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¿Qué nos queda de la Generación del 27?

Pocas filosofías hallaremos en nuestro tiempo comparables a las contenidas en los poemas taurinos de la Generación del 27.

Pocas filosofías hallaremos en nuestro tiempo comparables a las contenidas en los poemas taurinos de la Generación del 27.
Morante de la Puebla en un momento de su histórica tarde. | Alfredo Arévalo/Las Ventas

La Generación del 27 -otros, como Octavio Paz, le llaman "la generación del 25"; también es conocida por "la generación Guillén-Lorca" tan opuestos unas veces y otras tan próximos;, y, por supuesto, existen quienes la asocian al tiempo de la Dictadura del General Primo de Rivera y otros a la de la Segunda República- es el grupo poético más importante de la historia de la literatura española contemporánea. El mismo Paz, cuya obra sería incomprensible sin la influencia que ejercieron sobre ella alguno de esos autores, dijo: "Es verdad, la generación de 1925 es por sí sola un siglo de oro". No puedo estar más de acuerdo. Tiendo a pensar que es un continente filosófico aún por descubrir. Bastaría detenerse en uno de sus apartados, por ejemplo, la poesía taurina, que ocupa muchas páginas del Cossío, ese grandioso tratado-enciclopedia, titulado Los Toros, para meditar aquí y ahora sobre la imposibilidad de separar la filosofía de la poesía a la hora de "ordenar"con disciplina intelectual una corrida de toros. Esta manifestación artística, el arte de la lidia de un toro bravo, es tan sutil y compleja, o sea tan bravía, que pide ser tratada con poética filosofía. Eso es la Generación del 27. Metafísica. Gran metafísica. Un grandioso tratado sobre el Ser, incluido el del Toro-Torero. La realidad.

La entidad de la corrida de toros, captada en múltiples actividades plásticas, especialmente en la pintura, ha sido pensada con sutileza ontológica por la poesía del 27. Es imposible tratar, estudiar y, en cierto sentido, cultivar nuestra educación estética sobre el arte de los toros sin esta Generación. El gozo de la contemplación de una corrida de toros es, sin duda alguna, más gozo -no es ahora el momento de hablar de expectativas defraudadas-, si nuestra sensibilidad fue desarrollada con los "criterios" de algunos poetas de esta generación. Ellos han vivido y, sobre todo, pensado mejor, mucho mejor que anteriores generaciones, qué es una corrida de toros. Hoy sería una temeridad escribir sobre toros y toreros, sobre aficionados y espectadores a esta singular representación teatral, que no otra cosa es una corrida de toros, prescindiendo de la ontología desplegada por la filosofía del 27. Quien desconozca esa ontología, ese "tratado" sobre el ser de la corrida de toros, estará despidiéndose de una dimensión clave de nuestra civilización.

Pocas filosofías hallaremos en nuestro tiempo comparables a las contenidas en los poemas taurinos de la Generación del 27. Por ahí, por esos "poemas", hallaremos la verdad, o mejor, la realidad que nos vela, oculta y esconde el yo moderno. La subjetividad tramposa, la subjetividad de la modernidad, fue desvelada, en cierto sentido aniquilada, por la "aparición", en verdad, de una genuina Epifanía. Sí, sí, asistimos a la Epifanía de la REALIDAD, del Ser. El mestizaje entre filosofía y poesía es un legado extraordinario de esta generación literaria para aquí y ahora. Tenemos la obligación intelectual de volver sobre sus pasos no sólo para mantener ese patrimonio sino para enriquecerlo. En cierto sentido, es lo que han hecho todos los grandes poetas y filósofos de España e Hispanoamérica que no han dejado de explanar, extender y profundizar algunos de los descubrimientos del 27.

