. Aun así, era imprescindible. Por la noche, al apagarse el fuego por seguridad, la cama se convertía en el principal refugio contra el frío.
Como en cualquier momento de la historia, dormir bien abrigado es clave. En épocas pasadas, las personas se protegían con múltiples mantas, gorros de lana y, en muchos casos, compartían cama para aprovechar el calor corporal. En los hogares más acomodados aparecieron las camas con dosel, cuyas cortinas ayudaban a retener el calor y frenar las corrientes de aire. Tapices y pieles colgados en las paredes cumplían la misma función aislante.
La creatividad fue fundamental. Además del fuego y la ropa, se usaron soluciones como los neveros, estructuras para almacenar nieve y hielo durante meses. Aunque se empleaban para conservar alimentos, también muestran un conocimiento avanzado del control térmico, adaptado al entorno y sin necesidad de energía externa.
Por qué estas técnicas están regresando
Hoy, muchas de estas soluciones vuelven a despertar interés. La arquitectura bioclimática recupera ideas antiguas como muros gruesos, orientación solar y ventilación controlada. De hecho, ahora la lana, las mantas pesadas y las prendas por capas vuelven a valorarse por su capacidad para proporcionar calor natural y duradero.
La razón es clara: sostenibilidad y eficiencia energética. Frente al alto consumo de energía, las técnicas del pasado ofrecen alternativas basadas en materiales locales, diseño inteligente y aprovechamiento pasivo del calor. La forma en que nuestros antepasados se protegieron del frío sigue ofreciendo lecciones útiles hoy. En un contexto de búsqueda de soluciones más sostenibles, mirar al pasado se ha convertido, de nuevo, en una opción muy actual.
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