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El origen del árbol de Navidad: ritos paganos, San Bonifacio y la simbología católica

Desde ritos paganos hasta la reina Victoria, este hábito milenario une fe y cultura. Descubre cómo el abeto pasó de los bosques al salón de casa.

Flickr/CC/Galo Naranjo

Cada año, cuando se acercan las fechas navideñas, millones de hogares repiten un mismo ritual: montar un árbol de Navidad y decorarlo con luces, bolas y una estrella en lo alto. En España es tradición colocar la decoración navideña en el puente de la Constitución… Pero lo que hoy parece una tradición incuestionable tiene, en realidad, un origen complejo que mezcla antiguas creencias paganas, simbolismo cristiano y una larga evolución cultural.

De hecho, mucho antes de que la Navidad existiera como celebración cristiana, los pueblos del norte de Europa ya otorgaban un significado especial a los árboles de hoja perenne. Tanto es así que celtas y germanos decoraban ramas y árboles durante los ritos paganos del solsticio de invierno como símbolo de vida, renovación y esperanza en un periodo marcado por el frío y la oscuridad.

En un momento del año en el que la naturaleza parecía dormida, los árboles que no perdían sus hojas representaban la continuidad de la vida y la promesa del regreso del sol. Por ello, se adornaban con frutas y velas para honrar a sus dioses y atraer fertilidad y prosperidad para el nuevo ciclo.

La cristianización del árbol en la Edad Media

Con la expansión del cristianismo, muchas de estas costumbres fueron reinterpretadas. El árbol pasó a asociarse con el Árbol del Paraíso y con la vida eterna que, según la tradición cristiana, trae Jesucristo. Durante la Edad Media, era habitual representar escenas bíblicas en torno al 24 de diciembre, conocidas como la Fiesta de Adán y Eva, en las que aparecía un árbol decorado con manzanas, velas y dulces.

Recordemos que una de las leyendas más conocidas atribuye la introducción del árbol cristiano a San Bonifacio, misionero alemán que sustituyó un roble pagano, vinculado al dios Thor, por un abeto, símbolo de paz y amor eterno. El árbol fue decorado con manzanas, que representaban el pecado original, y velas, como símbolo de la luz de Cristo.

No obstante, la costumbre de introducir el árbol en el interior de los hogares se consolidó a partir del siglo XVI en Alemania y Europa Central. Con el paso del tiempo, esta tradición se extendió por Europa y llegó a Gran Bretaña en el siglo XIX, impulsada por el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria. Las ilustraciones de la familia real alrededor del árbol contribuyeron decisivamente a su popularización.

A España, el árbol de Navidad llegó a finales del siglo XIX, inicialmente decorado con manzanas y velas, que con el tiempo dieron paso a bolas de cristal y luces eléctricas.

Luces, bolas y estrella: el simbolismo actual

Cada elemento del árbol tiene un significado heredado de su evolución histórica. Por ejemplo, las manzanas se transformaron en bolas, que simbolizan dones y abundancia, mientras que las velas fueron sustituidas por luces eléctricas, asociadas a la luz divina. La estrella que corona el árbol recuerda a la Estrella de Belén, guía de los Reyes Magos, y la forma triangular del abeto se ha interpretado como representación de la Santísima Trinidad.

Pero además, la iluminación del árbol también cuenta con su propia historia. No hay que pasar por alto que una leyenda atribuye a Martín Lutero la idea de colocar velas para imitar el brillo de las estrellas. Más tarde, con la invención de la bombilla, Edward H. Johnson, socio de Thomas Edison, popularizó las luces eléctricas en 1882 en Nueva York.

Un ritual que une a las familias

Hoy, decorar el árbol de Navidad va mucho más allá de su origen religioso o simbólico, ya que montarlo en familia representa unión e ilusión y continuidad. Cada adorno guarda recuerdos, tradiciones compartidas y expectativas de futuro. El árbol se convierte así en el centro emocional del hogar durante estas fechas.

En definitiva, decoramos un árbol en Navidad porque queremos seguir celebrando la vida, la esperanza y los vínculos que nos unen. Una tradición ancestral que, año tras año, sigue dando sentido al espíritu navideño.

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