Colabora
Agapito Maestre

Tradición, amistad y continuidad en la Generación del 27. Gabriel Miró

Bastaría un solo poema de corte taurino para justificar su bendito trabajo. Sus lectores nos daríamos por contento con unas quintillas del corte de las de Gerardo Diego dedicadas al torero mexicano Rodolfo Gaona.

Algunos de los integrantes de la generación del 27 | Archivo

Un poeta excelente, entre los muy buenos que tiene hoy España, se quejaba sobre la tabarra que le están dando los políticos con la Generación del 27. No para de recibir llamadas de teléfono. Quieren que colabore en diferentes comisiones para organizar el centenario del grupo poético e intelectual que rescató a Góngora del olvido y, de paso, consiguió que la poesía española, especialmente la de nuestro Siglo de Oro, fuera referencia ineludible en la literatura universal. ¡Casi nada! El lamento de mi amigo era con la boca chica. Está más contento que unas castañuelas, porque esta circunstancia es una gran oportunidad para releer, es decir, disfrutar a quienes han sido sus maestros, incluso a algunos los conoció y trató en persona.

La poesía del poeta-asesor, como me dijera hace muchos años ya un gran crítico mexicano, tiene rasgos "damasinos". Normal. Leyó en su juventud a Dámaso Alonso con fruición. Nunca dejó de visitarlo. Entraba en sus libros y salía transformado. Este poeta bebió también en las fuentes de Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti… ¡Qué suerte la de este creador de versos! Gracias al centenario del 27 tendrá ocasión de meditar sobre la vigencia de su propia obra, y, quién sabe, si quizá al final de ese proceso, salga un nuevo libro de poemas. Bastaría un solo poema de corte taurino para justificar su bendito trabajo. Sus lectores nos daríamos por contento con unas quintillas del corte de las de Gerardo Diego dedicadas al torero mexicano Rodolfo Gaona. Ahí van unos ejemplos para estimular a nuestro poeta, investigador septuagenario de los clásicos griegos y latinos, y ahora metido en la asesoría de políticos:

Torero mexicano

Esbelto, de goma elástica,
con otra luz y otra plástica,
vino el torero de México
con su sabor de onomástica
y su novedad de léxico.

Y aunque se ve que es el mismo
cañamazo y alfabeto,
borda un dechado, un guarismo
de cismático bautismo
y defendido secreto.

El nuevo Martín Lutero
ya se estira y se apersona,
y se estiliza altanero.
Qué elegancia de torero
la de Rodolfo Gaona.

Pue su quiebro de rodillas
y su larga y su verónica,
su tercio de banderillas,
otro Bernal y otra Crónica.

Lámina pura de oro,
flexible, sonora, huera,
riza y desriza ante el toro
el azteca meteoro
de la sagrada gaonera.

Mi amigo el poeta está encantado con los preparativos del centenario y, naturalmente, se ha prometido ir más a los toros. Quiere ponerse al día sobre el noble arte de la tauromaquia y empezará releyendo el poemario de Diego: La suerte o la muerte, incluido en la Segunda antología de sus versos (1941-1967). Y es que el diálogo con los grandes poetas siempre es enriquecedor por limitado que sean los poetas actuales comparados con los de entonces. ¿O acaso me equivoco? Creo que los vates españoles de hoy no han superado a los del 27, ese grupo de amigos que tuvieron de todo, como dijera José María de Cossío, menos voluntad de derribar nada. ¡No fueron iconoclastas! Merece la pena leer la cita entera de Cossío a propósito de un homenaje a Dámaso Alonso, quizá el más sabio poeta y filólogo de la generación, aunque no fuera su fuerte el conocimiento del latín y del griego. Por cierto que antes del homenaje a Dámaso Alonso tributado por Cossío, Rafael Alberti, otro puntal de la generación, había dicho de su amigo que era un sabio y su memoria inmensa; en la Arboleda perdida, Alberti escribió varias semblanzas de su amigo inolvidable, aquí les dejo la primera, cuando fueron presentados por Juan Chavas: "Dámaso Alonso, un joven, entonces, de prematura madurez, con un extraordinario talento, padecía desilusión, de una incomprensible falta de seguridad en sí mismo, rayana a veces en lo trágico. Le acomplejaba sobre todo su figura: baja, rechoncha, coronada por una calvicie en visible aumento. Hasta le hacia sufrir su segundo apellido -Redondas-, que conocí de pronto y no por él precisamente. Bebía más de la cuenta, cosa que disgustaba a su madre, y era un gran putañero. Se hablaba ya de él como de un pequeño fenómeno de erudición y sabiduría. Su memoria era inmensa -aún más de lo que yo padezco-, habiendo llegado a saberse, en la épocas de nuestro entusiasmo gongorino , las Soledades y el Polífemo de don Luis sin un solo tropiezo. Estaba dotado para la poesía como el mejor, aunque escribiera poco, a causa de su sentido autocrítico exagerado y de aquella especie de desengaño e inseguridad que lo aplastaban. Le tomé mucho cariño. A él le debo muchas cosas. Una fundamental, sobre todo me dio a conocer a Gil Vicente, quien todavía refresca mis canciones de estos últimos años".1

