
La Edad de Plata del toreo cubre el tiempo que va desde la muerte de José Gómez Ortega (Joselito el Gallo), el día 16 de mayo de 1920, hasta el inicio de la Guerra Civil, en julio 1936, según me insiste Luis Cordón Albalá, magnífico aficionado y abonado en la Grada del 7 de las Ventas. Luis sigue las indicaciones de José Marías de Cossío y Gregorio Corrochano. Los criterios de estos dos grandes escritores son importantes para el libro que Luis está a punto de publicar sobre esa época del toreo. Bienvenida sea esta publicación por muchos motivos, entre los que cabría destacar, primero, la voluntad del autor por perseverar en la escritura de temas taurinos, pues que su primer libro lo dedicó a la legendaria ganadería de reses bravas Concha y Sierra. Hay una segunda motivación que me hace más atractivo el asunto tratado por mi amigo: cuando están preparándose los festejos del centenario de la Generación del 27, no puede ser más oportuno un libro sobre la Edad de Plata del Toreo; sí, inevitablemente, e independientemente de la valía de los contenidos que contenga este libro, no faltara en la obra un capítulo sobre un torero clave de ese período, Ignacio Sánchez Mejías. Quizá este matador no sea el mejor, siguiendo los gustos de Luis, en estilo y maneras artísticas de ese tiempo, pero su figura es imprescindible para conocer las costumbres y las ideas taurinas y no taurinas que adornaron, y a veces emborronaron, las mejores páginas de la Edad de Plata de la Tauromaquia.
Torero y literato (dramaturgo, novelista, cronista taurino) fue este personaje singular en la cultura española de su época y, en cierto sentido, de la nuestra, pues que este este hombre fue inmortalizado por los grandes poetas del 27. Torero y literato, y más que ambas cosas a la vez, fue un hombre clave, junto a Pepín Bello, para que toda una generación de poetas conservaran entre ellos su amistad por encima de recelos, dimes y diretes artísticos e intelectuales. Imposible es entender la famosa Generación del 27 sin la figura de Ignacio Sánchez Mejías. Es el valor dominante destacado por José Antonio Martín Otín en su novela, a veces tan ensayística y otras tan lírica, La desesperación del té (27 veces Pepín Bello): todos los del 27 "eran amigos en aquella semana sevillana y, por encima de ideologías, lo siguieron siendo después. Si se medita con alguna calma resulta impresionante (…). ¿Por qué siguieron siendo amigos? Yo se lo diré don José. Sobre el porqué le diré 'por quienes' siguieron siendo amigos. Esos poetas, dados al desencuentro entre ellos, como todos los artistas de todos los tiempos y todas las generaciones, tenían como escudo ante la carcoma del alma, que roe hasta separar, la presencia de elementos que en la generación del 27 no creaban… más que la generación del 27: Ignacio Sánchez Mejías y Pepín Bello. Insólito, nunca se dio, difícil será que se repita: los alumbradores de esa corriente no eran poetas, eran verso; no escribían poesía, hacían en poesía. Ignacio y Pepín. La luz suave y potente de dos focos dispuestos a caer sobre la sombra."1
El apunte de Petón está muy bien traído y mejor escrito. Nada que objetar salvo que yo añadiría el nombre de José María de Cossío al de Sánchez Mejías y Bello. Quizá hubiera sido inviable esa comunidad de amistad, primer rasgo definitorio de la Generación del 27, sin la bonhomía e inteligencia desplegadas por estos tres personajes para crear lazos de genuina amistad. Fueron la auténtica argamasa para unir con soltura y alegría "egos" muy diferentes, aunque todos ellos tenían un destino común: la poesía, o mejor, el oficio de poeta era clave para elevar de nivel a España… Luis Cordón interrumpe con delicadeza mi perorata y me advierte que en su libro él no entra en nada de eso. El capítulo dedicado a Ignacio Sánchez Mejías no es el más largo. Sólo le interesaba resaltar los aspectos más técnicos y especializados de la tauromaquia de esa época. Aunque conociendo lo concienzudo y serio que es mi amigo, habrá elegido, seguramente, lo más profundo y sincero de este torero para alumbrar las tauromaquias de nuestro tiempo. Si Luis ha tenido en cuenta que "se torea como se es", habrá destacado que este hombre no sabía qué cosa era el miedo, o mejor dicho, lo conocía tan bien que nos mostró que el miedo mas grande es el de la muerte, y quien se deja atenazar por él, sí, está muerto en vida: "Cuando una civilización -dijo en 1929 en la Columbia University- rompe sus moldes, una fábrica cierra…, cuando la civilización romana agoniza, por ejemplo, por falta de virilidad, por sobra de sentimientos caritativos, por egoísmo de la vida, por miedo a la muerte, nada de particular tiene que salga por los chiqueros de Europa el toro negro de los bárbaros o el toro sanguinario de los germanos."2
