Encanallamiento y política ficción
Es menester no abandonarse al apocalipsis. Debemos intentar comprender qué pasa. Quizá esto tenga alguna solución. No lo sé.
El problema fundamental de España no es de polarización y enfrentamiento entre la ciudadanía sino de encanallamiento. Nadie sabe cómo abordar, o sea, cómo superar críticamente el esperpento del Ejecutivo de Sánchez, porque esperpento grave es su principal tarea: normalizar el delito para mantenerse en el poder. El propio Sánchez lo repite con insistencia: se aprobó la ley de amnistía para normalizar a los golpistas y delincuentes. Se diría que esta treta no es sino el supremo instinto del animal gubernamental para hacerse invisible, para que nadie le mande caza y lo mande descuartizar. Esta forma de camuflaje no consigue ser contrarrestada por la famosa Oposición. Sí, el Ejecutivo sobrevive de tumbo en tumbo y la Oposición es incapaz de ponerle fin a esta siniestra película; más bien, la Oposición es perseguida por el Ejecutivo. He ahí el primer signo de un régimen totalitario. Los medios de comunicación tratan de entender lo que está pasando con categorías más o menos racionales, pero, al final, o se someten a los dictados del poder de Sánchez, es decir, imitan a las técnicas de camuflaje del poder, o simulan que vivimos en una sociedad normal y corriente.
Pero no desesperemos. Es menester no abandonarse al apocalipsis. Debemos intentar comprender qué pasa. Quizá esto tenga alguna solución. No lo sé. Una cosa es indudable: resulta imposible llevar a cabo un análisis político sobre la actuación de este Gobierno sin tener en cuenta el grado de encanallamiento de la sociedad provocado por las élites políticas. Por todas. ¿Élites? Sí. Élites políticas son, en primer lugar, los dirigentes de todos los partidos políticos que, lejos de hacer política, tienen como primera ocupación consolidar su puesto de trabajo en el partido, o en el resto de instituciones políticas, pseudo-políticas y empresas públicas. No hablamos, por lo tanto, de política (sic) sino de poder personal. Entre los miembros de esas élites, Pedro Sánchez ocupa el primer puesto. Su única preocupación es mantenerse en el lugar de "mando" el mayor tiempo posible, sin importarle lo más mínimo cualquier otra consideración de orden ético o, propiamente, político como sería tener en cuenta consideraciones de orden de Estado.
La tarea principal de Sánchez es mantener enhiesto su instinto de conservación animal. No es un "animal político", porque solo obedece a su instinto animal. Es su forma natural de ser. Hacerse invisible en el entorno, como cualquier animal de la naturaleza, es su vida. Los pájaros tienden a ser verdes para ser confundidos con los árboles y el color de los reptiles es pardo como la tierra… Sánchez, como si perteneciera a ese reino animal, los imita a la perfección. ¡O quizá no se trate de imitación sino de su genuina forma de ser! No parece, dirían los clásicos, humano. Es, pues, una obviedad que el primer causante de hacer pasar por normal lo que es una anormalidad, una rareza de la vida política, es la figura del propio Sánchez. A partir de ese instinto de conservación del animal, pueden entenderse todas sus actuaciones. Formó un gobierno con escasa base legal, ni siquiera ganó las elecciones, y sin ninguna legitimidad política, porque los gobernados, incluidos los socialistas, comunistas y separatistas, jamás se la han otorgado. Todos esos partidos están ahí, con Sánchez, por puro instinto de conservación animal, pues que nunca han conseguido dar un solo argumento válido que justificara esa entente entre todos…
Sin legitimidad de origen y menos aún de ejercicio, Sánchez va a trancas y barrancas por la vida pública, y sospecho que también en la privada, sin que nadie le crea, generando, cada día que pasa en el poder, más y más excepciones, es decir, más encanallamiento, base de su totalitario poder. Se presenta Sánchez como el jefe de un gobierno progresista, utilizando todos los medios de comunicación, universidades, escuelas y demás aparatos ideológicos del poder, pero el mundo entero sabe, empezando por sus acólitos, que es un gobierno tan reaccionario como totalitario. Salvo una parte sustancial del poder judicial, el gobierno de Sánchez ha colonizado, o mejor, devorado todas las instituciones del Estado.
Sin embargo, y es la primera muestra de ese totalitarismo, se presenta como un gobierno "progresista", a la par que trata a los partidos de la Oposición despectivamente; a los del PP les llama enemigos y a los de VOX los trata como apestados. Por el contrario, los exterroristas y separatistas son tratados con especial mimo. La nación nada le preocupa a Sánchez y menos la unidad del Estado-nación, España. Todo en el sanchismo es absolutamente "extraordinario", fantasioso y sectario, pero el Gobierno hace como si todo fuera normal. Estamos ante unas "élites" gubernamentales de carácter faccioso y agitador de los más bajos instintos de una población con la andorga llena. La corrupción rodea a Sánchez por todas partes. Sus personas más cercanas, íntimos allegados y colaboradores son perseguidos por la Justicia, pero él mira para otro lado. No le afecta. Está camuflado como los animales. Es un apestado en la política internacional, incluso el presidente de los EE.UU. lo desprecia por mentiroso, pero él perora y perora imbecilidades sobre no sé qué cosas puede enfrentar España a EE.UU.
Es obvio que Sánchez y su gente han creado tal grado de inestabilidad institucional y personal entre los españoles que nadie en su sano juicio podría mantener que España es un país normal capaz de resolver mejor que peor el nivel de conflictividad de una sociedad plural y libre. Nada aquí es plural sino sometido al rodillo de la regla aritmética de un Parlamento aún más deslegitimado que el propio Gobierno. Todo está pendiente de unos pocos votos de partidos separatistas que, dicho sea de paso, en cualquier país de Europa no se les habría permitido representación parlamentaria. Pareciera que no existiera el Estado. Todo lo ocupa el Gobierno y, sin embargo, el propio Gobierno es tan ridículo que ni siquiera ha sido capaz de sacar adelante la ley básica de un gobierno: la Ley General de los Presupuestos del Estado. La cosa resulta esperpéntica. Sin salida. Degradado el tejido político, pocos negarán que aquí casi todo es homogéneo y sujeto a la necesidad de un desorden político, repito, encanallado, porque nada es lo que parece ni lo que se dice.
Miles de pruebas existen para mantener que la vida política española está al borde del abismo, mientras sufre sus consecuencias una sociedad absolutamente desquiciada donde los individuos no saben dónde empieza lo privado y dónde termina lo público. En este contexto enloquecido, todas las élites políticas nos quieren hacer creer que la cosa va mal, pero funciona… Hacen como si todo fuera normal. Simulan. Majaderos. Ni siquiera la expresión de una vicepresidenta del Gobierno, perteneciente a un partido comunista, Sumar, creo que es su nombre, sobre que "tendremos gobierno corrupto para rato" puede tomarse a risa. Ese tipo de lapsus linguae explican mejor el nivel de encanallamiento de una sociedad que cualquier trabajo de sociología de la vida cotidiana. Nadie sensato puede creer que el actual Gobierno es el reflejo efímero de una sociedad pervertida. Los pervertidos son, por el contrario, las élites políticas que nos hacen pasar por normal, repito, lo destrabado y monstruoso de sus discursos y acciones. El encanallamiento crece al mismo ritmo que la corrupción económica, política y moral del Ejecutivo. ¿Qué repercusión tendrá esta situación en unas futuras elecciones? Es evidente que alguna conciencia moverá, pero, según todas las encuestas, menos de lo que una mente sana esperaría. He ahí la prueba principal de que vivimos en una sociedad absolutamente encanallada. Sí, la corrupción económica, política y moral del Ejecutivo apenas tendrá influencia, según todas las encuestas, a la hora de justificar el voto. ¡Qué más da votar a unos o a otros si, como dice el tipo ideal de encanallado, todos roban! Terrible.
¿Qué responsabilidad tienen las élites políticas de la Oposición en esta creación de encanallamiento? Sin duda alguna, mucho menos que el gobierno de Sánchez, pero Feijóo y todos los suyos, independientemente de la mala o buena tarea de Oposición que le atribuyamos, son culpables de algo que salta a la vista, y sobre lo que insisten los de VOX con toda la razón, a saber, su pacto explícito con el PSOE en la UE y, naturalmente, sus acuerdos, más o menos tácitos, con algunas políticas socialistas. Eso por no hablar de las voces variadas del PP que han declarado su apertura para pactar antes sus futuros gobiernos con el PSOE que con VOX; por si fuera poco el encanallamiento existente, muchos dirigentes del PP abren la posibilidad de pactos de Estado antes con los separatistas de Junts y el PSOE que con los de Abascal. ¡Y luego hablan de polarizaciones y enfrentamientos! No, hombre, se trata de algo mucho más grave: encanallamiento.
Es incomprensible que el PP, en este contexto político de absoluto desconcierto, contribuya a aumentar el nivel de encanallamiento manteniendo de forma casi férrea su pacto con el grupo socialista en la UE. ¡Cuánto tendremos aún que esperar para que Feijóo corte todos sus vínculos con el PSOE en la UE! ¿Cuándo Feijóo nos especificará con pelos y señales las leyes, las terribles leyes, del sanchismo, que derogará de modo inmediato una vez que llegue, si es que llega, al poder? En fin, mientras los del PP no fijen con absoluta claridad y precisión las diferencias, especialmente en políticas impositivas y culturales, entre su futuro programa de gobierno y el del sanchismo, diremos que todos los análisis políticos sobre el gobierno actual y los futuros son pura elucubración abstracta sin base en la realidad de la política actual.
En pocas palabras, en contextos tan encanallados como el español, los análisis políticos no pasarán de meros análisis "racionalistas", o sea, simularemos que la vida política tiene alguna racionalidad. Hablamos y escribimos, en efecto, como si esto fuera racional, cuando la inmensa mayoría de la ciudadanía española más desarrollada civil y políticamente saben los peligros que corremos con los aparatos del poder del Estado en manos de alguien que se rige por el supremo instinto del animal, hacerse invisible, sí, camuflarse para no ser cazado. ¿Quién no ha pensado que el sanchismo puede estar preparándonos cualquier cosa para mantenerse agazapado en La Moncloa? ¡Quién no teme otro 11-M ante el grado de encanallamiento al que ha llegado España con el sanchismo!
Por eso, reitero, cualquier tipo de análisis político sobre el pasado inmediato o el futuro próximo de la democracia española debe empezar por reconocer su absoluta precariedad epistemológica. Nadie sabe cómo terminará esto: unos sospechan otro 11-M y otros que se desintegrará por su propia inercia. Todo está en vilo y, antes que nada, el discurso de unas élites políticas que no pasan de simular soluciones esperpénticas a problemas reales. ¿Quién podría determinar con precisión que Feijóo acabará de modo radical con las terribles políticas de impuestos de Sánchez? Nadie y, sobre todo, si tenemos en cuenta que Feijóo se ha rodeado de los hombres que aplicaron con Rajoy una política intervencionista tan ruda y brusca, a veces, como la actual del sanchismo. ¿Quién nos asegura que Feijóo terminará con la política de inmigración socialista, cuando en la UE la está apoyando como base del crecimiento económico? Nadie logra visualizar la clave de la alternancia al régimen canalla de Sánchez. Y es que el inmovilismo programático del PP, aunque no le guste a sus partidarios, depende de los pactos y consensos entre el PP y el PSOE, o sea del bipartidismo.
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