Pero volvamos a la nota singular que Cossío percibe en todos estos poetas del 27, a saber, la generación del 27 fue cualquier cosa menos irreverente con las grandes tradiciones de la literatura española. Fueron por encima de todo defensores de la literatura española. Fueron, diríamos hoy, muy "españolazos". Todos querían, como dice el verso de Guillén, más España. Esta generación unida por fuertes vínculos de amistad, nunca rotos ni siquiera cuando la guerra civil española les hizo estar en trincheras diferentes, fue sobre todo, según insiste Cossío, una generación anti-iconoclasta. No querían acabar con nada sino integrarlo todo: tradición e innovación: "Me he extendido en considerar estos homenajes porque creo que son datos importantes para considerar que esta generación del 27 tuvo de todo menos de iconoclasta, y el fervor con que siempre trató de patentizar lo mucho respetable y vivo de nuestra tradición, aun para el espíritu más presumido de audaz moderno."2 Seamos, pues, humildes y respetuosos con estos grandes poetas. Y si no conseguimos una conversación entre iguales, subámonos a sus hombros para ver un poco más lejos que ellos. Reconozcamos que somos enanos subidos en gigantes.

El centenario debe ser ocasión de repasar, sí, su obras, y sobre todo mostrar que ninguno fue "impío", injusto y sectario con las grandes tradiciones de la cultura española; eran, en efecto, poetas y no filósofos, aunque sin su obra apenas se entiende la filosofía española del siglo veinte; rescataron a Góngora, pero ninguno fue gongorino; no eran del 98, pero los consideraron sus maestros; consiguieron darle continuidad a grandes tradiciones y cortaron por lo sano con tradicionalismos ajados… Y rescataron para siempre a ciertos autores para aquí y ahora. Es no sólo el caso de Góngora sino también del más exquisito escritor de novelas líricas del siglo XX: Gabriel Miró. ¿Novelas líricas? Sí. Poesía. Todo es poético en la obra de Miró. El respeto y el aprendizaje de la mayoría de los autores del 27 a la obra y vida de Gabriel Miró es para estudiar en serio. He ahí una sencilla prueba de la veneración que estos poetas sintieron por sus maestros. Miró, sí, el maestro alicantino, conocido por Sigüenza, su alter ego, fue espuela de plata de toda la generación.

Rafael Alberti exclamó con tono indignado, en su Arboleda perdida, contra el trato que se le había dado en la hora de su muerte: "¡Siempre la triste y cruel indiferencia de España para casi todos sus grandes escritores". Deliciosa e inolvidable es la conversación que recoge en sus memorias Alberti con Miró:

-Alberti: "Usted me dijo - le recordé-en esa carta refiriéndose a mis primeros poemas: 'Hay en ellos palabras de aguda belleza…'. A mí, como a usted, en estos años por lo menos, me gusta la belleza del idioma. Lo hermoso, claro y plástico del suyo me atrae de verdad.

-Miró: "¡Qué quiere usted! Tanto en Levante como en Andalucía, todo es preciso, transparente. La luz perfila hasta las cosas más lejanas. Hasta lo borroso allí se vuelve nítido, brillante…

-Alberti: "Yo vengo a darle las gracias… -le insinué, entrecortado, después de un silencio.