Se dice con demasiada ligereza que Sánchez Mejías no tenía miedo al toro ni a nadie. Lo dudo. Quien lea despacio sus obras, las más artísticas y efímeras en los ruedos, y también las escritas en papel perdurable, no opinará con frivolidad sobre los miedos de este personaje. En cualquier caso, Luis Cordón habrá tomado buena nota de lo escrito por Don Ventura, el gran crítico taurino de Barcelona, de su estilo: "Este torero ha traído algo nuevo a la fiesta de los toros: la exageración del peligro; más aún: la creación del peligro. Una y otra tarde se ha complacido en llevar a los astados a los terrenos más peligrosos, para exponer más. Cuando no podía haber emoción, la ha buscado él; ha procurado que la hubiera, inventando el peligro…".3
Estoy deseando leer el libro de mi amigo. Estará muy bien documentado. Y eso que la bibliografía sobre Ignacio Sánchez Mejías es inmensa. Hay libros y más libros sobre este torero. Por ciento se cuentan los artículos y ensayos de revista sobre el personaje. Varias tesis doctorales pueblan los anaqueles de las universidades españolas. Si escribir es reescribir, como suele decirse por ahí, entonces mi amigo ha tenido mucho tajo. Yo me atrevo a citarle algunos libros de Andrés Amorós4, la excelente biografía que escribieron Antonio García Ramos y Francisco Narbona5. Y sobre todo me demoro en hablarle de mis lecturas de Cossío, Corrochano, Alberti y Guillén sobre Sánchez Mejías. Tampoco me olvido de citar las bellas páginas que Nestor Luján escribió sobre este torero sevillano en su espléndida historia de la tauromaquia, quede aquí este pequeño retazo: "Al llegar a la biografía de Ignacio Sánchez Mejías, forzosamente se ha de emplear un tono distinto de la de cualquier otro torero que haya existido. Porque Ignacio Sánchez Mejías fue sin igual como torero y como hombre. Era un caso patológico de valor como su cuñado Rafael el Gallo lo era del miedo. Uno y otro no eran naturales, ni entraban dentro de una transida dimensión humana. Fue Ignacio, 'el bien nacido', según lo llamó su amigo, el poeta Federico García Lorca, un torero más bien basto, de gesto dionisíaco y de una temeridad desmandada. Fue un torero con mando en la plaza y una vida aventurera e inquieta. Espíritu fuerte y vital, se dedicó a los toros porque en la hora sevillana en que nació la única salida aureolada y romántica para un héroe era el toreo. En otro momento hubiera sido conquistador, contrabandista o guerrillero. Todo lo contrario también de su cuñado Rafael, que preguntado en una ocasión qué hubiera sido él si no hubiese existido el toreó, contestó con su espontaneidad única: 'Si no hubiese existido el toreo, lo hubiera inventado yo'." 6
Cito y cito, y no acabaría de citar textos y autores que han escrito sobre el divino calvo, pero me percato de que Luis está al cabo de la calle de todo mi cuento. Pero, por fortuna, mi cháchara no le molesta. Me alegro. Ya me relamo por leer el libro de Luis Cordón. Seguro que es una obra valiente. Porque es menester tener mucho valor para lanzarse a escribir un libro sobre una época tan rica de la tauromaquia, y sobre todo sintetizar en un capítulo, sólo un capítulo, la aportación de Ignacio Sánchez Mejías a la Edad de Plata de nuestra tauromaquia. Espero este libro con impaciencia. Me muero, sí, por saber qué dice de Ignacio Sánchez Mejías. Antes de despedirnos hasta que nos veamos en el próximo festejo de Las Ventas, el día 21 de septiembre, me atrevo todavía a recordarle que considero portentosas las páginas que Cossío, en su monumental tratado, dedicó a la apasionada y complicada carrera taurina de Sánchez Mejías.