Sí, por fortuna, la poesía taurina sigue siendo muy rica en España y no faltan extraordinarias reflexiones, "teorías", sobre el misterio de la tauromaquia, o acaso no es una grandiosa filosofía, una poética filosofía, la última película de Serra: Tardes de soledad. ¿Hubiera sido posible esta película sin la inspiración de toda la corriente literaria que se ha detenido con morosidad intelectual en la ontología de la corrida de toros? No. Nadie ha penetrado con tanta exactitud en la entidad del toro, en la esencia del juego entre el toro y le torero, como quienes han cultivado ese género mestizo, entre la filosofía y la poesía, que es la poesía taurina. En verdad, toda la poesía del 27. ¿Acaso existe hoy alguna filosofía más poética que la taurina?, ¿dónde hallar un poema, un genuino poema taurino, sin filosofía? Bien sé que el mestizaje entre poesía y filosofía traspasó hace mucho tiempo, ciertamente, el ámbito de la tauromaquia, pero sin él no se entendería bien nuestra poesía y, sobre todo, sus "poéticas", la filosofía de la poesía. La esencia de esa realidad, la metafísica de la tauromaquia, el estudio de la realidad taurina, es parte esencial para quienes deseen entender la circunstancia, o sea la situación, de la "cultura" y civilización hispánicas en nuestro tiempo.

Pues eso, la Generación del 27 nos ha dado miles de cosas, y otras tantas le han negado sus críticos, pero hay una que nadie, insisto, podrá arrebatarle: la afirmación del Ser. "El ser es ser". Esta tautología es, sin duda alguna, uno de los hallazgos más sutiles de toda gran metafísica. "Pues una misma cosa es la que puede ser pensada y puede ser" (Parménides). La Generación del 27 está vinculada con los orígenes de la metafísica, o sea, con el Poema de Parménides: la poesía es ontología, es decir metafísica, o no es. El poema no versa sólo sobre las cosas, sino que va más allá, se hace infinito, trata sobre las cosas en cuanto son, es decir, el ente. La esencia, o mejor dicho, "sobre la esencia del ser" trata la Generación del 27. Es su principal ocupación y preocupación. No es de extrañar que Xavier Zubiri, una de las cabezas inspiradoras, junto a Ortega y Gasset, de la Generación del 27 y a su vez miembro de ese grupo, escribiera, en Sobre la esencia, en el año 1962: "El orden de la realidad en cuanto realidad no es el orden de la objetualidad sino el orden de la simple realidad en cuanto realidad" (Sobre la esencia, p. 382). "La rosa es la rosa", dicen los poetas como Juan Ramón Jiménez, que no era del 27, pero, ay, sin él no sería… Hasta lo trascendental, insiste Zubiri, forma parte, o mejor, es del orden de lo real. "El orden de lo real no se funda en el orden de la verdad, sino que es anterior a éste (…). Lo trascendental es la realidad en cuanto realidad" (Ibídem, pp. 382 y 383). ¿El YO? Nada. Jorge Guillén lo tuvo siempre claro; por eso, en los últimos años de su vida, alentó una Fundación, se llama Fundación Jorge Guillén, con una sola condición que no fuera "guilleno-céntrica". Creo que es el único caso en España, según me confirma el sabio humanista Antonio Piedra, que una Fundación no está dedicada a cultivar, ensalzar y, en el fondo, esconder entre muros la obra de un autor por el ensalzamiento de su YO…

La gran metafísica española, o mejor, la mejor ontología de España en general, y la del mundo taurino en particular, de nuestra época está en nuestros poetas del 27. Y, sin embargo, nada queda, si nos fijamos en la espuma de nuestra cultura: ¿quién lee hoy a esos poetas del 27?, ¿quién lee a Salinas y Guillén, a Gerardo Diego y Dámaso Alonso, a Villalón y Alberti, a García Lorca y Cernuda…?, ¿qué cosa del 27 ha penetrado en el caletre de las nuevas generaciones lectoras? … La Edad de Plata de la poesía española, hoy, es sólo un tópico para los administradores de la historia oficial de la literatura española. ¿Quién lee, por poner un solo ejemplo, en las obras de Jorge Guillén? Quizá cuatro estudiantes extranjeros de filología hispánica y los profesorcitos que hacen méritos para ascender un puesto en el escalafón de la burocracia universitaria. Guillén es un absoluto desconocido para la mayoría de los españoles cultos. Ha quedado reducido a un nombre; alguien al que puede citarse sin correr demasiados riesgos para adornarse en el día de fiesta, sospecho que ahora, cuando los chuflas de la cultura, los burócratas del ministerio de Cultura y las Consejerías de Cultura, preparan unos festejos para celebrar en el año 2027 el centenario de la Generación, citarán a Guillén y a sus compañeros de generación. Algo es algo.

