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Por qué el tiempo se vuelve "más lento" y "extraño" cada 1 de enero según la ciencia

El efecto de nuevo comienzo y la ruptura de rutinas alteran el ritmo cognitivo, haciendo que estas jornadas iniciales se sientan mucho más pausadas.

Pixabay/CC/Peggychoucair

Cada 1 de enero se repite una experiencia común: los días parecen transcurrir de forma diferente. Para muchas personas, el tiempo se vuelve más lento, extraño o incluso "suspendido". La rutina no termina de encajar y cada jornada se vive con una atención especial. Esta percepción no es subjetiva ni casual, sino el resultado de una compleja combinación de factores psicológicos, biológicos, sociales y culturales que influyen directamente en cómo el cerebro procesa el paso del tiempo al comenzar un nuevo año.

El cambio de año funciona como un poderoso hito mental. Aunque el tiempo objetivo no se altera, el cerebro interpreta el calendario como una frontera clara entre un "antes" y un "después". En psicología, este fenómeno se conoce como fresh start effect o efecto de nuevo comienzo. Gracias a él, las personas tienden a separar mentalmente el año que termina del que empieza, reevaluar errores y logros y proyectar nuevos objetivos. Este aumento de la reflexión personal intensifica la actividad cognitiva y hace que los días se vivan de manera menos automática. Al prestar más atención al presente, la percepción del tiempo se ralentiza.

La ruptura de la rutina cotidiana

Durante los primeros días de enero, muchas rutinas habituales siguen alteradas. Vacaciones, festivos, horarios irregulares y menor actividad laboral o escolar cambian el ritmo normal de la vida diaria. Las calles están más tranquilas y la actividad se reduce.

No hay que olvidar que el cerebro mide el tiempo en función de la repetición. Cuando esa repetición se interrumpe, los días dejan de pasar "en piloto automático" y se experimentan con mayor conciencia. Por eso, enero puede sentirse como una etapa de transición, a medio camino entre el año viejo y el nuevo.

Además, tampoco hay que pasar por alto el hecho de que las fiestas navideñas alteran profundamente los ritmos circadianos. Dormir menos, comer a deshoras y el aumento del consumo de alcohol y azúcar provocan un desajuste físico que se arrastra a los primeros días del año. El cuerpo necesita tiempo para volver a sincronizarse.

Este reajuste genera cansancio, menor concentración y una sensación de desorientación temporal. Cuando el organismo no está completamente alineado, el cerebro interpreta el paso del tiempo de forma distinta, reforzando la sensación de lentitud o rareza.

Menos estímulos tras la intensidad de diciembre

Diciembre suele ser un mes cargado de estímulos: reuniones constantes, celebraciones, luces, música y emociones intensas. Enero, en cambio, llega con un descenso brusco de actividad. Este contraste produce una sensación de vacío, calma o introspección.

Con menos estímulos externos, la atención se dirige hacia el interior. Los días se viven con más detalle, lo que los hace parecer más largos y densos.

Además, el inicio del año despierta emociones opuestas. A la esperanza y la ilusión por nuevos proyectos se suman la nostalgia, la presión por cumplir propósitos y la ansiedad ante el futuro. Estas emociones intensas tienen un peso psicológico importante y afectan directamente a la percepción del tiempo.

Un día cargado emocionalmente se recuerda más y se siente más largo que uno rutinario, lo que contribuye a que los primeros días de enero se vivan de forma distinta.

Una construcción cultural que se repite

La sociedad refuerza la idea de que el año nuevo es un momento especial. Mensajes de reinicio, balances en medios y redes sociales y narrativas de cambio consolidan la sensación de estar atravesando un periodo excepcional. Aunque cada año es distinto, el cerebro responde de forma similar a este conjunto de estímulos.

Los primeros días del año no son objetivamente diferentes, pero nuestra mente los vive como si lo fueran, recordándonos que el tiempo no solo se mide en horas, sino también en experiencias.

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