Abandono las Ventas con un poso de melancolía. La corrida no fue buena, aunque hubo detalles, siempre los hay en los toros; estuvo entretenida, Corredor, el sexto toro de la tarde de Escolar, fue el ganador de la corrida concurso entre las ganaderías de Rehuelga y José Escolar, tomó cuatro varas de Espartaco, que ya es mucho decir, y aguantó la faena, aunque con mucho genio y apretando a Miguel Andrades; y, por la parte de los toreros, el espada Juan de Castilla ganó a sus compañeros Andrades y Ritter en cuanto al ánimo, hizo dos quites arriesgados de gran torería y sus faenas resultaron las más acertadas de todo el espectáculo. Pero lo mejor de toda la tarde, debo ser sincero, fue el anuncio que me hizo Luis Cordón de su nuevo libro. Mientras caminaba por la calle de Alcalá, no dejé de darle vueltas al atrevimiento de mi amigo: un libro sobre la Edad de Plata del toreo. Fantástico. Salí al rato de la melancolía y nada más llegar a casa me puse a releer las crónicas taurinas de Sánchez Mejías sobre sus propias actuaciones. Y, después, volví a degustar las páginas Rafael Alberti, en La arboleda perdida, sobre la figura de Sánchez Mejías; por cierto que no he conseguido saber con certeza si Alberti se refiere a su elegía o a la de Lorca, cuando escribe: "El entusiasmo taurino de José María de Cossío, nueva amistosa adquisición de nuestras reuniones gongorinas, me llevó una tarde a conocer, en el hall del Palace Hotel, a un tipo excepcional, que sería, luego de su horrorosa muerte, héroe de una de las mejores elegías derramada de pluma española: Ignacio Sánchez Mejías, tan solo matador de toros en aquellos momentos."7 De momento, y mientras llega el día de aclarar el asunto, es decir, de escribir sobre el "Llanto de Ignacio Sánchez Mejías", de García Lorca, lean el Verte y no verte, la elegía del poeta del Puerto de Santa María a su amigo Sánchez Mejías.
VERTE Y NO VERTE
A Ignacio Sánchez Mejías
ELEGÍA
EL TORO DE LA MUERTE
Antes de ser o estar en el bramido
que la entraña vacuna conmociona,
por el aire que el cuerno desmorona
y el coletazo deja sin sentido;
en el oscuro germen desceñido
que dentro de la vaca proporciona
los pulsos a la sangre que sazona
la fiereza del toro no nacido;
antes de tu existir, antes de nada,
se enhebraron un duro pensamiento
las no floridas puntas de tu frente:
Ser sombra armada contra luz armada,
escarmiento mortal contra escarmiento,
toro sin llanto contra el más valiente.
(Por el mar negro un barco
va a Rumania.
Por caminos sin agua
va tu agonía.
Verte y no verte.
Yo, lejos navegando,
tú, por la muerte.)
Las altas y las velas,
se han caído las alas,
se han cerrado las alas,
sólo alas y velas resbalando por la inmovilidad crecida de los ríos,
alas por la tristeza doblada de los bosques,
en las huellas de un toro solitario bramando en las marismas,
alas revoladoras por el frío con punta de estocada en las llanuras,
sólo velas y alas muñéndose esta tarde.
Mariposas de rojo y amarillo sentenciadas a muerte,
parándose de luto,
golondrinas heladas fijas en los alambres,
gaviotas cayéndose en las jarcias,
jarcias sonando y arrastrando velas,
alas y velas fallecidas precisamente hoy.
Fue entonces cuando un toro intentó herir a una paloma,
fue cuando corrió un toro que rozó el ala de un canario,
fue cuando se fue el toro y un cuervo entonces dio la vuelta por tres veces al ruedo,
fue cuando volvió el toro llevándolo invisible y sin grito en la frente.
¡A mí, toro!
(Verónicas, faroles,
velas y alas.
Yo en el mar, cuando el viento
los apagaba.
Yo, de viaje.
Tú dándole a la muerte
tu último traje).
EL TORO DE LA MUERTE
Negro toro, nostálgico de heridas,
corneándole al agua sus paisajes,
revisándole cartas y equipajes
a los trenes que van a las corridas.
¿Qué sueñas en tus sueños, que escondidas
ansias les arrebolan los viajes,
que sistema de riegos y drenajes
ensayan en la mar tus embestidas?
Nostálgico de un hombre con espada
de sangre femoral y de gangrena,
ni el mayoral ya puede detenerte.
Corre, toro, a la mar, enviste, nada,
y a un torero de espuma, sal y arena
ya que intentas herir, dale la muerte.
(Mueve el aire en los barcos
que hay en Sevilla,
en lugar de las banderas,
dos banderillas.
Llegando a Roma,
vi de banderilleras
a las palomas)
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Los pies pisan la muerte,
poco a poco los pies andan pisando ese camino
por donde viene acompañada o sola,
visible o invisible, lenta o veloz,
la muerte.
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Me va a coger la muerte en zapatillas,
no en zapatillas para el pie del baile,
no con tacón para esas tablas donde también
suele temblar la muerte con voz sorda de pozo,
voz de cueva o cisterna con un hombre no se sabe si ahogado,
voz con tierra de ortigas y guitarra.
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Unos mueren de pie, ya con zapatos o alpargatas,
bien bajo el marco de una puerta o de una ventana,
también en medio de una calle con sol y hoyos abiertos,
otros. . .
Me va a coger la muerte con zapatillas,
así, con medias rosas y zapatillas negras me a matar la muerte.
¡Aire!
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
(Por pies con viento y alas,
por pies salía de las tablas Ignacio
Sánchez Mejías.
¡Quién lo pensara
que por pies un torillo
lo entablerara!)
EL TORO DE LA MUERTE
Si ya contra las sombras movedizas
de los calcáreos troncos impasibles,
cautos proyectos turbios indecibles
perfilas, pulimentas y agudizas;
si entre el agua y la yerba escurridizas,
la pezuña y el cuerno indivisibles
cambian los imposibles en posibles,
haciendo el aire polvo y la luz trizas;
si tanto oscuro crimen le desvela
su sangre fija a tu pupila sola,
insomne sobre el sueño del ganado;
huye, toro tizón, humo y candela,
que ardiendo de los cuernos a la cola,
de la noche saldrás carbonizado.
(En La Habana las sombras
de las palmeras
me abrieron abanicos
y revoleras.
Una mulata,
dos pitones en punta
bajo la bata.
La rumba mueve cuernos,
pases mortales,
ojos de vaca y ronda
de sementales.
Las habaneras,
sin saberlo, se mueven
por gaoneras.
Con Rodolfo Gaona,
Sánchez Mejías
se adornaba la muerte
de alegorías:
México, España,
su sangre por los ruedos
y una guadaña.
Los indios mexicanos
en El Toreo,
de los ¡oles! se tiran
al tiroteo.
¡Vivan las balas,
los toros por las buenas
y por las malas!
Ya en sus manos, Gaona,
paradas, frías,
te da desde la muerte
Sánchez Mejías.
Dale, Gaona,
tus manos, y en sus
manos, una corona.)
¿Qué sucede, qué pasa, qué va a pasar,
qué está pasando, sucediendo, qué pasa,
qué pasó?
La muerte había sorbido agua turbia en los charcos que ya no son del mar,
pero que ellos se sienten junto al mar,
se había rozado y arañado contra los quicios negros de los túneles,
perforando los troncos de los árboles,
espantando el silencio de las larvas,
los ojos de las orugas,
intentando pasar exactamente por el centro a una hoja,
herir,
herir el aire del espacio de dos piernas corriendo.
La muerte mucho antes de nacer había pensado todo esto.
Me buscas como al río que te dejaba sorber sus paisajes,
como a la ola tonta que se acercaba a ti sin comprender
quién eras
para que tú la cornearas.
Me buscas como un montón de arena donde escarbar un hoyo,
sabiendo que en el fondo no vas a encontrar agua,
no vas a encontrar agua,
nunca jamás tú vas a encontrar agua,
sino sangre,
no agua,
jamás,
nunca.
No hay reloj,
no hay ya tiempo,
no existe ya reloj que quiera darme tiempo a salir de la muerte.
(Una barca perdida
con un torero,
y un reloj que detiene
su minutero.
Vivas y mueras,
rotos bajo el estribo
de las barreras.)
EL TORO DE LA MUERTE
Al fin diste a tu duro pensamiento
forma mortal de lumbre derribada,
cancelando con sangre iluminada
la gloria de una luz en movimiento.