-Miró: "Las gracias? ¡Vamos! -me atajo levantándose- Quiero presentarle a mi mujer y a mi hija Olimpia. La otra no está aquí". 3

Si dejo aparte el prólogo que hizo Pedro Salinas a la novela Sigüenza, de Miró, quizá haya sido Jorge Guillén el que mejor ha pensado la obra de Miró para la poesía de la generación del 27, incluso da una justificación, o sea hace filosofía, sobre la importancia de este autor en su propia obra. Cuenta Guillén con todo tipo de detalles porqué está Miró en Aire Nuestro (título de toda la Obra Poética de Guillén). Pocos han visto tan bien como el vallisoletano Guillén que Miró supera definitivamente el falso dilema del siglo XIX y, seguramente, también del XX entre vida o arte, existencia y literatura. Imposible para un artista como Miró esa oposición. La experiencia, la intuición, no alcanzaría su plenitud sin la palabra. La vida sin literatura corre el peligro de instalarse en la marea biología, o peor, en la cochambre… Guillén sigue sin rechistar a Miró: "La conciencia de las cosas se nos da bajo la palabra". Sin palabra nada en la vida alcanzaría plenitud: "Después del acto vital tiene que seguir el poeta viviendo y archiviviendo para realizar el acto último: la palabra".4 Guillen hace suya la poética de Miró, a saber, "se ha oído a sí mismo pronunciar 'seamos dichosos'. Y al decirlo comienza a serlo… Porque en aquellas palabras había un principio de voluntad y de conciencia de dicha."5

Esa misma poética fue el estro del bello de poema de Guillén titulado:

GABRIEL MIRÓ

1

Poesía, lenguaje. ¿No se aúnan?
El poeta persigue lo absoluto,
Lo absoluto del ser. ¿Y dónde, cómo?
Las sensaciones nunca nos conducen
A esenciales valores. ¿Y qué es eso?
Esencia es abstracción, también idea.
Idea, pura lógica aparente.
Así pensaban
Exquisitos artistas melancólicos.
Torpes los sueños de una decadencia.

2

Gabriel Miró, sensible criatura,
De previas negaciones ignorante,
Siempre que se le tienden sus palabras,
Activas cazadoras,
Hacia esas realidades, que ya intuye,
No ilusión de la mente.
Oh doble ingenuidad, y felicísima.
Su lenguaje es poder y el mundo existe.
Términos observados, matizados
Exigen una frase muy flexible.
Más allá de costumbres coloquiales
Sin rigor de poema, porque es prosa,
Con móvil de lirismo
Es él quien tanto inventa.
Las palabras renacen con frescura
De Génesis,
Contentas de surgir en manantial.
Va siendo muy intenso ese alargare
Y con tino, hacia esos puntos…
Justa, la puntería.

3

¿Hay juego? Mucho más.
Todo parte de espíritu, acéchate,
De un alma conmovida,
Que desde su interior descubre mundo.
Sensación agudísima se incrusta,
Lo sólido remueve
Sin jamás diluirse hacia algún caos.
Las cosas en su atmósfera, paisaje,
Poblaciones, ciudades, sociedad.
Ironía, sarcasmo bien resaltan.
Mare Nostrum, la Grecia, Palestina,
La Pasión del Señor,
Que tantas veces le contó su madre.
Sí, Gabriel, humanísimo poeta.

En fin, ya habrá ocasión de hablar sobre los poemas que dedicaron a Miró otros poetas del 27, entre los que ocupa un lugar relevante el de Gerardo Diego: Visitación de Gabriel Miró.

1ALBERTI, R.: La arboleda perdida. Seix Barral, Barcelona, 1975 (primera edición en 1959), pág. 150.

2Citado por CHACEL, R.: Obra Completa. Vol. 3. Artículos 1. Diputación de Valladolid, Valladolid, 1993, pág. 237 y 272.

3ALBERTI, R., op., cit., págs. 199 y 200.

4GUILLÉN, J.: Obra en prosa. Tusquets Editores, Barcelona, 1999, págs. 381 y 382.

5Idem.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario