
Los incendios forestales no sólo causan daños que se pueden ver a simple vista. Cada columna de humo arrastra miles de partículas diminutas que, según la evidencia científica más reciente, incrementan el riesgo de enfermedades respiratorias, cardiovasculares y neurológicas.
España sigue combatiendo una ola de fuegos con focos activos en Castilla y León, Galicia, Extremadura y Asturias, con apoyo de la UME, brigadas del MITECO y refuerzos internacionales.
El balance oficial asciende ya a cuatro fallecidos, según el Departamento de Seguridad Nacional. Pero más allá del fuego, la amenaza se extiende de forma silenciosa a miles de personas, incluso en lugares alejados de los focos: el humo.
Qué contiene el humo
Los incendios forestales liberan a la atmósfera una mezcla compleja de gases y partículas. Entre ellos, los más peligrosos son los PM₂.₅, siglas que hacen referencia a "partículas en suspensión con un diámetro igual o inferior a 2,5 micrómetros". Para hacerse una idea, son unas 30 veces más pequeñas que el grosor de un cabello humano y no se ven a simple vista.
Precisamente por su diminuto tamaño, estas partículas se cuelan con facilidad en el aparato respiratorio, alcanzan los alveolos pulmonares y desde allí pueden pasar al torrente sanguíneo, donde desencadenan procesos de inflamación generalizada que pueden afectar a múltiples órganos.
Una revisión publicada en Science of the Total Environment concluye que la exposición al humo incrementa las crisis asmáticas, empeora la EPOC y eleva las hospitalizaciones cardiovasculares. El estudio también apunta a efectos neurológicos, como deterioro cognitivo.
El problema no acaba con la extinción del fuego. Según la Organización Panamericana de la Salud (PAHO, 2025), los contaminantes generados pueden permanecer suspendidos en el aire durante días o semanas, extendiendo el riesgo a poblaciones situadas a cientos de kilómetros.
Impacto en la salud: del pulmón al corazón
El humo actúa en múltiples frentes. Los efectos más inmediatos son tos, irritación ocular, picor de garganta y dificultad para respirar. En personas vulnerables, estos síntomas pueden evolucionar hacia cuadros graves que requieren hospitalización.
Los estudios recientes son contundentes y muestran que el humo no solo irrita las vías respiratorias, sino que puede desencadenar problemas de salud más graves:
- Enfermedades respiratorias: la exposición al humo de incendios se relaciona con un aumento de casos de neumonía, bronquitis y crisis asmáticas, especialmente en personas con patologías previas como asma o EPOC, según una revisión publicada en Current Opinion in Pulmonary Medicine.
- Riesgo cardiovascular: las partículas finas (PM₂.₅) del humo favorecen procesos de inflamación y estrés oxidativo, que se traducen en un mayor riesgo de infartos e ictus. Un estudio en Environmental Health Perspectives documenta esta asociación en múltiples cohortes internacionales.
- Partos prematuros y bajo peso al nacer: investigaciones de gran escala muestran que la exposición materna a PM₂.₅ específica de incendios incrementa el riesgo de parto prematuro en un 6–7 % y de bajo peso al nacer en un 3–4 %, según un estudio de cohorte en Australia.
- Daño cognitivo y deterioro neurológico: exposiciones a corto plazo al humo pueden ocasionar déficits de atención en adultos en cuestión de horas o días, como documenta un estudio en Environmental Health Perspectives.
Mascarillas: la mejor defensa individual
La pandemia familiarizó a la población con el uso de mascarillas. Y la ciencia confirma que también son útiles frente al humo, aunque no todas ofrecen la misma protección.
Las mascarillas N95 o FFP2 son las más eficaces. Están diseñadas para filtrar al menos el 95 % de las partículas de 0,3 micras, tamaño crítico porque incluye a las PM₂.₅. Un modelo de impacto publicado en GeoHealth estimó que un uso generalizado de estas mascarillas podría reducir entre un 22 % y un 39 % las hospitalizaciones respiratorias durante episodios de humo intenso.
Las mascarillas quirúrgicas, aunque menos eficaces, aportan cierta protección frente a partículas de mayor tamaño (PM₁₀). En cambio, las mascarillas de tela apenas filtran contaminantes, salvo diseños multicapa de fibras naturales, cuya eficacia es limitada.
Un aspecto clave es el ajuste: incluso una N95 pierde eficacia si no se coloca de forma hermética. El Journal of the American College of Cardiology subraya que, bien ajustadas, pueden incluso disminuir el impacto cardiovascular del humo.
Qué hacer en días de humo
Más allá de las mascarillas, los expertos recomiendan permanecer en interiores con las ventanas cerradas, utilizar purificadores de aire con filtros HEPA y evitar la actividad física intensa al aire libre en jornadas con mala calidad del aire.
En las zonas más afectadas, la monitorización del Índice de Calidad del Aire (AQI) resulta esencial para saber cuándo es seguro salir. Herramientas disponibles en webs oficiales y aplicaciones móviles permiten a la población adaptar su actividad diaria a las condiciones ambientales.
Información, prevención y responsabilidad colectiva
Los incendios forestales que golpean España son una tragedia ambiental y humana. El humo que generan constituye un desafío de salud pública con efectos que se extienden más allá del presente inmediato.
Cerrar ventanas, usar un purificador de aire, limitar la actividad física en exteriores o colocarse una mascarilla N95 no son gestos simbólicos, sino medidas capaces de reducir de manera tangible el riesgo de complicaciones graves.
En un verano marcado por las llamas, la información y la prevención se convierten en aliados fundamentales.