¡Qué ceguedad, qué desvanecimiento
de toro, despeñándose en la nada,
si no hubiera tu frente desarmada
visto antes de nacer su previo intento!
Mas clavaste por fin bajo el estribo,
con puntas de rencor tintas en ira,
tu oscuridad, hasta empalidecerte.
Pero luego te vi, sombra en derribo,
llevarte como un toro de mentira,
tarde abajo, las mulas de la muerte.
(Noche de agosto arriba
va un ganadero,
sin riendas, sin estribos
y sin sombrero.
Decapitados,
toros negros, canelas
y colorados.)
Se va a salir el río y ya no veré nunca el temblor de los juncos,
va a rebosar el río paralizando el choque de las cañas,
desplazando como una irresistible geografía de sangre que
volverá los montes nuevas islas,
los bosques nuevas islas,
inalcanzables islas cercadas de flotantes tumbas de toros muertos,
de empinados cadáveres de toros,
rápidas colas rígidas que abrirán remolinos,
lentos y coagulados remolinos que no permitirán este descenso,
este definitivo descenso necesario que le exigen a uno
cuando ya el cuerpo no es capaz de oponerse a la atracción del fondo
y pesa menos que el agua.
Desvíeme esos toros,
mire que voy bajando favorecido irremediablemente por el viento
tuérzale el cuello al rumbo de esa roja avalancha de toros
que le
empujan,
déjeme toda el agua,
le pido que me deje para mí solo toda el agua,
agua libre,
río libre,
porque usted ya está viendo, amigo, cómo voy,
porque usted, viejo amigo, está ya comprendiendo adonde voy,
ya estás, amigo, estás olvidándote casi adónde voy,
amigo; estás, amigo…
Había olvidado ahora que le hablaba de usted, no de tú,
desde siempre.
(¿De dónde viene, diga,
de donde viene,
que ni el agua del río
ya le sostiene?
- Voy navegando,
también muerto, a la isla
de San Fernando.)
DOS ARENAS
Dos arenas con sangre, separadas,
con sangre tuya al son de dos arenas
me quemarán, me clavarán espadas.
Desunidas, las dos vendrán a unirse,
corriendo en una sola por mis venas,
dentro de mí para sobrevivirse.
La sangre de tu muerte y la otra, viva,
la que fuera de ti bebió este ruedo,
gloriosamente en unidad activa,
moverán lunas, vientos, tierras, mares,
como estoques unidos contra el miedo:
la sangre de tu muerte en Manzanares,
la sangre de tu vida
por la arena de México absorbida.
(Verte y no verte.
Yo, lejos navegando,
tú, por la muerte.)
Plaza de toros El Toreo
México, 13 de agosto 1935
1 MARTÍN OTÍN, J.A.: La desesperación del té (27 veces Pepín Bello). Editorial Pre-Textos, Valencia, 2008, pág. 151.
2 Revista de Estudios Taurinos. Nº.11, Sevilla, 2000, pág. 54. Hay varias ediciones de esta famosa conferencia de Ignacio Sánchez Mejías. Destacan las de Cossío, Romero Solís, García Ramos y Narbona. Vid. la edición de Revista de Estudios Taurinos, op. cit., . Nº11, Sevilla, 2000, págs. 47-68.
3 Citado por COSSÍO, J. Mª.: Los toros.Tratado técnico e histórico. Tomo III, Espasa-Calpe, Madrid, 1952, pág. 876.
4 Andrés Amorós es un gran estudioso de su biografía y obra. Cfr. AMORÓS, A.: Ignacio Sánchez Mejías. Alianza, Madrid, 1998). AMOROS, A.: Ignacio Sánchez Mejías, el hombre de la edad de plata. Almuzara, Córdoba, 2010). Amorós también completó la novela que el torero dejó a medias, La amargura del triunfo. Berenice, Córdoba, 2009.
5 GARCÍA RAMOS, A. y NARBONA, F.: Ignacio Sánchez Mejías. Espasa-Calpe, Madrid, 1984.
6 LUJÁN, N.: Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954, págs. 293 y 294.
7 ALBERTI, R.: La arboleda perdida. Seix Barral, Barcelona, 1975, pág. 239. Las cursivas son mías. La primera edición de esta obra es de 1959, Compañía General Fabril Editora, S.A. Buenos Aires).
8 ALBERTI, R.: Antología poética. Sexta edición de Losada, Buenos Aires, 1972, págs. 144 a 151.
