Europa reconoce el fracaso y el aislamiento de su agenda climática tras la COP30 mientras España se inmola por el clima
La UE reconoce que la cumbre deja a Europa "aislada", mientras España insiste en liderar un modelo climático ya agotado.
La Cumbre del Cambio Climático (COP30) concluyó dejando una sensación que ya es habitual en estas cumbres: un enorme esfuerzo diplomático para un resultado que, según la propia delegación europea, roza el fracaso. La nota de prensa del Parlamento Europeo lo afirma sin rodeos: "debemos lamentar que el resultado final no haya ido más allá".
La jefa de delegación, Lídia Pereira, lamentó que la UE se enfrentó a "un frente unificado BRICS-Árabe y a una Presidencia reticente a igualar nuestro nivel de ambición". Aunque se lograron avances formales —reconocimiento de la brecha de emisiones, el "Acelerador de Implementación Global" o un nuevo impulso a la adaptación— el mensaje central es inequívoco: el impulso global "es más lento de lo debido".
El contexto internacional confirma esa ralentización. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), más del 95 % del aumento del consumo energético mundial en 2024 provino de combustibles fósiles en países no occidentales. Y la ONU recuerda que los compromisos climáticos globales han reducido apenas un 1 % las emisiones reales frente al escenario tendencial.
Europa admite su aislamiento
El vicepresidente de la delegación, Mohammed Chahim, fue aún más directo. En su valoración, "la brecha entre la ambición climática y las reducciones concretas de emisiones sigue siendo considerable". Pero su frase clave es la que marca un punto de inflexión político: "Esto aísla cada vez más a Europa del resto del mundo".
La UE, que acudió a Belém con la ambición de liderar una gran coalición, terminó "remando contracorriente" ante la resistencia de países petroleros, el bloque BRICS y un nuevo equilibrio geopolítico que reduce su influencia.
Los datos dan soporte a este diagnóstico:
- El Banco Mundial señala que el 80 % de los países en desarrollo rechaza compromisos que frenen su crecimiento industrial.
- La AIE prevé un incremento continuado del consumo global de combustibles fósiles hasta, al menos, mediados de los 2030.
- Europa representa menos del 7 % de las emisiones globales, pero asume la mayor carga regulatoria de todas las regiones avanzadas.
El reconocimiento de aislamiento no es una opinión: es el diagnóstico oficial de quienes negociaron en Belém.
España, empeñada en liderar lo que ya nadie lidera
Lo que resulta más llamativo es que, frente a esta autocrítica europea, el Gobierno español intensificó su apuesta climática. Mientras Bruselas admite un retroceso, España anunció su adhesión a la Declaración de Belém para la Industrialización Verde Global.
La vicepresidenta y ministra para la Transición Ecológica, Sara Aagesen, presentó esta adhesión como un compromiso internacional para "acelerar la descarbonización de la industria pesada". El texto insiste en una industrialización "verde, justa e inclusiva", reforzando cooperación tecnológica y financiera, y apoyando un nuevo mecanismo global de gobernanza alojado en UNIDO.
Todo suena coherente… si no fuera porque es el mismo marco estratégico que la UE reconoce que está aislando a Europa. Es decir: mientras Bruselas admite que el liderazgo climático europeo se desmorona, España se ofrece para encabezar un modelo que ya casi nadie sigue.
El Gobierno promete impulsar:
- Industrialización verde y justa.
- Cooperación internacional en tecnología y financiación.
- Coordinación global para evitar duplicidades.
- Un nuevo Secretariado internacional antes de la COP31.
Pero no menciona el coste real. La Comisión Europea calcula que el Pacto Verde requiere 1,5 billones de euros anuales hasta 2030 en toda la UE. España, con un déficit estructural crónico, no dispone de margen para sostener una transición tan costosa en solitario.
Una línea política desconectada de la realidad internacional
La desconexión es evidente: mientras la UE describe un escenario de retroceso, España lo interpreta como una oportunidad para reforzar su liderazgo climático. Pero el mundo va por otro lado.
Según la AIE, para 2025 el 70 % de la nueva capacidad industrial mundial seguirá vinculada a combustibles fósiles. China e India mantienen planes de expansión de acero y cemento con carbón y gas al menos hasta 2040. Y Estados Unidos, con su Inflation Reduction Act, combina subvenciones masivas y flexibilidad regulatoria para atraer industria sin imponer restricciones incompatibles con el crecimiento económico.
Es decir: mientras las grandes potencias priorizan competitividad e independencia energética, España opta por un marco que incrementa los costes regulatorios e industriales sin impacto climático global apreciable.
La ilusión de liderar un sistema que ya no funciona
La paradoja final es evidente: justo cuando la UE reconoce que su estrategia climática se debilita, España se propone como vanguardia de ese mismo sistema. Si Europa está "aislada", como admite Chahim, España parece decidida a quedarse atrapada en un aislacionismo dentro del propio aislacionismo europeo.
La consecuencia es una política climática basada en la imposición, el gasto ingente y beneficios globales irrelevantes, sostenida más en el relato que en la evidencia. La COP30 no solo revela el fracaso de una cumbre como admite la Comisión Europea: expone que Europa, y especialmente España, permanecen ancladas a un modelo que el resto del mundo ya ha dejado atrás.
El desafío no es repetir discursos de liderazgo, sino evitar que nuestras decisiones políticas comprometan la competitividad industrial del país durante décadas. La ciencia exige ambición, sí, pero la política necesita rigor, realismo y eficacia. Tras Belém, nada de eso parece haber guiado las decisiones españolas.
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