Sin embargo, la cita de este autor, como la de cualquier otro grande de nuestra literatura, siempre es peligrosa. Quien cita a un sabio, como nos enseñó Roland Barthes, corre el mismo riesgo que un torero al citar un morlaco de Cuadri, o de otra ganadería similar, para pasárselo por la cintura: puede ser embestido por sálvese la parte y cogido mortal de necesidad, muerto para siempre. Barthes, quizá uno de los grandes intérpretes de la tauromaquia del siglo XX, sabía bien de lo que hablaba. No citaba en falso. Este extraordinario hombre de letras, ligado a es ese pueblo francés, casi fronterizo con España, llamado Bayona, sabía tanto de interpretación de textos como de toros; y porque era un sabio en esos dos mundos, no dejo de repetir a lo largo de su extensa obra: quien cita mal, quien no sabe citar atendiendo a las características del toro, puede ser embestido, arrollado, con extrema facilidad. ¡Cuidado, pues, con citar a Guillén en falso! Ojo con decir que "Guillén es el poeta puro de la Generación del 27", cuando es el cantor más grande de la vida cotidiana, de la vida, en la poesía del siglo veinte. Cántico y Clamor.

Cántico::

"Saben. El mundo está biem
Hecho. El instante lo exalta".

Clamor:

"El agresor general
Va rodeándolo todo.
-Pues… aquí estoy. Yo no cedo.
Nada cederé al demonio.

Ay: ¿cuánto daño le habrá hecho a la obra de Guillén el rollo ese de atribuirle ser un "poeta puro"?, ¿qué entenderá esa gente por pureza? Pero, más allá de los malos intérpretes de la obra de Guillén, lo único cierto, lo realmente lamentable, es que la "catedral de la poesía", así bautizó Claudio Rodríguez, otro de los grandes olvidados de la Generación del 50, a Cántico, la primera y extraordinaria obra de Guillén. Este poemario es, en efecto, más visitado por turistas extranjeros que por los nacionales. Estos últimos se dejan llevar por los tópicos o, simplemente, se conforman con visitar las primeras capillas de una catedral que empezó a construirse en los años veinte del siglo pasado y que se finalizó en 1950 (la primera edición, de 1928, contenía 75 poemas; la segunda, de 1936, 125 poemas; la tercera, de 1945, 270; y la cuarta y definitiva, de 1950, 334 poemas).

Otro día, pues, escribiré algo sobre Guillén, que no puedo dejar de ver como uno de los grandes filósofos de España. Cántico tengo que releerlo, sí, como un grandioso poema filosófico. Es una explanación extraordinaria del Poema de Parménides. Valga la metáfora, aunque reconozco sus límites. Es posible que Jorge Guillén sea el más grande la Generación del 27. Eso dicen los más sabios de la historia de la literatura española, aunque haya otros que desprecian su poesía por filosófica… Pero de eso, sí, ya habrá tiempo de escribir. Mientras tanto, seguiré pensando que Guillén es el gozne clave de esa gran puerta que nos cierra el acceso al narcisismo del yo y nos abre a la gran Epifanía, la realidad. Más allá: El ser es ser. El más de ese título del poema que abre la última edición de Cántico es, naturalmente, infinito. Es como El Héroe de Baltasar Gracián: "Todos te conozcan, ninguno te abarque: que, con esta treta, lo moderado parecerá mucho; y lo mucho, infinito; y lo infinito, más."

Citemos, pues, a los del 27 pero siempre a ras de tierra y con toque suave. Muy suave. No enfurezcamos más la bravura del toro. Pudiera ser, repito, mortal de necesidad.

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